El club de los corazones solitarios. (Niall Horan y tú) Capitulo 21 al 38

Capitulo 21
A la mañana siguiente continuaba en estado de shock. Me senté, aturdida, mientras esperaba a que Tracy viniera a buscarme. Tras la espantosa noticia de la noche anterior, necesitaba más que nunca a mi mejor amiga.
El coche giró por Ashland y prácticamente me planté corriendo en mitad de la calle. No había llegado a detenerse del todo cuando abrí la puerta y me subí al asiento del acompañante.
—Madre mía, sé de una que se muere por llegar al instituto —bromeó Tracy.
—¡No te vas a creer lo que pasó anoche! —la voz me temblaba, y me encontraba al borde de una crisis nerviosa en toda regla.
—¡Caramba, Pen! ¿Qué demonios te pasa? Con lo que ha ocurrido en las dos últimas semanas, no puede ser tan malo.
—¡Ay! ¡En serio, en serio, en serio…! Vas a tener que pararte para escuchar esto.
Tracy detuvo el coche y le conté la noticia. Las palabras salían de mis labios como si me hubieran estado infectando por dentro desde hacía semanas, en vez de horas.
—¡¡¡¿CÓMO?!!! ¿Por qué no me llamaste?
—Te dejé unos catorce mensajes.
Tracy metió la mano en el bolso y empezó a soltar tacos mientras encendía el móvil. Continué:
—Es…, es… tan horrible. No quiero volver a verlo. ¿Qué se supone que voy a hacer? —las lágrimas se me agolpaban bajo los párpados.
—¿Aparte de asesinarlo, quieres decir? ¿Qué te dijeron tus padres exactamente? Y otra cosa, ¿les explicaste que ese capullo no puede ser bien recibido en vuestra casa?
Negué con la cabeza.
—Pues claro que no. Sabes que mis padres no tienen ni idea de lo que pasó con Nate este verano. A veces, juraría que no se enteran de nada.
—De acuerdo, hazme un resumen. Y luego voy a convocar una reunión de emergencia del Club de los Corazones Solitarios a la hora del almuerzo, para que podamos juntarnos y echarte una mano.
No sólo estaba pasando la mañana más terrible de mi vida, sino que también me fue de pena en las clases.
Por suerte, me tocó Tyson de compañero de laboratorio para la disección de un feto de cerdo y, aparentemente, sabía de biología tanto como de punk rock. Yo debía

de tener una pinta espantosa, porque hasta él se percató de mi estado de ánimo.
—¿Va todo bien? —preguntó, a la vez que levantaba la mirada del programa de la asignatura.
Asentí con gesto débil.
—Bueno, ¿cómo te parece que lo llamemos?
No me imaginaba de qué estaba hablando.
—¿Cómo?
Una sonrisa le cruzó el semblante. Me sorprendí al descubrir que tenía unos dientes perfectos.
—Ya sabes, ¿cómo lo llamamos? —señaló al feto de cerdo, colocado en la bandeja de disección.
—Ah, ya.
—Bueno —Tyson se inclinó hacia delante y empezó a examinar al animal—. Estaba pensando en llamarlo Babe, o acaso Wilbur.
Me quedé mirándolo, sorprendida.
—¿Qué pasa? ¿Crees que lo llamaría algo así como Masacre, o Asesino?
No tuve más remedio que echarme a reír. Eso era exactamente lo que había pensado.
—Me gusta Wilbur —miré al pobre cerdo.
—Pues Wilbur, no se hable más —Tyson cogió un rotulador y escribió el nombre en la bandeja.
Cuando terminó la clase, reuní mis libros a toda prisa y prácticamente salí corriendo del laboratorio, atropellando a la mitad de mis compañeros. La visión de los alumnos charlando y las taquillas cerrándose de un golpe se volvió borrosa ante mis ojos a medida que me precipitaba hacia la cafetería.
Al llegar, vi que Jen y Tracy estaban juntando mesas en el rincón más apartado.
—Me parece que hoy vamos a tener mucho público —comentó Tracy, mientras acercaba unas cuantas sillas. La gente que se sentaba a nuestra mesa ya había superado en número al conjunto de deportistas y animadoras.
Las socias empezaron a llegar a toda velocidad. Me sonreían o me abrazaban antes de tomar asiento.
Pasados unos minutos, se hizo el silencio alrededor de la mesa, y caí en la cuenta de que todo el mundo me miraba con una sonrisa alentadora.
—Bueno, supongo que debería empezar —aparté mi sándwich y me incliné hacia delante para que me oyeran bien—. En primer lugar, muchas gracias por estar aquí por mí. La verdad es que necesito toda la ayuda posible —paseé la mirada por los rostros de mis amigas, las de toda la vida y las nuevas. Respiré hondo, dispuesta a explicar mi dilema—. Mmm, ¿alguna de vosotras se acuerda de Nate…?
Por lo visto, se acordaban, ya que escuché un coro de gruñidos y capté las palabras «imbécil», «cerdo» y «capullo».
—Bueno, pues anoche mis padres soltaron la bomba: Nate y su familia van a pasar Acción de Gracias con nosotros.
Hilary levantó la mano.

—¿Sí, Hilary?
—¿Por qué no les cuentas a tus padres lo que pasó? Lo más seguro es que lo entiendan perfectamente y cancelen la invitación a ese cretino y su familia.
—Lo había pensado, pero el señor Taylor es uno de los mejores amigos de mi padre. No quiero que se entere de que el hijo de su amigo es un auténtico cerdo.
Jackie Memmott fue la siguiente en levantar la mano.
—Chicas, no estamos en clase —indiqué—. No tenéis que levantar la mano.
Jackie bajó la suya al instante, a todas luces avergonzada.
—Perdona, Jackie. ¿Querías decir algo?
—Penny, si te apetece, puedes pasar el día de Acción de Gracias con mi familia.
Un grito sonó al unísono: «¡Y con la mía!». Era la prueba que me faltaba para saber que, pasara lo que pasase, lo superaría.
—Muchas gracias a todas. Puede que haya reaccionado de una manera un tanto exagerada. Posiblemente, volver a verlo me vendrá bien. En realidad, nunca acabamos de aclarar la ruptura. Me limitaba a huir cuando me lo encontraba por casa.
—Oye, Pen —intervino Tracy—. Me encantaría ayudarte en lo de aclarar la ruptura. Es decir, si con «ruptura» te refieres a «darle una patada en el culo».
Empecé a relajarme. Además, quizá Tracy no fuera descaminada. No es que pensara ejercer la violencia contra Nate, pero no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad de aclarar las cosas con él.
—De acuerdo, basta ya de hablar de mí. ¿Alguien más tiene algún asunto, relacionado con los chicos o con lo que sea?
Jen se levantó como un resorte de su silla.
—¡Pues sí, ahora que lo dices! —señaló con un gesto a Jessica y Diane—. Como muchas de vosotras sabéis, el equipo femenino de baloncesto necesita uniformes nuevos urgentemente. Y ya que, por lo que parece, todos los fondos destinados al deporte se dedican a los equipos masculinos, tenemos que organizar algún tipo de colecta. Este año queríamos hacer algo diferente, en lugar de lavar coches o de la típica venta de golosinas. ¿Qué os parece una noche de karaoke para recaudar fondos?
Erin Fitzgerald gritó:
—¡Jen, me encanta la idea! ¡Excelente!
Nadie se sorprendió por la reacción de Erin, ya que el instituto entero sabía que tenía la mejor voz del McKinley y que la oportunidad de demostrarlo la emocionaba.
—Gracias, pero ¿en serio creéis que la gente se apuntaría? —preguntó Jen—. ¿Pagarían un dólar por canción para actuar en público? —Erin levantó la mano—. Aparte de Erin, quiero decir.
—¿Podríamos salir en grupo? —se interesó Amy.
—No veo por qué no —las presentes se pusieron a hablar unas con otras, y cuando empezaron a comentar sobre las canciones casi todo fueron señales de asentimiento y demostraciones de entusiasmo.
Jen se mostraba optimista.

—De acuerdo, lo haremos. Pero, chicas, prometedme que ayudaréis a animar el ambiente si el personal se acobarda.
Erin se puso de pie.
—Te prometo que seré la primera persona en subir al escenario. ¡Me muero de ganas!
—Bueno, Diane, ¿cómo van los entrenamientos? —preguntó Amy.
Diane sonrió.
—La verdad es que los últimos días la gente me ha estado mirando de una manera distinta porque… —suspiró mientras se levantaba y colocaba un pie sobre la mesa.
Tracy ahogó un grito.
—¡Diane! ¿Tú, con deportivas?
—¡Sí! La versión oficial es que tengo molestias y no puedo llevar tacones. Me muero de risa de que no os hayáis dado cuenta, chicas. Total, ¡sólo mido unos diez centímetros menos!
—¡Sabía que había algo diferente! —vociferó Tracy.
—Ah, y eso no es todo —Diane puso una expresión traviesa mientras abría su bolsa del almuerzo y sacaba un pedazo de pan de grandes proporciones—. ¡Ahora como hidratos de carbono complejos!
—¡Madre mía! —Tracy tenía los ojos como platos—. Pareces otra persona, completamente.
Diane lanzó una servilleta a Tracy.
—No, lo que pasa es que con las sesiones de entrenamiento me entra hambre. Chicas, es alucinante. Estoy entusiasmada.
—Os aseguro que va a conseguir plaza en el equipo —declaró Jen—. Meg, tienes que redactar un artículo sobre nuestra jugadora más reciente.
Meg Ross sonrió.
—Por cierto, hay algo que quería comentar con vosotras el próximo sábado; pero tengo fechas límite, así que no hay momento mejor que el presente. Como algunas sabéis, soy la redactora de la sección de Sociedad del McKinley Monitor, y, en fin, me gustaría escribir un artículo sobre el Club de los Corazones Solitarios.
«Ay, Dios santo, no».
No me sentía capaz de enfrentarme a ningún otro acontecimiento extraordinario en mi vida. ¡El periódico del instituto!
Meg prosiguió:
—La noticia empieza a correr por todas partes y hay mucha gente que no acaba de entender del todo de qué va el club. Me parece importante que demos a conocer nuestra versión de la historia. ¿Qué os parece, chicas?
Meg me miró directamente al formular la pregunta, y entendí que sólo cabía una respuesta.
El Club de los Corazones Solitarios estaba a punto de darse a conocer a lo grande.

—Entonces, ¿a tus padres les parece bien lo del concierto? —me preguntó Ryan al final de las clases.
—Bueno, digamos que todo lo bien que les puede parecer.
Ryan me sonrió y noté que el corazón me daba un vuelco. Realmente, tenía que superar lo que me ponía tan nerviosa en relación con nuestra salida, fuera lo que fuese.
—Hola, chicos. Ryan, ¿listo para una carrera? —Diane se acercó a nosotros con su ropa de entrenamiento.
—Sí, sólo tengo que entregar a Braddock unas cosas de la asesoría sobre el alumnado —repuso Ryan.
—Oye, en serio, ¿de qué va eso?
Ryan se encogió de hombros.
—En cuanto acabe de enterarme, te lo cuento. Ahora hemos pasado del tema del fútbol americano a la próxima temporada de baloncesto. Empieza a molestarme perder tiempo de estudio una vez a la semana.
Diane elevó los ojos al cielo.
—¡Ay, pobrecito!
Ryan le hizo una mueca y luego se encaminó al despacho del director.
Parecían llevarse estupendamente…, aunque yo sabía mejor que nadie que sólo eran amigos, nada más.
—Por fin estamos solas —Diane me sonrió—. Bueno, se ha descubierto el pastel.
Me detuve en seco.
—¿Se puede saber de qué estás hablando?
—Dime, ¿cuándo, exactamente, pensabas contarme que Ryan y tú vais a ir a un concierto?
El corazón me dejó de latir.
—Ay, Diane, lo siento. Con todo el lío de Nate, bueno, se me ha pasado. Iba a contártelo, y también a las del club; pero no quería que pensarais que se trata de una cita ni nada por el estilo. Verás, pensaba decirle que no; pero Ryan más o menos dio a entender que había sido idea tuya, de modo que decidí que no te importaría…
Diane se echó a reír.
—¡Eh, Pen! Tranquila, ¿vale? No estoy enfadada. Sólo estaba esperando a que dijeras algo. ¿En serio te preocupa lo que puedan opinar las del club?
—¿Sinceramente? Pues no lo he pensado mucho, la verdad. Me llamó anoche y luego, antes de que pudiera darme cuenta, mis padres me soltaron la bomba de lo de Nate. Así que… —la situación me resultaba violenta—. ¿Qué te contó Ryan exactamente?
La sonrisa de Diane se amplió.
—No gran cosa. Me preguntó si, en mi opinión, te gustaría acompañarlo al concierto. Temía ofenderte.
—¿Por qué?

Diane se enrolló un largo mechón rubio alrededor de un dedo.
—Pensaba que serías una fan empedernida de los Beatles y que no te apetecería escuchar a una de esas bandas horteras que interpretan versiones. Conozco la opinión de tus padres.
—Sí, no entienden que se hagan versiones de nada, ni siquiera de películas. Son muy conservadores, aunque el término «conservador» es probablemente el último que la gente emplearía para describir a mis padres.
Diane me sonrió.
—Bueno, estoy segura de que lo pasaréis en grande.
—Diane, ¿de verdad te parece bien que vaya al concierto?
Diane asintió.
—Pues claro. Los dos sois las personas más importantes de mi vida. ¿Por qué iba a molestarme?
Guardé silencio unos segundos.
—De acuerdo.
—Me marcho a calentar. ¿Le dices a Ryan que lo espero en la pista?
—Claro.
De pronto, la idea de tener que encontrarme a solas con Ryan me resultó incómoda.
Transcurridos unos minutos, regresó.
—Diane ha dicho que se reunirá contigo en la pista.
—De acuerdo, gracias.
Me dirigí a la taquilla de Tracy.
—Oye, Penny —dijo Ryan elevando la voz.
—¿Sí?
Me giré y vi que me sonreía.
—Me alegro mucho de que quieras acompañarme al concierto. Será genial pasar juntos un rato, fuera del instituto.
Me quedé mirándolo.
—Hasta mañana —concluyó. Al pasar corriendo a mi lado, alargó la mano y me dio un suave apretón en el brazo.
Aquello no podía terminar bien, de ninguna manera.

Capitulo 22

Meg se pasó aquel sábado entrevistando a las socias del club para su artículo, y quiso entrevistarnos a Tracy, a Diane y a mí por separado.
A pesar de que yo apoyaba el club al cien por cien y me alegraba con toda mi alma del éxito conseguido, la entrevista no podía haber llegado en peor momento. Las miradas que últimamente nos lanzaba la población masculina del McKinley, así como las chicas que no eran socias, resultaban cada vez más incómodas. Todd, directamente, me había retirado la palabra.
—¿Te consideras feminista? —preguntó Meg una vez que le hube puesto al día de los orígenes del club.
—Mmm, supongo.
«Bonita respuesta».
Tenía que concentrarme en la entrevista, lo sabía. El club era demasiado importante para mí como para no hacerlo, y realmente deseaba que quedase reflejado de una manera positiva.
—Más os vale estar diciendo cosas agradables sobre mí —interrumpió Tracy mientras efectuaba su entrada—. ¿Me toca ya?
Meg apagó la grabadora.
—Tengo que ir a buscar otra cinta. Volveré enseguida.
Durante más de una semana había evitado contarle a Tracy lo de mi próxima cita, o lo que fuera, con Ryan. Al irse Meg y quedarnos a solas, me pareció una buena ocasión.
Una vez que se lo hube contado, le pregunté:
—¿Qué te parece?
—Suena divertido, Pen. No es una cita en plan romántico ni nada parecido, ¿verdad?
—¿Estás de broma? Claro que no, Tracy. Sólo es un concierto. Nada del otro mundo.
—Sí, Ryan siempre me ha caído bien. Me sorprende que no haya empezado a salir con alguien nuevo.
—Bueno, fue con Missy a la fiesta de antiguos alumnos…
—Penny, no están saliendo; la llevó de pareja, nada más. Sigue soltero y sin compromiso al cien por cien —el corazón se me detuvo—. Debería aconsejarle a Meg que escriba una especie de columna de cotilleos en el Monitor. No sé qué sería de vosotras sin mis conocimientos de los enredos del alumnado. En todo caso, no te vas a creer lo que me hicieron anoche esos mocosos a los que estuve cuidando…
Y así, la conversación quedó zanjada. No tenía por qué preocuparme. Sólo iba a ser una noche en la que dos compañeros de clase asistirían a un concierto. Nada más.
Daba la impresión de que Diane iba a vomitar.
—Todo irá bien, ya lo verás —traté de tranquilizarla.
—Ay, Dios mío; ay, Dios mío; ay, Dios mío —recorría el pasillo con los puños apretados.
Tracy y yo intercambiamos una mirada de preocupación.
Diane se repantigó en el suelo.
—¿En qué estaba pensando?
Me senté a su lado. Tracy se apartó un par de metros, con Jen, para dejarnos intimidad.
—Diane —la abracé por los hombros—, sigo impresionada por lo mucho que has cambiado en las últimas semanas. Deberías sentirte orgullosa, pase lo que pase.
Levantamos los ojos y vimos a la entrenadora Ramsey, quien abrió las puertas del gimnasio y, a paso lento, se encaminó al tablón de anuncios. Un grupo de chicas formó un pasillo para dejarla pasar y en cuanto hubo clavado una hoja de papel, se apiñó de nuevo.
—¿Quieres que vaya a enterarme? —me ofrecí.
Diane levantó la mirada al tiempo que varias chicas empezaban a pegar botes y a lanzar hurras. Tracy se acercó y examinó la lista. La entrenadora Ramsey pasó por nuestro lado de regreso al gimnasio, paró y se giró.
—Bienvenida al equipo, Monroe.
Diane abrió los ojos de par en par.
—¿Quiere decir que…?
—¡Pues claro que has entrado en el equipo! —Tracy ya no pudo contenerse—. Diane, ¡te has colado en el maldito equipo de primera categoría!
Diane se levantó de un salto, salió como una flecha hacia el tablón de anuncios y examinó la lista.
—Yo…, yo… —se giró en nuestra dirección—. ¡Lo conseguí! Dios mío, ¡lo conseguí! —regresó corriendo y me dio un enorme abrazo.
—Enhorabuena, ¡sabíamos que podías! —me sentía tan emocionada por su triunfo que, prácticamente, le hablaba a gritos—. De acuerdo, chicas, ya podéis acercaros.
Una multitud vociferante, con pancartas que decían: «Enhorabuena, Diane» dio la vuelta a la esquina a la velocidad del rayo.
—¿Qué pasa? —preguntó Diane, conmocionada.
—No querías que montáramos un espectáculo por si no te aceptaban en el equipo pero, claro, todas querían estar aquí, acompañándote.
Laura desplegó con orgullo su pancarta: «Bien hecho, Diane» y, rápidamente, la apartó para dejar a la vista la segunda opción: «Que les den, no saben lo que se pierden». Laura guiñó un ojo a Diane:
—Siempre hay que estar preparada.

Un gentío de admiradoras se arremolinó alrededor de Diane, incluyendo las jugadoras de su nuevo equipo.
Tracy me rodeó con el brazo.
—¡Nuestra pequeña ha crecido! ¿Alguna vez te imaginaste que podía llegar a pasar? —preguntó Tracy.
Negué con la cabeza.
Ni en sueños.
—¡Últimas noticias! ¡Leedlo todo sobre nuestro club! —Meg me saludó al encontrarme junto a mi taquilla el lunes, entre clase y clase, y me entregó un ejemplar del McKinley Monitor.
Agarré el periódico y dirigí la mirada directamente al titular sobre el club y a nuestra foto, en primera plana.
—Ay, no me imaginaba que iba a ser tan grande —comenté, mientras trataba de poner freno a un ataque de pánico.
Corrí a toda prisa hasta el baño de chicas, examiné las cabinas para asegurarme de que estaba sola y me senté. En términos generales, se trataba de la historia habitual que ya me iba resultando un tanto anticuada… hasta que llegué al final.
Los rumores sobre el club han estado volando durante las últimas semanas, sobre todo entre los varones del McKinley.
«Tantos estrógenos juntos no pueden ser nada bueno —ha comentado Todd Chesney, de primero de bachillerato—. En mi opinión, todo ese rollo de no salir con chicos es una chorrada».
«En realidad, no he notado grandes cambios en las tías del instituto, sólo que están demasiado ocupadas para relajarse», añadió Derek Simpson, del último curso.
A pesar de una cierta inquietud por parte de la población masculina del McKinley, no da la impresión de que el Club de los Corazones Solitarios vaya a reducir su marcha por el momento.
«Resultará emocionante ver qué ocurre a continuación —ha apuntado Bloom—. No parece que haya un final a la vista, la verdad».
Una cosa está clara: esta reportera está deseando que llegue su cita de los sábados por la noche, gracias a Penny Bloom y su corazón solitario.
Clavé las pupilas en las últimas palabras.
«Penny Bloom y su corazón solitario».
Se me hizo un nudo en el estómago al caer en la cuenta de que el instituto entero iba a leerlo. El instituto entero.
¿Qué iba a pensar la gente de mí cuando el artículo se divulgara?

Capitulo 23

Me sentía abierta en canal. A la vista de todos. Por lo tanto, parecía apropiado encontrarme en la clase de Biología, diseccionando el cerdo. Tyson, mi compañero de laboratorio aficionado al punk rock, dijo:
—Mmm… Penny. Hay algo, eh… que quería comentarte —se recostó sobre el respaldo de su silla y se contempló las manos—. Mmm, he leído lo de ese club tuyo en el periódico. ¿Es verdad que las socias no podéis salir con nadie?
—Bueno, sí; pero el club es más que eso —repliqué.
Por primera vez desde que lo conocía, Tyson me miró directamente a los ojos.
—¿Sabes? No todos los tíos del instituto son unos cretinos.
Me desconcertó.
—Me parece que no…
Se colocó el pelo detrás de las orejas.
—Puede que algunos nos merezcamos una oportunidad.
Me puse a asentir con movimientos lentos.
—Verás, a un chico le cuesta mucho reunir valor para declararse a una chica.
Bajé la mirada a la mesa, sin saber qué responder.
—Yo me había decidido, por fin; y entonces leí el artículo. Ahora no tiene sentido, porque Morgan no puede quedar con nadie.
Boquiabierta, me giré hacia donde Morgan y su compañero de laboratorio leían el programa de la asignatura.
—¡No mires! —ordenó Tyson con brusquedad, a la vez que se hundía en su asiento.
«Ay, Dios mío».
¡A Tyson le gustaba Morgan! ¡Ya podía haberlo dicho antes!
—Olvida lo que te he comentado —concluyó.
Abrió su cuaderno y empezó a escribir enérgicamente. Eché una ojeada por encima de su hombro encorvado y vi palabras por toda la hoja que recordaban a la letra de una canción. Sentí ganas de arrancarle el cuaderno de las manos y leer lo que había anotado. Le había visto escribir en otras ocasiones, si bien pensaba que hacía garabatos, o copiaba el nombre de su banda una y otra vez. No me había enterado de que en aquellas páginas dejaba sus sentimientos al descubierto.
Me dirigí a la cafetería aturdida a más no poder. Mientras aguardaba en la cola, debatiéndome entre la pizza y los bocaditos de pollo, escuché esa espantosa voz chillona.

—¡Madre mía! ¡Qué patético!
Missy estaba a mi lado, junto a un par de fieles imitadoras.
Agarré una porción de pizza y una botella de agua y me dirigí a la caja registradora. Me siguió de cerca.
—Chicas, mirad, por Dios. Es Penny, la solitaria. Dónde están tus seguidoras, ¿eh? —Missy sacudió la cabeza de un lado a otro con gesto teatral, paseando la mirada por la cafetería. Luego, me miró cara a cara, mientras su rebaño soltaba risitas detrás de ella—. ¿Es que en vuestro club sólo admitís pringadas?
Puse los ojos en blanco y traté de rodearla para marcharme, pero se desplazó y me cortó el paso.
—¿Hablas en serio? —contraataqué—. ¿Cuál es tu problema, exactamente?
Ahora nos observaba más gente.
Missy abrió los ojos como platos, tratando de parecer la inocencia personificada.
—¿Problema Moi? No, para nada. Es sólo que me da pena verte tan solitaria —sus incondicionales entrechocaron las manos.
—Esto es ridículo…
Intenté darme la vuelta, pero Missy me agarró por el codo.
—¡Cómo! ¿No puedo apuntarme a tu club? Ah, espera. No puedo porque, claro, los chicos sí que quieren salir conmigo.
Una voz llegó desde mis espaldas.
—No puedes apuntarte porque sólo aceptamos personas con un cierto coefiente intelectual —Missy me soltó, y al girarme vi a Diane parada, con los brazos cruzados—. Además, por lo general, preferimos gente que tenga sentido de su propia identidad. Bonito jersey, Missy —Diane hizo un gesto hacia el suéter de Missy, con escote redondo y atado a la cintura—. Muy de mi estilo hace dos años.
Pensé que ahí se acabaría la cosa, pero entonces Diane se inclinó hacia Missy y le espetó:
—Puedes tratar de imitarme todo lo que quieras. Jamás saldrá contigo.
De haber sido humanamente posible, a Missy le habría salido humo por las orejas. Estaba disfrutando tanto con la escena que me sobresalté cuando Diane enlazó su brazo con el mío y me dijo:
—No perdamos más tiempo, Pen.
Cuando llegamos a la zona de nuestras mesas, nos recibieron con aplausos. Diane hizo una reverencia.
—¡Eh, chicas! —una potente voz silenció al grupo. Volví la cabeza y vi a Rosanna Shaw, del último curso, con su bandeja del almuerzo. La colocó en el estrecho espacio libre entre Tracy y yo—. ¿Te importa moverte? —le indicó a Tracy.
Tracy se desplazó y Rosanna tomó asiento.
—Chicas, el artículo me ha gustado muchísimo, me ha encantado, de verdad. ¿De qué estabais hablando? —preguntó Rosanna, como si se estuviera perdiendo algo importante.
Me encogí de hombros.
—De nada en particular, sólo comentábamos cómo nos ha ido hoy…

—En cualquier caso, no os vais a creer lo que me ha pasado esta mañana cuando me preparaba para el instituto… —Rosanna empezó a contar una interminable historia que, según creo, tenía que ver con que se le había acabado el agua caliente en la ducha, aunque se estaba alargando tanto que dejé de prestar atención. Miré alrededor de la mesa y vi que todo el mundo miraba hacia abajo.
Kara se inclinó y le comentó algo a Morgan.
—Un momento, ¡no he terminado! —explotó Rosanna.
—Mmm, verás —intervino Diane—, el caso es que, durante el almuerzo, a la gente se le permite hablar entre sí.
Unas cuantas del grupo se echaron a reír.
—Lo siento. Me imagino que tendré que acostumbrarme a las reglas. Es sólo que interrumpir a los demás me parece de mala educación.
Rosanna continuó hablando durante el resto del almuerzo. Como era de esperar, casi todo el mundo se marchó antes de tiempo.
—Uf, Penny, en serio, tenemos que organizar un proceso de admisión —declaró Tracy mientras nos dirigíamos a mi taquilla—. Después del artículo, un montón de chicas van a querer entrar en el club y me temo que no necesariamente por las razones oportunas. Nadie se traga que Rosanna Shaw esté a favor de la vinculación femenina. Lo único que busca es un público más amplio para sus aburridas historias.
Vacilé.
—Sé que a veces se pone pesada; pero considero que, al menos, deberíamos darle una oportunidad.
—Supongo que sí. ¡Oye! ¿No te sorprende que no le pegara un grito o algo parecido? ¡Este club me está moderando!
Sacudí la cabeza mientras recogía los libros para el resto de la tarde.
—Hola —Ryan se puso a rebuscar en su taquilla—. Ese artículo del periódico es genial.
—Gracias —aquello sólo iba a durar un día, ¿verdad?
—Bueno —Ryan se apoyó en las taquillas y empezó a juguetear con la esquina de su libro de Física—, ¿seguimos quedando para la semana que viene?
—Sí, claro, ¿por qué lo dices? —le pregunté.
—No, por nada… —me colocó una mano en el hombro y noté una descarga de electricidad—. Como técnicamente ahora eres famosa, quizá necesites una cierta protección —alargó el brazo—. ¿Me permites escoltarte hasta tu próxima clase?
Con actitud vacilante, empecé a alargar la mano en su dirección. Tenía los nervios de punta.
—¡Santo Dios! Dime que me estás tomando el pelo —vociferó Todd a medida que se aproximaba a Ryan—. Ni se te ocurra dar ánimos a Eleanor Rigby.
Ryan dejó caer el brazo.
—Todd…
—Lo que tú digas, Ryan. ¿Nos vamos a clase o qué? —Todd ni siquiera me miró. Antes de que Ryan pudiera pronunciar palabra, le aseguré que tenía que irme y me encaminé por el pasillo.

—Ay, Penny, ¿te sientes solitaria? —dijo una voz (no la de Todd) a mis espaldas, entre risas. Bajé la mirada al suelo, deseando llegar a clase lo antes posible.
Mientras avanzaba por el pasillo, seguí escuchando a gente que se reía y pronunciaba mi nombre.



YOU´VE GOT TO HIDE YOUR LOVE AWAY 
""How can I even try? I can never win……"

Capitulo 24

Tras la publicación del artículo, el instituto me resultaba insoportable: la curiosidad, las miradas, el repentino interés por el club. Me sentí exultante cuando, por fin, llegó la noche del sábado.
Justo antes de dirigirme a la planta de abajo, consulté mi correo electrónico una vez más y me encontré con un mensaje de Nate con el siguiente asunto:
«LÉELO, POR FAVOR».
Vacilé unos segundos antes de abrirlo.
Pen:
Confío de verdad en que me des una oportunidad al leer este correo, aunque seguramente no lo harás. Tienes razones más que suficientes para estar furiosa conmigo. Lamento muchísimo haberte hecho daño. Desde que regresé a casa, tengo el ánimo por los suelos. Te echo mucho de menos. Lo eres todo para mí y lo que hice, lo que dije, estuvo horriblemente mal. Soy un idiota. Un cretino. Un fracasado.
Te pido perdón, Penny. Si estuviera en mi mano borrar lo que hice y acabar con el daño que te he causado, no lo dudaría. Haría cualquier cosa por ti. Te necesito en mi vida, y sin ti estoy perdido.
Echo en falta hablar contigo. Echo en falta verte. Te echo en falta a TI.
Cuando mis padres me dijeron lo de Acción de Gracias, la idea de volver a verte me emocionó, hasta que comprendí que a ti no te ocurriría lo mismo. ¿Crees que tu precioso y compasivo corazón accederá, por lo menos, a escucharme el día de Acción de Gracias? Pen, hay tantas cosas que quiero decirte. Lo eres todo para mí. Quiero que vuelvas, y estoy deseando hacer lo que sea para volver a ganarme tu confianza.
Por favor, habla conmigo.
Besos,
El idiota integral
La flecha del ratón revoloteó sobre el comando «Eliminar», pero no me sentí con fuerzas para borrar el mensaje.
Sonó el timbre y di un respingo. Tuve que salir corriendo y aparté el correo de Nate de mi mente.
—¿Estás bien? —preguntó Tracy al verme.
Asentí.
—Creo que la reunión va a ser multitudinaria. Más vale que empecemos con los preparativos.
Diane y Tracy intercambiaron miradas de inquietud. Yo fingí no darme cuenta.
Media hora más tarde, la reunión era un auténtico caos.
Al llegar a cuarenta, perdí la cuenta de las chicas que se habían congregado en el sótano. Semejante concurrencia debería haberme emocionado, pero no dejaba de preguntarme quiénes habían acudido porque de verdad creían en el Club de los Corazones Solitarios, y quiénes estaban allí porque nos habíamos convertido en «lo más» del instituto McKinley.
—De acuerdo, ¿qué vamos a hacer? —chilló Rosanna, sentada en el brazo de un sofá abarrotado de gente.
Todas las asistentes me clavaron la mirada.
—Tengo la impresión de que mi lado desagradable va a asomar esta noche —me susurró Tracy.
—Dale una oportunidad —supliqué. No me veía con fuerzas para soportar otra escena más, sobre todo después del e-mail de Nate. Aunque tenía que admitir que no daba la impresión de que Rosanna se hubiera enterado muy bien de qué iba el club—. Mmm, vale, atención todo el mundo —elevé la voz para que se callaran—. Esta noche estamos al completo.
Rosanna levantó la mano.
—Tengo una pregunta para ti.
Procuré disimular mi desagrado.
—Mmm, sí.
—¿No se suponía que no podíamos salir con chicos?
—Mmm, bueno, las socias —me aseguré de que se diera cuenta de que todavía no era una socia oficial— sabemos que el club va mucho más allá de no…
—Sí, pero ¿acaso no tienes una cita con Ryan Bauer? —espetó Rosanna, con un ostentoso gesto de altanería en su alargado semblante.
Todos los ojos se fijaron en mí. El «equipo original» —tal como Tracy, Diane y yo nos referíamos al grupo de seis amigas— estaba al tanto de mi salida con Ryan. Y nadie parecía darle importancia. Porque no tenía importancia.
—En realidad, no. Vamos a ir a un concierto. Ryan y yo somos amigos desde hace años, así que no veo el problema.
—Ajá. Entonces, ¿no te interesa Ryan?
Diane lanzó a Rosanna una mirada asesina.
—Mira, no es asunto tuyo.
—Bueno —Rosanna se levantó y echó hacia atrás su endeble melena con mechas rubias—, me estáis pidiendo que deje de salir con chicos, ¿no? Pues quiero asegurarme de que nuestra «líder» está diciendo la verdad al club —ni siquiera intentaba ocultar su sarcasmo.
—No va a ser una cita en plan romántico —insistí.
Diane se levantó del suelo.
—A ver, que todas las nuevas se reúnan conmigo en la planta de arriba. Hay unas cuantas reglas que tenemos que repasar para comprobar que la gente ha venido —miró directamente a Rosanna— por las razones oportunas.
Unas veinte chicas subieron con Diane.
—¿En qué lío nos hemos metido? —preguntó Jen. Me sorprendí un poco. Jen levantó las manos—. No, no me refiero al club, sino a Rosanna y a las demás chicas que han venido a por sus quince minutos de fama.

Por curioso que parezca, yo sí estaba pensando en el club.
La semana de instituto transcurrió a toda velocidad, y el jueves se presentó sin que apenas me diera cuenta. No había contestado el e-mail de Nate, y él no había vuelto a escribirme. Odiaba que me hubiera dicho, punto por punto, las palabras apropiadas. No quería enfrentarme a ello, de modo que no me paraba a pensarlo. Lo cual significaba no contárselo siquiera a mis amigas, pues le otorgaría al asunto una dimensión más real. Y ya tenía bastantes cosas de las que ocuparme: no sólo defender mi «no cita» con Ryan, sino también decidir cómo se viste una chica para semejante «no cita».
Miré en mi armario una y otra vez con la esperanza de que la respuesta se presentase por sí sola. En un primer momento, pensé en una camiseta vintage de los Beatles y unos vaqueros, pero me di cuenta de que sería un tanto hortera; además, estaba convencida de que los espectadores de más de cincuenta años iban a vestirse precisamente así. Oí que sonaba el timbre y a toda velocidad me puse una camiseta blanca ceñida y una chaqueta de pana azul marino.
Llegué al piso de abajo justo a tiempo de oír que mi padre le decía a Ryan:
—¿Sabes? Me parece bien que haya bandas que quieran mantener viva la música, pero el público no debe engañarse…
—¡Ya estoy aquí! —interrumpí. Temía que Ryan huyese en estampida si mis padres se mantenían en sus trece. Me despedí con un gesto de la mano mientras me dirigía a la puerta. Eché una ojeada a Ryan y traté de no fijarme en lo especialmente guapo que estaba con sus pantalones caqui y su camisa azul. Rita y yo solíamos decir en plan de broma que los chicos siempre iban así vestidos para la primera cita, mientras que las chicas se ponían vaqueros y camiseta negra. Como yo no me había puesto una camiseta negra, estaba claro que no se trataba de una cita en el sentido estricto de la palabra.
—Un segundo, Penny Lane —papá me miraba de una forma un tanto rara. «Por favor, no me sueltes un sermón; por favor, no me sueltes un sermón»—. Tesoro, ¡estás preciosa! ¿Es que te has puesto maquillaje?
«Dios mío, ¿por qué? Dime, ¿por qué?».
Volví la vista a Ryan, que exhibía en el rostro una sonrisa deslumbrante. Era evidente que mis padres le hacían gracia, le ocurría a casi todo el mundo… excepto a sus hijas.
Las mejillas me ardían de vergüenza.
—Papá…
—Cariño, déjala en paz —por una vez, mamá acudió al rescate—. Que te diviertas, Penny. Y tú también, Ryan. Y Penny, es verdad, estás preciosa. Me cuesta creer lo rápido que te estás haciendo mayor. Si parece que fue ayer…
—Yesterday… —empezó a cantar mi padre.
«Quizá —pensé— debería volver corriendo a mi habitación y esconderme… hasta cumplir los dieciocho».

En cambio, saqué a la luz la pizca de dignidad que me quedaba.
—Si habéis terminado de avergonzarme, nos pondremos en marcha…
—Bueno, Ryan —le dije una vez que quedamos libres—, ahora entenderás por qué estoy buscando universidades en Europa.
Ryan soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Los padres se creen con el derecho de humillar a sus hijos, seguramente como una forma de vengarse de sus propios padres. Tú harás lo mismo, ya lo verás.
Una cosa estaba clara: estaba decidida a poner a mis hijos nombres normales.
Nos acercamos al coche y Ryan abrió la puerta del acompañante para que me montara. Sin duda, el gesto encajaba en la categoría de «cita romántica».
—Además —añadió Ryan mientras ocupaba su asiento—, tus padres sólo están diciendo la verdad. Esta noche estás preciosa.
La mente me daba vueltas mientras el coche iniciaba la marcha.
«¿Puede alguien explicarme qué está pasando exactamente?».
Durante el trayecto hablamos más que nada del instituto y los cotilleos sobre los profesores, pero un único pensamiento me invadía la mente: «Ryan Bauer me ha llamado preciosa. Ryan Bauer piensa que soy preciosa».
O tal vez sólo había tratado de ser amable.
En el reservado del restaurante, miré al lado contrario de la mesa y lo vi examinando la carta. Su cabello negro y ondulado seguía húmedo de la ducha que, sin duda, se había dado después del entrenamiento. Levantó los ojos y me pilló mirando.
—¿Ves algo que te apetezca?
«Ni te lo imaginas».
Me debatía sobre qué tomar. Rita siempre pedía ensalada en la primera cita con un chico, pero en mi caso no se trataba estrictamente de una primera cita. Aunque, en efecto, me pregunté si Ryan esperaría que pidiera algo ligero. El caso es que me moría de hambre…
—¿Qué te apetece, cielo? —nuestra camarera de mediana edad bajó la mirada y me dedicó una sonrisa alentadora, seguramente percatándose de que era nuestra… bueno, lo que fuera.
Me decidí por un sándwich club con patatas fritas y un refresco. Odiaba las ensaladas, y nunca habría dado mi aprobación a una chica que hubiera renunciado a su identidad por culpa de un chico, aunque no fuera más que un amigo. No estaba dispuesta a fingir ser alguien que no era. Aunque confiaba en que Ryan pidiera algo parecido, la verdad.
—¿Y para ti? —la camarera miró a Ryan de arriba abajo, a todas luces impresionada. Otras chicas probablemente se ofenderían al ver a otra mujer examinando a su pareja o, en mi caso, pseudopareja; pero yo me lo tomé como un

cumplido. Además, tendría unos veinte años más que nosotros.
—La ensalada de lechuga… —comenzó a decir Ryan. El corazón me golpeaba en el pecho. «No, no, no, por lo que más quieras, no puedes pedir una ensalada, ¡eres un tío de dieciséis años!»— con salsa ranchera, para empezar; luego, hamburguesa doble con queso, patatas fritas y batido de chocolate.
«Ése es mi chico».
«Bueno, técnicamente, no es mi chico».
—En fin, Penny, la verdad es que me sorprende un poco que hayas accedido a salir conmigo.
—¿Por qué lo dices?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Para ser sincero, me asustaba la idea de que tus amigas me amarraran a la fuerza al enterarse de que íbamos a ir juntos a algún sitio.
—Ya sabes, lo que Todd dice sobre el club no es verdad —noté que las mejillas me empezaban a arder.
—En cualquier caso, me apetecía mucho que llegara este día —levantó los ojos y me sonrió.
«A mí también —pensé para mis adentros—. Demasiado, quizá».
Transcurrieron unos instantes de silencio. Me costaba escapar de su mirada.
—Bueno, de todas formas… —Ryan miró hacía el otro lado y se pasó la mano por el pelo—. Mmm, confío en que no te lleves un chasco cuando te lo diga, pero no sé mucho sobre los Beatles. Debo de conocer un par de canciones, no más.
—¿¡Cómo!? ¡No hablas en serio! —exclamé casi a gritos, olvidando que estábamos en un restaurante.
—¡Vaya! Lo siento. Es una de las razones por las que quería asistir al concierto, para ver a qué viene tanto jaleo.
—¿A qué viene tanto jaleo? —me agradó enterarme de que Ryan tenía un defecto, y bien gordo—. Los Beatles han sido la mejor banda musical de todos los tiempos. Los Beatles…, ellos… —enterré la cabeza entre las manos.
—¿Qué pasa?
—Nada. Es que me he recordado a mis padres y se me ha puesto el pelo de punta.
—Venga ya —Ryan me agarró por la barbilla y la levantó de entre mis manos—. A mí me parece encantador.
—Sí, encantador, de una manera delirante. Como un cachorrillo borracho.
Negó con la cabeza, pero no apartó la mano de mi barbilla.
—No, me refiero a encantador de una manera irresistible.
La sonrisa en su rostro fue disminuyendo a medida que, poco a poco, se inclinaba hacia delante…
—¿Quién ha pedido ensalada?
Se incorporó y nos sirvieron la comida. Bajé la mirada a mi plato y traté de reponerme. Notaba sobre mí los ojos de Ryan.
¿En serio iba a…?

El sábado anterior y la intervención de Rosanna me vinieron a la mente. Si Ryan…, el Club de los Corazones Solitarios se destruiría.
No, eran tonterías mías. Ryan sólo se había acercado para hablarme. Quería ser amable, nada más. Siempre había sido amable conmigo. Saltaba a la vista que yo estaba tergiversando las cosas.
Empecé a comerme las patatas fritas, deseando poder escaparme a llamar a Rita por el móvil.
Se trataba de una emergencia extraordinaria.
—¡No hablas en serio!
Ryan me miró y puso los ojos en blanco.
—Venga, déjalo ya.
Me dio mi entrada mientras accedíamos al Centro Municipal. Me fijé en que el sobre de la agencia de venta de entradas llevaba el nombre de Ryan, y no el de su madre o su padrastro, aunque se suponía que eran ellos quienes las habían comprado.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando Ryan me colocó la mano en la cintura para guiarme hasta nuestros asientos.
—Muy bien, ponte difícil —me senté y crucé los brazos.
Ryan soltó una carcajada.
—Así que soy yo quien se pone difícil, ¿eh? En serio, Penny, no sabía que eras de las testarudas.
—Pues sí, como la que más —traté de reprimir la risa—. Aparte de eso, no soy yo quien se niega a razonar.
Ryan colocó el brazo sobre el respaldo de mi butaca y se inclinó hacia mí.
—¿De verdad? —su voz denotaba que se estaba divirtiendo—. No creo que haya una sola persona en esta sala que se pusiera de tu parte en esta discusión.
Me repantigué en mi asiento y suspiré exageradamente.
—De acuerdo, no me creas —me dedicó una sonrisa engreída. Empezó a inspeccionar la multitud de personas mayores entre el público—. Perdone, señora —dio un golpecito en el hombro a la mujer que teníamos delante.
—¿Qué haces? —pregunté, conmocionada.
Se giró hacia mí.
—Demostrar que tengo razón.
Una mujer de algo más de cincuenta años —con una camiseta de los Beatles, claro está— se dio la vuelta y se sorprendió al ver a alguien tan joven como Ryan entre los nacidos en el baby boom.
—Perdone que la moleste, señora —Ryan dirigió su sonrisa más deslumbrante a la mujer, que no parecía haberse molestado en más mínimo—. Confío en que pueda ayudarme con un pequeño desacuerdo que tengo con mi pareja.
«¿Acababa de decir pareja?».
Ryan prosiguió:

—Verá, me gusta pensar que la caballerosidad sigue vigente, de modo que esta noche trato de actuar como un caballero —la mujer asintió, emocionada. Estaba claro que Ryan se saldría con la suya—. Bueno, pues parece ser que he disgustado a esta hermosa mujer que tengo a mi lado, quien, por cierto, se llama como una canción de los Beatles —Ryan me señaló con un gesto, y me esforcé por sonreír y saludar con la mano a la amable señora, en lugar de propinar una bofetada a mi caballeroso acompañante—. Francamente, creo que no está siendo justa. La invité a salir esta noche, así que lo lógico es que pague yo; pero ella se niega a cooperar.
Ryan giró la mirada hacia mí y me guiñó un ojo. Deslicé el pie y le clavé el tacón en el pie izquierdo.
—¡Ay! —apartó el pie y se aclaró la garganta—. En su opinión, ¿no le parece que debería limitarse a dar las gracias, en lugar de lanzarme el dinero a la cara?
La mujer dio unas palmaditas en la rodilla de Ryan.
—Desde luego, es encantador por tu parte. Se ve a la legua que eres un novio excelente.
Abrí la boca para protestar, pero Ryan levantó la mirada, dedicando a la mujer una amplia sonrisa.
—Vaya, muchas gracias, señora.
La mujer se sonrojó levemente, disfrutando de la atención que Ryan le dedicaba. Se inclinó hacia él.
—¿Primera cita?
Contuve el aliento.
Ryan sonrió.
—Sí. Por cierto, ¿qué posibilidades cree usted que tengo de una segunda cita si la obligo a pagar?
Las tinieblas me envolvieron. Durante un instante confié en estar sufriendo una especie de ataque. Parpadeaba sin cesar, aunque la oscuridad no desaparecía. Entonces, los oídos se me inundaron de gritos y el pulso se me aceleró. Merecido castigo por haber salido con un chico.
Las luces estallaron a unos metros de distancia a la vez que cuatro tipos vestidos con trajes negros efectuaban su entrada en el escenario.
El concierto. Sacudí la cabeza mientras regresaba al presente. Ryan se puso en pie con el resto del público cuando los Falsos Cuatro de Liverpool iniciaron la actuación con I Want to Hold Your Hand. Tuve que apoyarme en el brazo de la butaca para poder levantarme; la cabeza me daba vueltas por un exceso de confusión.
Miré a Ryan. Me sonrió y, con suavidad, me rodeó la cintura con los brazos.
«Estoy en una cita con Ryan Bauer».
El estómago me pegó un salto mortal y traté de recuperar el aliento.
«Mierda, estoy en una cita con Ryan Bauer. ¡Y se supone que no puedo salir con chicos!». Y eso no era todo. También había asegurado delante de todo el Club de los Corazones Solitarios que no iba a ser una cita en plan romántico.
Me concentré en la música. Las letras de las canciones me despertaban recuerdos —buenos y malos— a medida que el concierto avanzaba.

«Venga, Penny. Eres capaz de manejar esto».
Las luces se atenuaron y una guitarra empezó a tocar. El corazón se me desplomó. Notaba que los ojos se me cuajaban de lágrimas y traté de reprimirlas con todas mis fuerzas. Intenté sacarme la letra de la cabeza, pero no lo conseguí. La situación se me complicaba, todo estaba saliendo mal. Y, por descontado, nadie como John, Paul, George y Ringo —incluso los falsos— para poner las cosas en perspectiva.
Empecé a mecerme al ritmo de la música y cerré los ojos. Canté a coro las canciones que hablaban de desesperanza, de melancolía y de actuar como un idiota en el amor. En resumen, lo que yo misma sentía en ese momento.
Era una hipócrita completa. Aunque no había parado de explicar a la gente que no se trataba de una cita romántica, una gran parte de mí había deseado que sí lo fuera. Ahora caía en la cuenta.
Me sentía a gusto. Ryan no había hecho más que ser amable conmigo. Era una buena persona.
Pero lo mismo había pensado de Nate: era agradable conmigo, era una buena persona. Y entonces, me mintió y me rompió el corazón.
Me había prometido a mí misma que jamás permitiría que volviera a suceder.
«Idiota integral».
Así se había calificado Nate.
Pues yo no quería ser otra idiota integral.
Por mucho que quisiera engañarme en el sentido de que, con Ryan, las cosas serían diferentes, no era verdad. Me negaba a caer en la misma trampa. No era tan inocente.
Cuando la canción terminó, supe lo que debía hacer. Aquello tenía que terminar: el coqueteo, el deseo… Todo. No se trataba sólo de lo que yo quisiera; se trataba de lo que fuera mejor para el grupo, para mis amigas.
«Penny, afronta las consecuencias. Ya lo dice la canción, You've got to hide your love away: tienes que ocultar tu amor. Y no sólo esconder tus sentimientos. Tienes que destruirlos. Matarlos antes de que ellos te maten a ti».
Las luces se encendieron y Ryan, emocionado, me miró.
—Ha sido increíble…, pero no les digas a tus padres que he dicho eso, ¿vale?
Le dediqué una fugaz sonrisa y me dispuse a salir por el pasillo. Permanecí en silencio durante la mayor parte del trayecto de vuelta, y sólo contestaba las preguntas de Ryan sobre los Beatles.
Cuando giró por la esquina de mi casa, supe que necesitaba una estrategia de salida rápida, algo que me garantizara que no habría una segunda cita. Conociéndome, no iba a resultar muy elegante.
Ryan se detuvo en el camino de entrada.
—Penny, me alegro mucho de que hayas salido conmigo esta noche. Me lo he pasado muy bien.
Salté del coche antes de que tuviera ocasión de apagar el motor. Me giré, con la puerta abierta, y vi a un Ryan anonadado.
—Sí, gracias. Adiós —respondí. Cerré la puerta de un golpe y salí corriendo

hasta la puerta principal, tratando desesperadamente de entrar en casa antes de echarme a llorar.
«Estoy haciendo lo que debo».
Eso pensaba repetirme una y otra vez.

Capitulo 25

—¿Qué tal anoche? —me preguntó Tracy cuando me monté en el coche a la mañana siguiente.
«Horrible».
—El concierto estuvo bien… —respondí a la vez que me ponía a rebuscar en mi bolsa de lona, sin saber muy bien qué estaba buscando.
—Ya. ¿Ryan trató de ligar contigo?
Me quedé mirando a Tracy como si se hubiera vuelto loca.
—Oye, no le culparía por intentarlo. ¡Eres un pibón!
Ignoré su comentario y seguí rebuscando en mi bolsa.
—Venga, Pen, sólo era una broma. Ryan es un tío legal. Si hay un chico por quien rompiera las reglas es él.
La bolsa se me cayó al suelo.
—¡Mierda! Lo siento —me puse a recoger los libros y los bolígrafos.
—¿Estás bien?
«No, para nada».
—Sí.
Diane nos esperaba junto a las puertas del instituto.
—Hola, Penny, ¿qué tal anoche?
—Muy bien.
Diane pareció desconcertada.
—¿Muy bien?
Me puse a escarbar en mi bolsa mientras caminábamos.
—Sí, lo pasamos bien. La banda era genial; pero, claro, no tocaron todas las canciones que me apetecía escuchar aunque, al fin y al cabo, tratándose de los Beatles, hay un montón de temas clásicos. ¿Sabíais que han tenido más canciones número uno en las listas que cualquier otro músico en la historia?
Tracy se limitó a negar con la cabeza. Estaba acostumbrada a oírme recitar datos sobre mi grupo musical favorito. Diane trató de decir algo, y descubrí que no me sentía capaz de dejar de hablar sobre la historia de los Beatles. Tracy se encaminó hacia su taquilla, pero Diane continuó siguiéndome.
—Penny —me puso una mano en el brazo, seguramente tratando de calmar mi nerviosismo—. ¿Hay algo de lo que quieras hablar conmi…?
—Ay, se me ha olvidado una cosa. ¡Tengo que irme! —anduve en dirección contraria a mi taquilla y a mi primera clase de la mañana. Lo que fuera antes que mantener una conversación sobre Ryan con Diane.
Iba a ser un día muy largo.

—¿Te importa encargarte de la incisión? La mano me está matando —Tyson no paraba de flexionar su mano derecha y hacer muecas de dolor.
—Claro que no —agarré el escalpelo que él sujetaba—. ¿Qué te ha pasado?
—Me imagino que habrán sido demasiados ensayos —parecía un tanto preocupado.
—¿Se acerca un acontecimiento importante?
—Podría llamarse así —miró hacia abajo. Al ver que yo no respondía, subió los ojos y me miró—. Voy a hacer una prueba.
Pero él ya tenía una banda. Me figuré que ambicionaba metas más altas.
—¿Para qué es la prueba?
—Juilliard —volvió a bajar la vista.
—¿Juilliard? ¿La mismísima Juilliard? —pregunté elevando la voz—. ¿La escuela de música?
Mientras asentía, las mejillas se le sonrojaron y miró a su alrededor, confiando en que nadie me hubiera oído.
—Sí, y me parece que he estado ensayando demasiado. Me interesa mucho conseguirlo.
Estaba conmocionada. Juilliard debía de ser la escuela musical más prestigiosa del país.
—¿Qué vas a tocar? —Tyson resultaba fascinante. Cada vez que pensaba que ya lo conocía, me volvía a sorprender.
«Igual que Ryan, que resultó ser una sorpresa maravillosa».
Entonces, la voz de la razón se abrió paso en mí:
«Nate también te sorprendió. Y también fue maravilloso al principio, ¿o no?».
—Bueno, primero voy a interpretar la sonata en do menor de Beethoven y, luego, una pieza original a la guitarra.
—¿Es que tocas el piano?
Asintió.
—Desde los cuatro años.
Sacudí la cabeza de un lado a otro, impresionada.
—En serio, Penny, ¿hasta qué punto piensas que soy un fracasado?
No pensaba que Tyson fuera un fracasado. De hecho, lo consideraba un buen chico. Sí, un buen chico. A pesar de que semejante combinación de palabras me parecía una contradicción, quizá estuviera confundida… con respecto a Tyson.
Tyson no era Nate.
Tyson no era Ryan.
Tuve la corazonada de que se portaría bien con Morgan. Y Morgan se merecía un buen chico.
Me quedé mirándolo.
—Deberías pedirle a Morgan que saliera contigo.
—¿Cómo?

Me acerqué a él.
—Te he dicho que deberías pedirle a Morgan que saliera contigo.
—Pero… creía…
—Olvídate del Club de los Corazones Solitarios. Yo me encargaré.
Una expresión de pánico le cruzó el semblante.
—Pero ¿cómo sé si va a aceptar?
—Porque le gustas. Desde hace mucho, muchísimo tiempo.
Tyson esbozó una sonrisa tan amplia que dio la sensación de que iba a estallar.
—Vale, lo haré. Pero después de las pruebas. Ya estoy bastante nervioso por el momento.
—¡Genial!
Decidí que al menos una socia del Club de los Corazones Solitarios debería conseguir lo que quería.
—Verás, no sé si he hecho algo malo —le confesé a Tracy después del almuerzo.
—¿Has besado a Ryan? —preguntó, prácticamente pegando botes.
—No, ¡qué dices! No tiene nada que ver con Ryan.
Le conté a Tracy lo de Morgan y Tyson, y ella asentía a medida que procesaba lo que iba escuchando.
—El que Morgan salga con él no es para tanto, me parece a mí —opiné—. Mientras siga asistiendo a las reuniones de los sábados y almorzando con nosotras, ¿dónde está el problema? En cuanto empiece a perder su identidad, la recuperamos y punto.
—¿Te das cuenta de que esto va a cambiar las cosas en el club?
Hice un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Ya lo sé, pero no veo nada malo en hablar del asunto el sábado.
Me puse a deambular de un lado a otro, contemplando la posibilidad de saltarme una clase por primera vez en mi vida de instituto. Hasta el momento había conseguido esquivar a Ryan, pero no por mucho tiempo. Cuando doblé la esquina para dirigirme a Historia Universal, lo vi con el rabillo del ojo. Inmediatamente me acerqué a Jackie Memmott, que se sentaba dos filas detrás de nosotros, y empecé a hacer comentarios sin importancia acerca del club. Fingí estar sumida en una intensa conversación, pero noté que Ryan se inclinaba hacia la derecha de su mesa, cerca de donde yo me sentaba.
—Señorita Bloom, ¿puedo empezar la clase? —preguntó la señora Barnes mientras, con aire impaciente, golpeaba el lateral de su mesa con la tiza.
De acuerdo, tal vez yo no estuviera actuando con la discreción suficiente. Volví a mi mesa y, mientras tomaba asiento, le dediqué a Ryan una débil sonrisa. Tenía la intención de concentrarme en la clase y tomar apuntes y trabajar en serio y estudiar. No iba a permitir que me distrajera. Noté que escribía en su cuaderno. Daba la impresión de que no le costaba concentrarse.
Sentí un golpecito en mi mano izquierda y estuve a punto de pegar un bote.

Ryan desplazó su cuaderno para que yo viera lo que había escrito. Traté de hacer caso omiso, pero empujó el cuaderno hasta tal punto que casi me lo plantó en las rodillas.
¿Va todo bien?
Me limité a mirar al frente y asentir.
Volvió a escribir en su cuaderno mientras la señora Barnes hablaba y hablaba en tono monótono sobre las implicaciones económicas de la Segunda Guerra Mundial.
Ryan volvió a darme un toque en la mano. Eché un vistazo.
Anoche lo pasé genial.
Una sonrisa se me extendió por el rostro al acordarme de lo mucho que me había divertido. Se le iluminó la cara y se incorporó, claramente satisfecho con mi reacción.
¿Por qué se me había ocurrido sonreír, y por qué me estaba poniendo él las cosas tan difíciles? Apartar a Ryan Bauer de mi mente iba a resultar mucho más complicado de lo que pensaba.
Cuando sonó el timbre, me levanté de un salto y me dirigí a la puerta lo más rápido posible. Noté un tirón y me caí de bruces sobre el frío y duro suelo de baldosas. Traté de comprender qué había ocurrido mientras un grupo de gente se congregaba a mi alrededor. Me puse de pie y desenrollé el asa de mi bolsa de lona, que se había enganchado en una silla.
—¡Eh, Penny! ¿Te encuentras bien? —preguntó Ryan a la vez que se acercaba a toda velocidad.
—Perfectamente —las palabras me salieron con un tono más brusco del que pretendía, aunque acaso fuera mejor así. Ryan trató de ayudarme, pero le aparté el brazo de un empujón—. Estoy perfectamente. Es que tengo prisa…
—Sí, ya me he dado cuenta —su tono me sorprendió; la situación ya no le hacía gracia. Nos miramos el uno al otro en silencio, hasta que oímos un anuncio por el altavoz: «Penny Bloom, acuda por favor al despacho del director. Penny Bloom».
Terminé de recoger mis cosas mientras Todd emitía una serie de «ohs».
—Parece que la pequeña Miss Thang está en apuros.
—Cierra el pico, Todd —espetamos Ryan y yo al unísono.
Ryan me lanzó una última mirada dolida y abandonó el aula.
Me dirigí al despacho del director mientras me esforzaba por averiguar qué habría hecho mal. Vi a mis padres esperando, con aspecto preocupado. Eché a correr hacia ellos.

Capitulo 26


—¿Qué ha pasado? —pregunté en cuanto hube entrado en las oficinas de Dirección.
—Dínoslo tú —respondió mamá—. El señor Braddock nos llamó diciendo que se trata de un asunto importante. Tu padre ha tenido que cancelar varias citas en su consulta para poder venir.
Estaba desconcertada. Me quedé mirando a mis padres; se notaba que estaban furiosos.
—No lo sé.
No había copiado en los exámenes. No había llegado tarde a las clases. Mis notas, que siempre habían sido buenas, habían mejorado aquel curso…
Se abrió la puerta del despacho del director. El señor Braddock salió y nos hizo señas para que entrásemos. Braddock era un hombre calvo, grande y robusto, que parecía agradable hasta que abría la boca. Mientras nos dirigíamos a su despacho, forrado de paneles de imitación a madera y plagado de fotos y trofeos de sus días de gloria en el McKinley, más de treinta años atrás, noté que el pulso se me aceleraba.
—Les pido disculpas por convocarlos con tan poca antelación —hizo un gesto hacia mis padres—, pero tenemos un problema con Penny que se nos empieza a ir de las manos. No sé si están al tanto de ese pequeño «club» que ha fundado su hija.
«¿CÓMO?».
—Claro que sí —respondió papá—. Se reúnen en nuestra casa los sábados por la noche. Son unas chicas estupendas.
El director Braddock se rebulló en el asiento.
—Entiendo. El caso es que el asunto está causando problemas en el instituto.
«¿Ah, sí?».
—¿Ah, sí? —replicó mamá—. ¿Qué clase de problemas?
El director Braddock se ajustó la corbata.
—Doctor Bloom, señora Bloom: el problema es que Penny está utilizando sus experiencias desafortunadas para volver a la población femenina del McKinley en contra de los varones del centro.
Me quedé muda de asombro.
—¡El club no va de eso!
El director Braddock levantó una mano para silenciarme.
—Veamos. Lamento mucho que Penny no sea capaz de encontrar novio…
—¡No le consiento que diga eso! —protestó mamá.
El director Braddock volvió a poner las manos en alto.
—Mis disculpas. Lo que quiero decir es que no me parece apropiado que Penny

imponga sus ideas al resto del alumnado femenino, sobre todo a las estudiantes de tercero de secundaria, todavía muy influenciables.
—Un momento —replicó mamá—. Penny Lane ha formado un grupo de amigas increíble. No tienen intenciones ocultas, se limitan a pasar tiempo juntas sin las presiones propias de las citas con chicos. Señor Braddock, usted mejor que nadie conoce las complicaciones que acarrean los romances de instituto. Lo que me sorprende, precisamente, es que no fomente el club.
Dirigí la mirada hacia mi madre y vi que las mejillas le ardían. Aquello iba a estar bien.
—Señora Bloom, no pienso cruzarme de brazos y permitir que una chica dirija el instituto. Penny está adquiriendo excesiva importancia en el McKinley. Me temo que su influencia sobre la población femenina empieza a quedar fuera de control.
Mamá, impaciente, se puso a golpear el pie contra el suelo.
—Sin embargo, a usted no le preocupa el hecho de que uno de sus atletas, sólo porque lance el balón muy lejos, sea objeto de adoración por parte de toda la población masculina, ¿me equivoco? Permítame hacerle una pregunta, señor Braddock. ¿Alguna de las socias del club ha tenido problemas de alguna clase?
—Bueno, técnicamente no. Pero el club del que hablamos no ha sido autorizado por la dirección del centro, por consiguiente…
—Por consiguiente —interrumpió mamá—, no es un asunto de su incumbencia.
El director Braddock se aclaró la garganta.
—Por consiguiente, entenderán el dilema: el instituto no puede fomentar aquello que no ha autorizado previamente. No puedo consentir que el club continúe.
Mamá cruzó las piernas.
—Disculpe, señor Braddock; pero ¿las calificaciones de Penny han empeorado?
—No…
—De hecho, sus notas han mejorado este último semestre, ¿no es verdad?
Braddock se puso a revisar la delgada carpeta que contenía mi expediente.
—Supongo que sí.
—Es decir, Penny Lane no ha hecho nada malo, el club no está afectando a sus notas y las socias se reúnen fuera del recinto del centro, ¿tengo razón?
—Técnicamente…
—Por lo tanto, no veo dónde reside el problema.
—El problema, señora Bloom —el rostro del señor Braddock parecía a punto de estallar—, reside en que después del artículo publicado en el Monitor, muchos varones de este instituto han protestado. Y no sólo eso. También he recibido informes preocupantes por parte de mi Comité de Asesoría sobre el Alumnado.
«Un momento, Ryan no habría…».
—Todavía no ha ocurrido nada malo, lo cual no significa que no vaya a ser así. El club traerá problemas. Sí, PRO-BLE-MAS.
Mamá se levantó.
—Bueno, pues me importa una MIER…
—Becky —papá tomó la palabra, por fin. Se levantó y puso una mano en el

hombro de mi madre. El señor Braddock se tranquilizó visiblemente, quizá confiando en que mi padre le diera la razón.
—Gracias, doctor Bloom.
—Penny Lane —dijo papá—. Venga, nos vamos. Señor Braddock, estoy seguro de que no pondrá reparos en que nos llevemos a Penny, ya que no me parece justo que tenga que pasar el resto del día en el instituto después de cómo la ha insultado usted.
Papá agarró su abrigo. Me quedé mirándolo, inmóvil.
—Además, señor Braddock, como padres de Penny fomentamos ese «pequeño club», como usted lo llama. Lo que nuestra hija ha conseguido es excepcional y, en vez de regañarla, debería colgar su retrato en la pared. Estamos muy orgullosos de ella.
Papá me abrazó y me plantó un beso en la frente.
—Vamos, hija. Recoge tus cosas.

Capitulo 27

La noticia de mi repentina partida se extendió como el fuego por todo el instituto. Con la excepción de las socias del club, la gente creyó que me habían expulsado. Todd llegó incluso a contar que la policía había tenido que escoltarme para salir del edificio. Ni que decir tiene que durante el trayecto a casa envié mensajes a Tracy y a Diane explicándoles la verdad, y ellas se lo contaron a las demás socias del Club de los Corazones Solitarios. Todas me consideraban una heroína.
En nuestra siguiente reunión, la euforia reinaba entre las asistentes. Era como si la condena del club por parte de Braddock, de alguna manera, nos otorgara validez.
Abrigué la esperanza de que fuera un buen momento para efectuar un anuncio.
Diane y Tracy se colocaron a mi lado, frente al público. Examiné al grupo y vi que Morgan se sonrojaba. Se había entusiasmado al enterarse de que le gustaba a Tyson, pero, por suerte, no había querido abandonar el club.
—A ver, os pido que nos escuchéis antes de tomar una postura o sacar conclusiones precipitadas —miré directamente a Rosanna—. Fundé este club porque estaba harta de los chicos, es verdad; pero a medida que ha ido creciendo, me he dado cuenta de que se trata, más que nada, de darnos prioridad a nosotras mismas, lo cual se nos da bastante bien. En el momento presente, considero que el objetivo no debería ser renunciar a salir con chicos, sino mantenernos fieles a nuestras amigas. Si una de nosotras quiere salir…
—¡Lo sabía! —Rosanna abandonó su asiento—. ¡Lo sabía! ¡Quieres salir con Ryan! —me señaló como si yo fuera un criminal convicto.
—Si no te importa esperar y escucharme…
—Vaya, esto es genial. Menuda líder estás hecha —replicó.
Me percaté de que todo el mundo lanzaba miradas furiosas a Rosanna.
—No se trata de mí —contraataqué.
—¿Ah, no? —Rosanna puso los ojos en blanco con gesto teatral—. Qué casualidad que decidas cambiar las reglas después de haber salido con el tío más guapo del instituto —los celos se filtraban en su tono de voz—. Quizá esto no debería llamarse el Club de los Corazones Solitarios; quizá debería llamarse «el club donde las reglas cambian cuando a Penny le da la gana».
—¡Cierra el pico! —vociferó Tracy—. Sienta ese culo esquelético y escucha lo que Penny tiene que decirte o márchate de una maldita vez. Te adelanto que nadie va a llorar porque te vayas.
Me alegré de tener de vuelta a la Tracy de siempre.
Rosanna tomó asiento con la actitud de una niña de seis años a la que acaban de negarle un poni por Navidad.

—Gracias, Tracy —dije.
—De nada, nuestra líder divina —Tracy me dedicó una sonrisa.
—No se trata de mí. En realidad, se trata de Morgan —la estancia al completo volvió la mirada hacia ella, que se encogió de vergüenza—. Siento centrar la atención en ti, Morgan; pero al final todo el mundo iba a enterarse. Veréis, el chico que le gusta a Morgan desde hace años también está por ella. Bueno, el caso es que Tyson es un tío estupendo, seguramente de los pocos del McKinley, y no quiero ser la responsable de negarles la oportunidad de ver qué podría pasar.
»Así que Tracy, Diane y yo nos hemos sentado con Morgan y hemos llegado al acuerdo de que, siempre que asista a las reuniones de los sábados y a los planes en grupo, y mientras siga siendo la Morgan a quien todas queremos, no hay razón para que no lo intente.
Morgan se levantó.
—Consideradme como un conejillo de Indias. Además, puede que sea prematuro, porque aún no me ha pedido que salgamos…
«Más vale así», pensé. Tyson no tenía ni idea de la polvareda que estaba levantando.
Me acerqué a Morgan y le puse una mano en el hombro.
—A mí, personalmente, me encantará enterarme de todos los detalles sobre tu pareja en nuestra próxima reunión.
Rosanna se echó a reír.
—Estás de broma, ¿no? ¿Y cuándo nos vas a hablar de tu pareja, Penny?
Era el colmo. Me había hartado de Rosanna.
—Permíteme que deje algo meridianamente claro, a ti y a todas las demás —estaba tan furiosa que el cuerpo me temblaba—. No tengo el más mínimo interés en Ryan Bauer, y nunca lo tendré. Así que, para quienes lo dudéis: nunca, jamás, saldré con Ryan.
Se hizo el silencio en la estancia. Tracy y Diane se mostraron horrorizadas.
¿Qué había hecho yo?

Capitulo 28

Aunque las reglas de Tracy para el club me encantaban, se le pasó por alto una fundamental: «Lo que ocurra en el Club de los Corazones Solitarios no debe salir del Club de los Corazones Solitarios».
Yo había considerado que se daba por sentado.
Si no podías confiar en las socias de tu club, ¿en quién podías confiar?
Pero no había contado con una diligente mensajera.
Tracy, Diane y yo entrábamos juntas en el instituto el lunes por la mañana, charlando sobre Morgan y Tyson. Confiábamos en que a él le fuera bien en la prueba y estuviera preparado para declararse a Morgan. Estábamos doblando la esquina cuando Diane puso una expresión de disgusto.
—¡Oh, no! —dijo.
Tracy y yo seguimos su mirada y vimos que Rosanna hablaba con Ryan junto a la taquilla de éste, con una expresión engreída en el semblante.
No podía tratarse de nada bueno.
Diane apretó el paso y Ryan nos vio acercarnos a las tres. Me lanzó una mirada dolida. Luego, cerró su taquilla de un golpe y se alejó.
—Déjame que hable con él —Diane empezó a seguirlo.
Me di cuenta de que Tracy estaba resuelta a perseguir a Rosanna, pero se detuvo al fijarse en mi gesto de pánico.
—Tranquila, Penny —me dijo—. Es una estúpida.
Asentí con lentitud. Tenía el cuerpo entumecido.
—Está decidido, la expulsamos del club —continuó Tracy—. Se lo diré —me condujo hasta mi taquilla y la abrió por mí. Yo sólo era capaz de mirar al frente.
—No, me encargaré yo —repliqué—. Durante el almuerzo —las palabras a duras penas me salían de los labios.
—De acuerdo —Tracy cogió mis libros—. ¿Necesitas algo más?
Sí, necesitaba saber por qué, si no sentía nada por Ryan, estaba destrozada.
Diane me puso al corriente antes del almuerzo.
—Rosanna le ha dicho a Ryan que, básicamente, declaraste delante de todo el club que te parece un chico patético, que ni siquiera te cae bien como amigo y que jamás saldrías con él.
—¡Yo no dije eso! —protesté.
Bueno, salvo la última parte.
—Eso le expliqué yo, pero sigue bastante enfadado. Creo que no le gustó el

hecho de que hablaras de él en público.
—Muy bien —intervino Tracy—. Tranquilicémonos un segundo, recobremos el aliento —me pasó el brazo por los hombros y me miró cara a cara—. A ver, ¿seguro que quieres hacer esto ahora?
Me costaba creer que, en una situación así, Tracy hubiera decidido ser la voz de la razón. Por supuesto que quería hacerlo.
«Pues claro».
«Ahora mismo».
—Sí.
Entré en la cafetería como el soldado que parte a la batalla, con Tracy y Diane a mis espaldas. Rosanna se encontraba a un extremo de la mesa, hablando sin parar a las pobres Eileen y Annette. Pegó un respingo cuando solté mis libros de golpe, a su lado. La mesa al completo guardó silencio.
—Hay algo que tengo que decir —miraba a Rosanna, pero lo dije con el volumen suficiente para que todas me oyeran—. Hay ciertas personas que están en el club por razones equivocadas. Ciertas personas que no están aquí por amistad. Personas manipuladoras e incapaces de ser buenas amigas, aunque sus esqueléticos culos dependieran de ello. Están aquí porque quieren ser populares. Bueno, pues, ¿sabéis qué os digo? Me han utilizado lo bastante a lo largo de mi vida como para cruzarme de brazos ahora y permitir que me vuelva a pasar. Ya es bastante malo que los chicos me hayan tratado a patadas. Pero que me trate a patadas una chica…, una supuesta amiga…, es incluso peor. En el Club de los Corazones Solitarios ya no aceptamos a las saboteadoras.
Rosanna siguió comiendo su plátano mientras paseaba la mirada a su alrededor, como si yo no pudiera referirme a ella de ninguna manera.
—Por lo visto, no me estoy explicando bien —me incliné y la miré de hito en hito—. Rosanna Shaw, te has aprovechado de mí, de nuestro club, de nuestra confianza. Tomaste un comentario que hice cuando pensaba que estaba entre amigas, y lo tergiversaste hasta convertirlo en una mentira ofensiva. Ya no eres bien recibida en el club ni en mi casa ni en esta mesa. ¿Lo entiendes?
Rosanna me miró frunciendo los ojos.
—¿De verdad piensas expulsarme?
—¡Es lo que acabo de hacer! —mi voz subía de tono por momentos—. ¡Fuera de aquí, perra hipócrita y traidora!
—¡Bien! —Tracy se levantó y se puso a aplaudir, seguida por Diane; luego, por Kara y Jen. Al momento, la mesa entera estaba de pie, ovacionándome.
Rosanna se levantó a toda prisa y se dispuso a marcharse. Mientras ocupaba mi asiento, la adrenalina me bombeaba por todo el cuerpo. Examiné los rostros felices que tenía a mi alrededor. Me alegraba enormemente de sentir el apoyo del antiguo club.
Me giré y vi que la cafetería en pleno nos miraba. Algunas mesas, incluso, se sumaron a la celebración de la marcha de Rosanna.
Capté la mirada de Ryan al otro extremo del comedor y le sonreí; pero él apartó

la mirada.
Durante toda la semana, el ambiente de camaradería en el Club de los Corazones Solitarios resultó mejor que nunca. Éramos más fuertes, estábamos más unidas. Tal vez fuera por las amenazas de Braddock, o acaso por la intromisión de Rosanna; pero daba la impresión de que todas las socias se habían comprometido en mayor medida con el club y entre ellas mismas.
El día del debut de Diane como jugadora del equipo de baloncesto McKinley Ravens, nos entregamos por completo a apoyarla. Aunque sólo quedaban dos minutos de partido, todavía no había salido a la cancha.
—La entrenadora Ramsey tendría que sacar a Diane; ganamos por diecinueve puntos —comentó Tracy.
Yo no paraba de lanzar miradas a los padres de Diane, junto a los que Ryan estaba sentado. Me imaginé que habría sido imposible pedir a Todd, o a cualquiera de los chicos, que acudiera a apoyar a Diane, a pesar de todas las veces que ella había animado sus partidos. Yo había tratado de hablar con Ryan después de la debacle del lunes con Rosanna; pero ni se dignaba mirarme. Cada vez que intentaba acercarme a él, se alejaba. Y eso que tenía que haber oído la conversación en la cafetería; todo el mundo llevaba hablando de lo mismo los últimos cuatro días.
El segundo grupo de animadoras del McKinley salió a la cancha. Ni siquiera fingieron entusiasmo por el partido, como si se sintieran castigadas por tener que animar al equipo femenino.
—¡Uf!, esto es espantoso. Yo podría hacerlo mucho mejor —comentó Tracy mientras las animadoras nos preguntaban a los espectadores con voz lánguida si teníamos espíritu deportivo.
Sonó la bocina y ambos equipos regresaron a la cancha. Diane seguía sentada con paciencia en un extremo del banquillo; las rodillas le temblaban visiblemente.
Jen sacó de banda a Britney Stewart, a quien de inmediato una desesperada integrante del equipo de Springfield le hizo falta. El equipo se situó en las líneas de la zona y Britney anotó dos puntos extra sin mayor dificultad.
—¡Vamos, entrenadora! —vociferó Tracy—. ¡Que salga Diane!
Las cinco jugadoras de las Ravens se precipitaron al otro extremo de la cancha. Jen recuperó con facilidad un fallido intento de canasta por parte de Springfield. Agarró el balón con fiereza y cruzó la cancha botando. Una jugadora del Springfield, morena y de gran estatura, fue corriendo a su lado y la derribó con un rápido movimiento de cadera.
Sonó el silbato y los árbitros empezaron a deliberar.
—Más les vale pitar falta técnica —siseó Tracy.
El equipo se congregó cerca del banquillo para recibir instrucciones de la entrenadora Ramsey. Mientras ésta se dirigía al quinteto y repasaba la siguiente jugada, Diane la miraba con intensidad; luego, se mordió el labio y se sumó al partido.

Todas las socias del club nos pusimos de pie y empezamos a vitorear. Se levantaron pancartas, y los cánticos con el nombre de Diane inundaron el gimnasio.
Diane frunció los ojos mientras se colocaba en la línea de rebote de los tiros libres y era testigo de cómo Jen fallaba sus dos lanzamientos. Luego, cuando se reanudó la acción, corrió con todas sus fuerzas hacia el campo de ataque del equipo contrario. Se puso en cuclillas y se mantuvo en esa posición mientras la base de Springfield se aproximaba a ella. Diane permaneció todo el tiempo con su par, concentrándose en el torso de la jugadora, un truco que Ryan le había enseñado.
Pasaron el balón a una rubia muy alta que falló el tiro. Jen lo recuperó y se lo lanzó a Diane.
Diane fue driblando toda la longitud de la cancha, con toda su atención centrada en el balón que tenía ante sí.
—¡Vamos, Diane! —gritamos Tracy y yo al unísono. Tracy me agarró de la mano mientras observábamos cómo Diane se acercaba a la canasta para ejecutar una bandeja y… fallaba.
—¡No pasa nada, Diane! —gritó Kara, a mi lado. Todas seguimos aplaudiendo mientras Springfield solicitaba otro tiempo muerto.
—¿Te puedes creer lo que han hecho? —Tracy señaló hacia delante, donde el equipo de animadoras había decidido tomarse un descanso—. Se han sentado en el mismo momento en que Diane ha salido a la cancha. Son patéticas.
Las animadoras estaban sentadas en la primera grada. Missy escribía un mensaje en su móvil, mientras las demás se esforzaban al máximo por hacer caso omiso del partido.
—Me ponen de los nervios. Hace unas semanas, todas esas chicas estaban haciendo la pelota a Diane, y ahora ni siquiera animan al equipo… ¡Pero si es su trabajo!
Asentí, indignada por lo mal que se estaban portando.
—Hasta aquí hemos llegado —Tracy se levantó.
—Tracy, no provoques…
Antes de que yo pudiera terminar la frase, se puso de pie sobre la grada. Se giró para mirar a la gente que teníamos detrás y gritó a voz en cuello:
—¡DAME UNA «D»!
Nuestro grupo se mantuvo en silencio mientras todo el mundo miraba a Tracy.
Ella hizo un gesto de desesperación.
—Venga, vamos, ya lo habéis oído: ¡DAME UNA «D»!
«Dios mío, ¿Tracy… animadora?».
—¡«D»! —gritaron Morgan, Kara y Amy.
—¡DAME UNA «I»! —continuó Tracy.
—¡«I»! —empezó a bramar el Club de los Corazones Solitarios.
—¡Así está mejor! ¡DAME UNA «A»! —Tracy empezó a aplaudir y a botar sobre las puntas de sus pies.
Las animadoras de la primera grada se giraron, boquiabiertas y en estado de shock, mientras los seguidores de las Ravens le daban a Tracy una ¡«N»!

—¡DAME UNA «E»!
El recinto resonó con una estridente ¡«E»!
—¿Qué tenemos? —Tracy empezó a bajar hacia la primera grada.
—¡DIANE!
Ahora se encontraba en el espacio ocupado momentos atrás por el equipo de animadoras.
—¡NO OS OIGO! —se colocó la mano detrás de la oreja.
—¡DIANE! —volvió a gritar el gentío.
Sonó la bocina y todo el mundo estaba de pie, ovacionando. Tracy miró a Missy y compañía y les dedicó una fugaz sonrisa irónica, haciéndoles saber que ya no eran ellas quienes controlaban a la multitud.
Diane regresó a la cancha con un gesto de determinación grabado en el semblante. Según el reloj, quedaban menos de quince segundos. Springfield se hizo con el balón, y la base avanzó con lentitud hacia el otro extremo de la cancha. Su equipo iba a perder, de modo que no había razón para que nos permitieran anotar más tantos.
—DIEZ… —la muchedumbre empezó la cuenta atrás con el reloj.
Diane clavó los ojos en la jugadora que se aproximaba.
—NUEVE…
Empezó a fintar con las piernas atrás y adelante.
—OCHO…
La base trató de desplazarse hacia la izquierda, pero era demasiado tarde.
—SIETE…
Diane robó el balón y fue driblando por la cancha a toda velocidad…
—SEIS…
… mientras el equipo de Springfield al completo se precipitaba tras ella.
—CINCO…
Diane concentró la atención en la canasta que tenía ante sí y…
—CUATRO…
… completó la bandeja.
—TRES…
El balón rebotó en el aro, golpeó el tablero…
—DOS…
… y entró directo en la canasta.
La bocina quedó ahogada por los vítores del público. Las compañeras de equipo de Diane formaron una piña a su alrededor. Las animadoras abandonaron el auditorio a toda velocidad, con expresión de disgusto. Los seguidores de Springfield se mostraban claramente desconcertados por la celebración que se llevaba a cabo ante sus ojos.
Me acordé de la Diane que se había sentado frente a mí en aquella cafetería, menos de dos meses atrás. Miré una por una a las socias del club, para quienes Diane había sido un gran estímulo. Nos había demostrado a todas que, en efecto, se podía conseguir.

Capitulo 29

No me pasó desapercibida la correlación entre el fin de mi amistad con Ryan y el refuerzo del vínculo entre las socias del club.
Cada vez que el club daba un paso adelante (el triunfo de Diane en el partido de la noche anterior), Ryan y yo dábamos un paso atrás (no pasó por su taquilla al día siguiente).
Aunque la situación me disgustaba, existía otro problema al que tenía que enfrentarme.
Nate.
Cuando llegué a casa, me encontré con otro e-mail esperándome. Éste llevaba el siguiente asunto:
«¿AMIGOS?».
Me senté y lo abrí.
Pen:
Últimamente he pensado mucho en nosotros. De hecho, sólo pienso en ti. Sé que no me vas a contestar. Sé que me odias. Sé que nunca sentirás por mí lo que yo siento por ti. Me lo merezco. Pero tengo que hacerte una pregunta, y quiero que la medites bien (si es que estás leyendo este mensaje) antes de que nos veamos dentro de dos semanas. ¿Crees que, al menos, podríamos ser amigos? Te necesito en mi vida. Y te aceptaré en las condiciones que me impongas.
Voy a hacer todo lo posible para que vuelvas a mí.
Besos,
El perdedor
¿Amigos? ¿Quería que fuéramos amigos? ¿Podía ser amiga de Nate después de lo que había ocurrido?
Ryan y Diane eran amigos, pero él no la había engañado. Ryan era…
No podía enfrentarme a la idea de lo maravilloso que era. Ni a la de ser amiga suya, puesto que no le interesaba lo más mínimo, hasta el punto de no dirigirme la palabra.
Tal vez lo mejor fuera decirle a Nate que podíamos ser amigos y, luego, pasar página.
Pero de una cosa estaba convencida: si me consideraba capaz de hacer eso, me estaba engañando.
Después de dar vueltas al asunto durante una semana, decidí salir a cenar con Diane y pedirle consejo.
—¿Cómo puedes ser amiga de Ryan? —le solté de pronto, antes incluso de

pedir la comida.
Diane se sorprendió.
—Ha formado parte de mi vida durante mucho tiempo.
—Igual que Nate… de la mía —respondí.
Diane se mostró preocupada.
—Sí, pero Ryan no…
Me hundí hacia atrás en el asiento.
—¿De qué va esto? —Diane se mordió el labio.
Le hablé de los e-mails y de la petición de Nate de que fuéramos amigos.
Negó con la cabeza.
—Penny, ¿quieres ser amiga de Nate?
—No. No quiero volver a verlo. Pero eso no va a poder ser.
Diane suspiró.
—Sinceramente, creo que debes contárselo a tus padres.
—Imposible.
Diane apartó a un lado la carta del restaurante y me cogió de la mano.
—¿Va todo bien? Has estado muy callada toda la semana.
Me encogí de hombros.
—¿Sabes? —prosiguió Diane—. Ser amiga de Ryan no me resultó fácil al principio. Tuve que acostumbrarme a tratarlo de una manera distinta, pero ahora es uno de mis mejores amigos. Como tú —vaciló unos segundos—. Y me gustaría que mis dos mejores amigos pudieran perdonarse mutuamente.
—¿Cómo? —me quedé boquiabierta—. ¿Perdonarnos mutuamente? Diane, si ni siquiera me mira. He intentado disculparme, pero no se da por enterado de mi existencia.
—Ya lo sé. Lo que pasa es que está enfadado.
—¿Enfadado? —empezaba a desesperarme—. Lo que Rosanna le dijo fue una mentira flagrante. Y él lo sabe, ¿o no?
Diane asintió.
—Entonces, ¿qué problema tiene? Hemos sido amigos un montón de tiempo y ahora no me dirige la palabra. ¿Por qué? Pues porque la gente piensa que tuvimos una cita en plan romántico.
Diane se rebulló, incómoda, en su asiento.
—Penny, Ryan creyó que era una cita en plan romántico.
—Mira, Diane, él sabía lo del Club de los Corazones Solitarios. Sabía que yo no podía salir con chicos.
Se encogió de hombros.
—¿Sabes? —continué—. Puede que, al fin y al cabo, Nate y Ryan no sean tan diferentes.
Diane se mostró espantada.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Venga ya, Diane —las mejillas se me habían encendido—. Vale, de acuerdo, Ryan creyó que era una cita en toda regla. Y luego, como yo no acepté ser… —sentí

ganas de decir «su pequeña novia», pero no quise ofenderla—. Como no quise salir con él en plan de novios, ni siquiera quiere ser mi amigo. ¿Es que lo único que busca…, no sé…, es acostarse conmigo?
Diane frunció los labios.
—Sabes que Ryan no es así.
—¿Lo sé?
Me sentí frustrada. Sabía que me había pasado de la raya. Sabía que Ryan no era como Nate…, pero es que lo echaba de menos. Echaba de menos hablar con él, pasar el rato entre clase y clase. Y me había dejado tirada. Igual que Nate. ¿Dónde estaba la diferencia?
—Lo único que digo es que mi opinión sobre los chicos no ha cambiado —concluí.
Estaba convencida de actuar como era debido al no liarme con Ryan. Al final, acabaría haciéndome daño. En realidad, ya me lo había hecho.
Al día siguiente, después de clase, Tracy se acercó a mí.
—Tengo que hablar contigo un minuto —su expresión era seria.
Nos dirigimos a los bancos que bordeaban el vestíbulo cercano a la cafetería.
—En el club están ocurriendo cosas, y tengo que ponerte al día.
—¿Ah, sí? —y yo que pensaba que todo iba de maravilla. Aunque últimamente había estado tan distraída que no me sorprendía haberme perdido algo.
—Sí. Kara va a faltar a las dos próximas reuniones.
—¿Y eso?
Tracy miró a su alrededor.
—No os dije nada a ti ni a Diane porque juré no contárselo a nadie.
—¿Qué pasa?
—Va a tener ayuda psicológica.
—¿Ayuda psicológica?
Tracy suspiró.
—Vamos, Pen. Los dos últimos años nos hemos quedado calladas viendo cómo Kara se consumía. No sé qué la empujó a hacerlo, pero en la última reunión nos contó a Morgan y a mí que quería volver a recuperar el control.
—Genial —me alegraba mucho por Kara. Me alegraba y me preocupaba al mismo tiempo.
—Bueno —prosiguió Tracy—, el caso es que el programa al que se ha apuntado dura todo el fin de semana.
—Pues claro, perfecto —me sentí mal por no haberlo sabido, por no haber estado ahí para ayudar a Kara.
Ryan pasó de largo, en dirección a su taquilla. Era la primera vez que lo veía en toda la semana, con la excepción de las clases de Historia Universal.
—Hola, Ryan —dijo Tracy.
Levantó la mirada de su taquilla.

—Ah, hola, Tracy.
Una vez más, evitó mirarme. Agarró sus cosas rápidamente y se marchó.
Tracy pasó la mirada de mí a Ryan, que salía por la puerta.
—¿Se puede saber qué pasa entre vosotros dos?
—Nada.
Y era verdad. No pasaba nada. Nada en absoluto.
Decidí que iba a dedicar la semana previa a Acción de Gracias a concentrarme de nuevo en el club. Ya estaba harta de estresarme por la frialdad de Ryan y por el deseo de Nate de que fuéramos amigos.
—¡Venga, suéltalo! —le dijo Tracy a Morgan mientras tomaba asiento en nuestra reunión del sábado—. Con pelos y señales.
Morgan se sonrojó mientras todo el grupo aguardaba los detalles de su primera cita con Tyson.
—Bueno, Tyson me recogió en el monovolumen de su madre.
—¡No! —exclamó Erin—. Es lo último que me habría imaginado.
—Ya lo sé —Morgan sonrió—. Pensé que llegaría en un coche en plan estrella del rock, pero me encantó. Estuvimos en el Mexicana Grill y la cena fue fantástica (preparan un guacamole increíble). Luego, fuimos al garaje y su banda estuvo ensayando. Tyson me dedicó una canción —Morgan se sonrojó al acordarse.
—¿Una canción original? —preguntó Teresa.
Mientras Morgan proseguía con la historia, paseé la vista por el grupo. Todo el mundo estaba interesado en la cita de Morgan, y se alegraba por ella. No pude evitar una sonrisa.
Era la clase de amistad que yo necesitaba. Una amistad que te apoya. No como en el caso de Nate, que me había traicionado. Ni en el de Ryan, que me había despachado tan deprisa.
—¿Te besó o no? Te he pedido detalles —bromeó Tracy.
Morgan se sonrojó y bajó los ojos.
Un coro de «¡uuuhs!» inundó la estancia mientras Morgan enterraba la cara entre las manos.
—Penny, ayúdame —suplicó.
—Vale, ya está bien. Dejad que la chica tenga un poco de intimidad —indiqué entre risas.
Repasé una lista de películas que podíamos ver y se generó el debate entre una comedia adolescente de los años ochenta y una película de terror.
—Eh, Penny —Teresa Finer se acercó a mí—. ¿Te importa que Maria y yo vayamos al piso de arriba, a estudiar?
—¿A estudiar? Pero, chicas, es sábado por la noche.
Maria Gonzales sacó su libro de texto de Cálculo Avanzado.
—Ya lo sé, pero el lunes hay un examen importante que tenemos que repasar.
Teresa se inclinó para hablarme.

—Suspendí el último examen, y si mi nota sigue bajando, voy a perder la beca de voleibol en la Universidad de Wisconsin.
—¡Sí, claro! —les hice señas para que me siguieran y las dirigí a mi habitación—. Aquí estaréis tranquilas. Si necesitáis cualquier cosa, decídmelo.
—Gracias —respondió Teresa mientras se sentaba en el suelo del dormitorio.
Cuando me dirigí escaleras abajo, vi que tenía en el móvil un mensaje de Nate. Tracy había silenciado sus llamadas, pero no significaba que no pudiera comunicarse de alguna otra manera.
Abrí la tapa del móvil y solté una carcajada.
—¿Qué pasa? —Tracy estaba en la cocina con Diane, cogiendo más comida.
Yo seguía riéndome.
—Es este mensaje de Nate…
Tracy se plantó a mi lado y me arrebató el teléfono.
—¿Qué es esto? No lo entiendo.
—¿Qué dice? —preguntó Diane.
—«El polvo fue una mala opción» —leyó Tracy.
Solté otra carcajada.
—Es… —no podía parar de reírme—. Es de El reportero. La vimos este verano en la televisión, y nos pasábamos el día repitiendo frases de la película. Veréis, hacía un calor espantoso fuera…
Tracy y Diane estaban horrorizadas.
—Penny, ¿te has vuelto loca?
—¿Por qué? ¡Es una peli divertida!
—¿Es que no te das cuenta de lo que está haciendo?
Pues no. ¿Qué estaba haciendo?
Tracy pulsó la tecla «Borrar».
—Esta noche, me lo quedo —se guardó mi móvil en el bolsillo—. Venga, al sótano. A ver si estando con las demás te acuerdas de por qué hemos venido.
Seguí a Tracy escaleras abajo, si bien llevaba una sonrisa en los labios al acordarme de que, con Nate, me había reído hasta tal punto que se me saltaban las lágrimas. Lágrimas de las buenas.
Casi se me había olvidado que también hubo buenos momentos con Nate.
Seguí recibiendo mensajes por el móvil toda la semana. Y, aunque me molestara, tenía que admitir que empezaba a esperarlos con ilusión. Igual que antes esperaba con ilusión llegar a mi taquilla y hablar con Ryan.
Le dije a Tracy que los mensajes se habían acabado, porque de lo contrario me habría seguido exigiendo que le entregara el móvil. Total, unas cuantas frases graciosas no iban a hacerme olvidar la mala pasada que me había jugado.
Necesitaba reírme, nada más.
Regresé corriendo a mi taquilla para recoger mis cosas. Empezaban las vacaciones de Acción de Gracias. Consulté el teléfono y me eché a reír por la última

cita que había escrito Nate.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Casi no reconocí la voz.
Ryan. Me sonreía.
—Eh… —llevaba semanas sin hablar con él. Había estado esperando ese momento, pero ahora no sabía qué hacer—. Nada, acabo de recibir un mensaje divertido.
—Bueno, Bloom, me alegro de verte sonreír otra vez.
No supe cómo tomarme el comentario.
—Mmm —era estupendo volver a hablar con él. Ojalá se me hubiera ocurrido qué decir. Decidí ser sincera—. Me supongo que podría decirte lo mismo de ti.
Soltó una carcajada.
—Sí, tienes razón. Han sido unas semanas complicadas, ¿eh?
Me limité a asentir. ¿A qué se refería?
—Bueno —cerró su taquilla—. Que lo pases bien en Acción de Gracias. Nos vemos a la vuelta —me rozó el hombro con los dedos al marcharse. Se me cayó el alma a los pies.
Justo entonces me llegó otro mensaje de Nate, y lo borré sin mirarlo. Las citas graciosas estaban muy bien, pero no era eso lo que yo quería.
Me asustaba que aquel breve encuentro con Ryan hubiera significado tanto para mí.
Cerré los ojos. Di gracias por el club. Y por no salir con chicos.
Porque, sin lugar a dudas, Ryan Bauer no haría más que destrozarme el corazón.

Capitulo 30

—Penny Lane, no irás a llevar puesto eso, ¿verdad? —me preguntó mamá cuando bajé a la cocina la mañana de Acción de Gracias.
Miré hacia abajo y contemplé mi conjunto: un bonito par de vaqueros y una camiseta de manga larga.
—Pues… sí. Es la ropa de fiesta habitual de los Bloom.
Mamá estaba ocupada limpiando la encimera de la cocina y se la veía más nerviosa que de costumbre.
—Ya lo sé, pero este año tenemos invitados.
—Ay, perdón, no me había dado cuenta de que la reina de Inglaterra iba a pasar a vernos.
—¡Penny Lane! —me regañó mamá. Se me había olvidado lo mucho que le estresaba invitar a gente a casa. Rita y yo habíamos hecho todo lo posible por echar una mano pelando patatas y picando verduras; los cortes en mi mano lo demostraban.
Papá entró con un periódico enrollado en la mano.
—Penny Lane, por favor, haz caso a tu madre y cámbiate, ¿quieres? Está un poco disgustada porque Lucy no viene a casa este fin de semana.
Era la primera vez que no nos reuníamos todos en esas fechas. Lucy iba a pasar Acción de Gracias con la familia de su prometido, en Boston.
Mamá se secó el sudor de la frente.
—Ya sé que estará con nosotros una semana entera, en Navidad; pero la vamos a dedicar a los preparativos de la boda…
Rita entró en la cocina vestida con vaqueros y camiseta.
—Chicas, ¡a cambiarse ahora mismo!
Mientras nos encaminábamos al piso de arriba, Rita preguntó:
—¿Me he perdido algo?
Negué con la cabeza. «Feliz día de Acción de Gracias, para mí». Rita se percató de que yo estaba hecha un manojo de nervios.
—Penny, todo saldrá bien —aseguró—. Tienes que ponerte al mando. No le consientas que se imponga sobre ti.
Los Taylor iban a llegar en menos de una hora, y aún no tenía ni idea de qué le iba a decir a Nate. Para ser sincera, ni siquiera sabía cómo me iba a sentir al verlo. ¿Furiosa? ¿Triste? Una cosa eran los correos electrónicos y los mensajes por móvil; pero ¿qué sentiría al mirarlo a los ojos? Aquello dejaría mucho al descubierto. Sólo esperaba ser capaz de mantenerme fuerte. Nate no iba a poder conmigo. Yo había pasado página.

Fui a mi habitación y encontré el top blanco atado al cuello que Diane me había prestado después de la fiesta de antiguos alumnos, cuando me dijo que tenía que resaltar lo que «la naturaleza me había dado». De modo que me lo puse con unos pantalones negros de raya diplomática y tacones negros. Me encaminé escaleras abajo pensando que mi aspecto había mejorado mucho…, tal vez demasiado para el gusto de mi padre.
—Oye, Penny Lane, ¿ese top es nuevo? —preguntó papá mientras examinaba mi conjunto con no poca inquietud.
—Tranquilo, Dave —replicó mamá—. Se ha desarrollado y está muy guapa.
Sonó el timbre, y respiré hondo varias veces. Rita me agarró de la mano y susurró:
—No le permitas ganar.
¿Ganar? ¿Qué había que ganar?
Al abrirse la puerta se produjo una explosión de actividad: mis padres abrazaron al señor y la señora Taylor y hubo un intercambio de saludos cordiales.
La señora Taylor se volvió hacia mí:
—Vaya, Penny, ¡mírate! —me estrechó entre sus brazos—. Cariño, estás preciosa —me soltó y, entonces, me giré.
Allí estaba. Con una expresión que no supe si era de timidez o de suficiencia.
—Hola, Penny.
Abrí la boca y traté de decir algo, lo que fuera. Pero era difícil. Pensé en lo que Diane me había dicho acerca de que Ryan había formado parte de su vida durante mucho tiempo. Ahí estaba Nate, delante de mí; Nate, a quien conocía de toda la vida. Pensé que, tal vez, mi último recuerdo de él apagaría los demás; pero no había sido así. Vernos el uno al otro siempre había sido una cuestión de rutina, y aunque invariablemente nos saludáramos con «Hola, Penny» y «Hola, Nate» como si no fuera gran cosa, por lo general lo decíamos como si compartiéramos un secreto. Y es que, en efecto, compartíamos un secreto. Ahora, mayor que nunca.
Odiaba tenerlo frente a mí. Odiaba que hubiera venido a mi casa. Porque odiaba lo que yo misma sentía. Por mucho que quisiera chillar y salir corriendo, apenas podía respirar. Al verlo, sentí la misma emoción de siempre.
Iba a ser más difícil de lo que había imaginado.
—Toma —Rita me plantó en los brazos los abrigos de los Taylor—. Penny los colgará.
Lancé a mi hermana una mirada agradecida mientras salía disparada hacia el armario. Pasé más tiempo del necesario colgando los abrigos. Durante todo el rato noté los ojos de Nate en la espalda. Y me gustaba.
—Bueno, ¿qué te apetece beber? —pregunté en el instante mismo en que hube colgado la última prenda en su percha.
—Ya me encargo yo, tesoro —papá empezó a preguntar qué quería beber cada cual.
—No, papá —protestó Rita—. Déjanos ayudar a Penny y a mí.
Me di la vuelta para dirigirme a la cocina cuando noté que me tiraban del brazo.

—Penny —dijo Nate mientras me abrazaba—. Te he echado mucho de menos.
—¡Qué tierno! —exclamó la madre de Nate—. No ha hecho otra cosa que hablar de las ganas que tenía de verte.
Me quedé parada, entre sus brazos.
—Vamos, Penny —Rita se acercó y Nate me soltó de inmediato—. Tenemos que ir a la cocina —se giró hacia Nate—. ¿Sabes? Ese sitio lleno de cuchillos afilados.
Mientras Nate daba un paso atrás, lo examiné por primera vez desde que me había destrozado el corazón. Y resultó extraño, porque no era igual que el recuerdo que guardaba de él. ¿Me había fijado antes en lo plana que tenía la cara? ¿Y en esos pequeños ojos pálidos, inexpresivos?
Empecé a respirar un poco mejor.
Me quedé en la cocina con Rita y con mamá, ayudando con los preparativos, mientras la señora Taylor nos freía a preguntas sobre el instituto. Por suerte, los varones estaban en el piso de abajo, viendo un partido de fútbol americano. Fue la primera vez que semejante costumbre machista no me molestó.
Entré en el comedor para llenar los vasos de agua y me di cuenta de que mamá me había colocado justo al lado de Nate, de modo que la conversación con él resultaría inevitable.
No había tiempo suficiente para cambiar las posiciones en la mesa, pues todo el mundo entraba ya para comer. Mientras cogía un plato, pensé que aquel año mamá se había pasado más que nunca con la comida. Apenas pude encajar todo en el plato en la primera vuelta, aunque me salté la salsa de arándanos, ya que temía mancharme el top. Y también prescindí del «pavo vegetariano», elaborado con soja y trigo. Mis padres no estaban dispuestos a permitir que la tradición se interpusiera en el camino de sus creencias, de modo que me había acostumbrado a darme un atracón a base de ensalada, puré de patata, arroz integral y boniatos.
Nate me seguía en la fila que formábamos junto a la encimera. Alargó el brazo para coger un bollo de pan, colocó su otra mano en la parte de mi espalda que quedaba al aire y frotó el pulgar arriba y abajo. Me quedé paralizada, incapaz de moverme.
—Te he echado de menos —musitó.
Por un momento, estuve a punto de decirle, también con un susurro: «Yo también te he echado de menos». Estaba acostumbrada a semejantes comentarios entre nosotros. En esta ocasión, me esforcé por rechazarlo. Me había pasado meses bloqueando el recuerdo de su tacto, de sus palabras. Sabía dónde acababa conduciendo aquello, invariablemente.
No fui capaz de mirarlo. Me limité a regresar a la mesa.
Después, mientras tomábamos asiento, Nate lanzó una prolongada mirada a mi pecho.
Y yo pensé: «Hasta aquí hemos llegado».
El señor Taylor se giró hacia mí.
—Bueno, Penny, ¿qué me dices de ese club del que tanto he oído hablar?
Estuve a punto de atragantarme con el puré de patata. ¿Cómo se había enterado?
La señora Taylor intervino a continuación.
—Sí, tu madre nos envió un link al artículo del periódico del instituto —si mamá pensaba que la iba a ayudar con los platos, estaba muy equivocada—. Parece muy divertido. Ojalá yo hubiera tenido algo así a tu edad.
Eso significaba que Nate estaba al tanto del club. No me sentí con fuerzas para mirar cómo reaccionaba. En cambio, esbocé una sonrisa y, con tono alegre, respondí:
—Sí, ¡es divertidísimo!
Noté que la mano me empezaba a temblar. Miré a Rita, que me dedicaba una sonrisa de aliento.
—Es fantástico, en serio —Rita lanzó a Nate una mirada asesina—. Sobre todo porque no os podéis imaginar los cretinos redomados que han querido salir con Penny. Así le va mucho mejor.
El señor Taylor sonrió a la vez que asentía.
—Vaya, Penny, es fantástico.
La conversación derivó hacia la política. No pude resistirme a mirar a Nate. Se metía comida en la boca sin parar. Una pizca de pavo vegetariano se le quedó colgando de la barbilla.
¿Y ése era el chico con el que había soñado verano tras verano? ¿Ése era el chico que me había destrozado el corazón? ¿Él?
Una vez terminada la comida y limpia la vajilla, subí a mi habitación para llamar a Tracy. Antes de que pudiera marcar, Nate llamó a la puerta y pidió permiso para entrar.
La idea de estar a solas con él me revolvía el estómago, si bien me figuré que no podía seguir ignorándolo por más tiempo.
Se sentó en una esquina de la cama.
—Ven aquí —me dijo dando palmadas a su lado, en el colchón.
—No, gracias —permanecí junto al escritorio.
Nate se levantó.
—Venga ya, Penny. Te hablaba en serio en mis e-mails. No puedes seguir furiosa conmigo, imposible —se acercó y me puso las manos en los hombros.
Tiempo atrás, todo lo que yo deseaba era notar su tacto. Tiempo atrás, habría dado mi vida por momentos así: los dos juntos, a solas; los dos compartiendo un secreto. Tiempo atrás, mi lista no escrita de novios tenía un único nombre. Tiempo atrás, mi amor por él le hacía hermoso, sin importar cómo actuara, sin importar lo que hiciera.
—Dime qué quieres que haga para mejorar las cosas —susurró, mientras se inclinaba y me frotaba los hombros.
—Para empezar —respondí—, puedes quitarme las manos de encima.
Siguió sin inmutarse.
—Pues antes te gustaba.

Me puse de pie y lo aparté de un empujón.
—Sí, antes me gustaban un montón de chorradas.
Se mostró genuinamente dolido.
—Penny, no hables así. Sé que las cosas entre nosotros no acabaron bien; pero tampoco fue para tanto.
—Tienes que estar de broma, ¡seguro! —no me molesté en controlar el tono de voz.
Escuché sonoros pasos en las escaleras, y a los pocos segundos Rita había entrado en la habitación.
—Hazme un favor, capullo. Apártate de mi hermana.
Me giré hacia Rita.
—Rita, cierra la puerta —puso la mano en el picaporte—. No, en serio, vete —Rita cerró la puerta tras ella.
Nate puso una expresión de triunfo.
—Bueno, esto me gusta más —atravesó la habitación, pero yo alargué la mano.
—Alto.
—¿Por qué te pasas la vida provocando? —me guiñó un ojo.
Noté que la cara se me encendía. Me esforcé todo lo posible por no propinarle un puñetazo.
—¿Cómo puedes quedarte ahí parado y pensar que después de todo lo que me hiciste te iba a perdonar así, por las buenas? Unos cuantos e-mails y esos mensajes chistosos por el móvil no van a variar las cosas.
Entonces, algo cambió en su actitud. Se sumió en una tranquilidad extraña, como si la respuesta fuera la más obvia del mundo, al menos para él.
—Pensé que me perdonarías porque te quiero —respondió.
¡Y se lo creía! Era un farsante, un tramposo, un embustero, un ser despreciable. Pero en ese momento, no había farsa alguna, ni trampas, ni embustes, ni nada despreciable. Nate se lo creía de verdad, aunque tan sólo fuera por un segundo; necesitaba de veras que fuera verdad.
—Nate —le dije—, no te permito que hagas eso. No te permito que digas eso. Me mentiste.
Noté el sabor de la bilis en la garganta.
—Nate, me mentiste.
—Sólo te dije lo que querías oír —replicó, recuperando su actitud defensiva.
—¿Y no se te ocurrió que, a lo mejor, quería oír la verdad?
Me di cuenta perfectamente de lo que estaba ocurriendo. En el minuto mismo en que le desafié, el «te quiero» desapareció.
—Ya lo sabes, Pen. No, no se me ocurrió; porque tú no querías oír la verdad. Desde que éramos niños te has montado un absurdo cuento de hadas sobre nosotros. De modo que sí, hice lo que pensé que tú querías.
—Me utilizaste.
Nate alzó las manos al aire.
—¡Pues no llegué muy lejos, la verdad!

El cuerpo me empezó a temblar.
—Llegaste lo bastante lejos.
—Lo que tú digas. Pero, al menos, hay algo que tienes que agradecerme.
—¿Qué? —tenía que haber oído mal, estaba convencida.
Una sonrisa le cruzó el semblante.
—El Club de los Corazones Solitarios. Es evidente que lo fundaste por mi causa.
La boca se me abrió hasta tal punto que, prácticamente, chocó contra el suelo. Nate pensaba que tenía que darle las gracias, ¡nada menos!
—Ah, venga ya. Tenías que sobreponerte a mí, así que fundaste el club. Para ser sincero, me halaga bastante, muñeca.
Me quedé mirándolo en estado de shock.
Traté de recordar lo que Rita había dicho acerca de actuar como una persona adulta. Podía decirle tranquilamente que estaba equivocado, o bien montarle un espectáculo. Podía ser más madura que él, o bien portarme como una chica corriente de dieciséis años.
Como si hubiera elección.
—Para empezar, vuelve a llamarme «muñeca» y no habrá equipo médico en la faz de la tierra que sea capaz de averiguar que una vez fuiste chico.
Al fin y al cabo, sólo era una chica de dieciséis años.
La sonrisa se le borró de la cara de un plumazo.
—Hablo en serio —continué—. No entiendo qué pude ver en ti. Eres un egoísta de primera. Encima, no eres ni la mitad de guapo de lo que te piensas, y a la hora de una conversación aportas tanto como un saco de patatas. Soy de las que piensan que la gente aprende de sus errores, y déjame que te diga una cosa: tú, Nate, fuiste un error garrafal.
»No sólo estoy decidida a no volver a cometer un error así en toda mi vida, sino que nunca más tendré que soportar tu presencia. No vas a volver a pasar ningún otro verano con mi familia, ¿entendido?
—No puedes obligarme a nada —se cruzó de brazos.
—¿Ah, no? Vale, perfecto —lo agarré del brazo—. Vayamos abajo a contarle a mi madre, punto por punto, todo lo que ocurrió el verano pasado; insisto, todo.
Nate se detuvo en seco.
—Venga ya, Nate. Según tú, no has hecho nada malo. Entonces, ¿dónde está el problema? Creo que a mi madre le encantará escuchar lo que me hiciste, sobre todo porque estabas haciendo muchas más cosas con muchas otras chicas, a la vez. Dios mío, me encantaría estar presente cuando mi madre se lo cuente a la tuya. Es verdad, mamá se va a llevar un chasco por lo mal que elijo a los chicos, y por que su hija haya cedido ante un cerdo como tú; pero, por alguna razón, creo que te dedicará unas cuantas…, en fin, palabras.
Nate se separó de un tirón.
—Penny, basta ya.
—¿Basta ya? No tendrás miedo de mi madre, ¿verdad?
No daba crédito a haber sido capaz de decir todo aquello sin echarme a reír.

—¿Sabes qué? —proseguí—. Este verano saqué algo en claro. Me merezco a alguien mucho mejor que tú. Siempre ha sido así. De modo que, en efecto, debería darte las gracias por ser un completo idiota, ya que me has hecho abrir los ojos y ver lo que me merezco. Al final, las personas que más me importan son mis amigas, y no la gente como tú. No significas absolutamente nada para mí. Y tienes razón: en cierta manera, tu forma de actuar provocó la creación del club, que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero no te debo nada, que lo sepas.
Me di la vuelta para abandonar la habitación, aunque me lo pensé mejor.
—Y para colmo, Nate, besas como un perro baboso, te huele el aliento y no serías capaz de hacer sentir a una chica como es debido por mucho que tuvieras un manual de instrucciones. Feliz día de Acción de Gracias, capullo.
«De acuerdo, a partir de este momento voy a ser una persona más madura».

Capitulo 31

—¡No, imposible! —gritó Tracy al teléfono una vez que le conté la historia al detalle.
—¿Te lo puedes creer? Quizá, al final, me pasara un poco de la raya; pero no sabes el peso tan grande que me he quitado de encima.
Estaba tumbada en la cama, en pijama, y la cabeza me daba vueltas. Los Taylor se habían marchado y Rita me había traído un enorme trozo de pastel de calabaza antes de salir a dar una vuelta. La vida era maravillosa.
—En serio, el sábado que viene quiero que hagas una representación completa para las socias del club. Me encantará interpretar el papel de Nate. Gruñiré sin parar y me inflaré de comida. ¡Alucinante! ¿Quién más lo sabe?
—Sólo tú y Rita. ¡Me considera una diosa!
—Tienes que llamar a las del club. Se mueren por saber qué ha pasado.
—Lo haré. Ay, no me puedo creer que haya sido tan bueno volver a verlo; no sé en qué estaba pensando. ¡Ha cambiado tanto!
—Penny, no ha sido Nate quien ha cambiado, sino tú. Nunca me ha caído bien, ya lo sabes. Siempre te he dicho que te merecías a alguien mejor, pero no me hacías caso, y ahora te has dado cuenta de la verdad. Agradable, ¿eh?
«Muy agradable, sí».
Caí en la cama, exhausta, después de llamar a Diane, Jen, Amy y Morgan.
Lo había conseguido. Me había enfrentado a Nate.
Me acerqué al escritorio, cogí mi viejo diario y fui a la última entrada. Aquella que tantas veces me había destrozado el corazón, tiempo atrás. Pasé el dedo por las marcas del bolígrafo. Cuánto dolor había en aquellas palabras. Pero, en ese momento, supe que todo saldría bien.
Agarré un bolígrafo y me puse a escribir en el apartado de Yesterday. No con la intención de reescribir la historia, sino para recordarme a mí misma que era capaz de superar el mal de amores, en caso de que me volviera a suceder.
… I'll be back again.
Sí, regresaría. Podía arriesgar mi corazón y, luego, recuperarme. Además, lo que me hiciera sufrir, al final, me haría más fuerte.
Sí, me merecía lo que más deseaba: alguien que me valorara, alguien en quien pudiera confiar, alguien que me apreciara por mí misma.
Al pensar en Ryan, se me cayó el alma a los pies.

Capitulo 32

—Vamos a ver, Penny Lane, éste es nuestro pequeño secreto. Hagamos un juramento —papá alargó su dedo meñique y lo trabó con el mío—. Tu madre me mataría si se enterase de lo que hemos hecho con las sobras.
Papá y yo estábamos comiendo solos el sábado, y ninguno de los dos había podido soportar la visión de los restos del pavo vegetariano…, de modo que lo arrojamos al triturador de basuras. Mamá no se iba a tragar el cuento de que yo había contribuido a acabarlo.
—Bueno, ¿qué plan tenéis las del club esta noche? —preguntó papá.
—Vamos a ir a ver una película para que no tengáis que preocuparos por un tropel de chicas pegando chillidos por la casa.
Papá sonrió.
—Bueno, es un alivio. ¿Hoy no habrá karaoke, entonces?
Uf, ése era precisamente el propósito de ir a ver una película: tratar de distraer a Jen del karaoke del fin de semana siguiente. Estaba superagobiada. Yo le había prometido cantar un solo y, encima, también había accedido a dirigir al club en una interpretación de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band.
Sonó el teléfono y papá se acercó y contestó.
—Ah, hola, Ryan.
«No puede ser…».
Me quedé observando y vi que mi padre fruncía la frente.
—No, no; has hecho bien. Estaré en la clínica en cinco minutos. Allí nos vemos.
Urgencia médica.
—¿Va todo bien?
—En realidad no. Era Ryan Bauer. Su hermana se ha caído y se ha golpeado la boca contra una mesa. Está sangrando. Tengo que irme a la clínica —agarró su chaquetón—. De hecho, Penny Lane, ¿te importa acompañarme? Puede que necesite otro par de manos.
—Eh…
—Además —añadió—, Ryan está un poco alterado. Le vendría bien la compañía de una amiga.
Antes de que pudiera protestar, papá me lanzó mi cazadora y salió por la puerta principal.
Cuando aparcamos el coche, Ryan nos estaba esperando. Sujetaba en brazos a su hermanastra de ocho años, Katie, cuya larga melena oscura le tapaba la cara. Papá

corrió hacia él y acarició la cabeza de la niña.
—Cariño —le dijo a la pequeña—, todo irá bien —me entregó las llaves—. Penny Lane, abre la clínica, enciende las luces de mi consulta, pon en marcha los aparatos y saca instrumental limpio —Ryan me miró, cayendo entonces en la cuenta de que había acompañado a mi padre, y vi en sus ojos un destello de pánico.
Presa de los nervios, cogí las llaves y corrí a la puerta. Encendí las luces del techo y luego me apresuré a la sala de consulta principal. Como movida por un piloto automático, encendí los aparatos, saqué instrumental limpio y lo coloqué sobre la encimera.
Los sollozos de Katie iban en aumento mientras papá y Ryan se acercaban.
—Estaba en el piso de arriba, preparando la comida, y oí un estrépito. Me imagino que estaría pegando saltos y… se cayó —explicaba Ryan a mi padre.
Sentó a la niña en el sillón y papá, suavemente, apartó la toalla que le cubría la cara. No se veía más que sangre.
—¡Oh, no! —exclamó Ryan. Se tapó el rostro con las manos y empezó a recorrer la estancia de un lado a otro.
—Todo saldrá bien —aseguró mi padre. No sabía si se dirigía a Katie o a Ryan.
Me fui corriendo al despacho de la clínica, agarré a Abbey, la morsa de peluche, y regresé corriendo. Papá estaba examinando a Katie, que lloraba incluso con más fuerza.
—Toma, preciosa —me acerqué y le entregué el peluche con el que yo solía jugar a su edad. Katie, vacilante, cogió la morsa y, acto seguido, la apretó contra sí como si le fuera la vida en ello.
—Bueno, algunas piezas están un poco sueltas; pero lo solucionaremos. Voy a limpiar la herida y luego me encargaré de estabilizar los dientes —papá miró a Ryan, quien parecía a punto de desmayarse—. Penny Lane, ¿y si te llevas a Ryan al vestíbulo? —prosiguió mi padre, entre las protestas de Ryan—. Creo que es mejor que esperes allí —le dijo—. Ya has hecho todo lo que podías hacer.
Me encaminé hacia la puerta y Ryan me siguió. Sin pararme a pensarlo, le puse una mano en el hombro.
Se dejó caer en el sofá de la zona de recepción y se cubrió la cara con las manos.
—Mi madre me va a matar.
Me senté a su lado y lo rodeé con el brazo.
—Ryan, no has hecho nada malo.
—Ha sangrado mucho —protestó.
—Eso es porque la sangre se mezcla con la saliva y parece peor de lo que es en realidad —le aseguré.
De pronto, levantó la cabeza.
—¿Por qué has venido? —no habría sabido decir si estaba molesto o, acaso, avergonzado.
—Mi padre…, eh, pensó que podría necesitar ayuda… y que a ti te vendría bien una amiga —lo cogí de la mano y se la apreté.
Sonó el móvil de Ryan, y éste dio un respingo.

—Hola, mamá…, no, localicé al doctor Bloom… Sí…, vale…, de acuerdo…, lo haré… Hasta luego.
—Tienes que convencerte de que no es culpa tuya —insistí una vez que hubo colgado. Ryan se limitó a clavar la mirada al frente—. Verás, cuando yo tenía dos años, se suponía que Lucy me estaba cuidando. Ella sólo tenía diez años en aquel entonces, así que fue un poco irresponsable por parte de mis padres. El caso es que me dejó en lo alto de la litera de su habitación y, bueno, al minuto siguiente, me caí de la litera y me estrellé contra el suelo. ¿Y sabes qué? Salí casi normal —golpeé mi rodilla contra la suya—. O puede que no…
Ryan sonrió.
—Sé que se pondrá bien; pero, por el tono de mi madre, da la impresión de que la he decepcionado. Además, Cole protege tanto a Katie… Demasiado, creo yo. No sé… ¿tienes idea de lo agotador que resulta ser yo mismo, a veces?
Me quedé mirándolo, sin dar crédito.
—Ryan —repliqué—, nadie espera de ti que seas perfecto.
—Muy bien; pues díselo al entrenador, y a mis padres.
Nunca me había parado a pensarlo. Siempre había dado por sentado que Ryan, efectivamente, era perfecto.
—Yo tengo la culpa —prosiguió—. Me mato para estar a la altura de las expectativas de los demás. Por una vez siquiera me gustaría saltarme una clase, beber en una fiesta, no decir en cada momento lo que debo. Ya oigo a mis padres: «Deberías haber estado vigilándola, Ryan». «¿En qué estabas pensando, Ryan?». «Qué irresponsable, Ryan». «Estamos decepcionados, Ryan». Eso es lo peor. Cuando dicen que los decepciono, como si no tuviera derecho a meter la pata de vez en cuando. Me alegro de que mi padre no tenga que enterarse de esto.
Era la primera vez que Ryan mencionaba a su padre desde que éste no se había presentado en el partido de principios de curso.
—Si tengo que volver a escucharle decir una vez más que un sobresaliente bajo no es más que un notable alto, y que ninguna universidad pasable me va a admitir a menos que sólo saque sobresalientes en condiciones… Como si yo quisiera seguir su ejemplo y ser un gilipollas que sólo piensa en sí mismo.
Me quedé boquiabierta.
Ryan puso cara de horror.
—Lo siento… No debería… No quería decir…
—Tranquilo —le froté el brazo—. Estás nervioso por lo de Katie, nada más. Es que… últimamente se están acumulando muchas cosas.
Se giró hacia mí, con aspecto agotado.
—Sé que piensas que mi reacción está siendo exagerada, pero me paso tanto tiempo esforzándome para no decepcionar a la gente… Y qué pasa con lo que yo quiero, ¿eh?
—¿Y qué es lo que quieres? —pregunté.
—¿Importa, acaso? —replicó mientras apoyaba la cabeza contra la pared.
—Claro que sí, siempre que sea importante para ti.

—Bueno, no puedo conseguir lo que quiero, así que no tiene sentido.
Ryan mostraba un aspecto muy diferente de sí mismo; se le notaba vulnerable. Hizo que me gustara todavía más. Alargué el brazo y lo volví a coger de la mano.
—Ryan, eres una persona increíble, y te mereces todo lo que quieras.
Bajó la mirada a mi mano, agarrada a la suya.
—No soy estúpido, así que estoy dispuesto a conformarme.
Me desconcertó. No tenía ni idea de qué estaba hablando. Alargó su mano libre y la colocó debajo de mi barbilla, rodeándola.
—Sé que las cosas han estado un tanto raras entre nosotros, pero ¿podemos regresar a la normalidad, por favor?
No sabía yo si sería posible. ¿Qué era normal, a aquellas alturas?
Asentí.
—Lamento mucho todo lo que ha pasado, de verdad. Rosanna…
—Lo sé —interrumpió mientras me soltaba la barbilla y separaba la otra mano de la mía. Tuve el impulso de volver a cogerla, pero resistí.
—En fin —le di una palmada en la rodilla—. Lo tuyo es increíble. Vienes aquí con tu hermana y terminas consolándome a mí.
—Sí, ya sabes, don Perfecto se encarga de todo…
Me eché a reír.
—No presumas tanto. Acuérdate de que te oí cantar en el concierto y tú, chaval, tienes un pequeño problema con la modulación. Te aseguro que no eres perfecto, ni de lejos.
Negó con la cabeza y seguimos sentados, en silencio. Empecé a tararear al ritmo del hilo musical que sonaba de fondo.
—Ay, Dios mío —dije.
Ryan levantó la vista.
—¿Qué pasa?
Sacudí la cabeza.
—Nada, es sólo que… —me acerqué al escritorio y subí el volumen—. Parece apropiada, ¿no crees? —me puse a cantar la canción que sonaba: Help!, «¡Ayuda!», de los Beatles.
Won't you please, please help me.
—¿Apropiada? No tienes ni idea de hasta qué punto —exhaló lo que pareció ser un suspiro de alivio.
Papá salió unos minutos más tarde, con Katie de la mano. La boca de la niña se veía mucho mejor, quitando la gasa que mi padre le había colocado para detener la hemorragia. Ryan se levantó de un salto, se hincó de rodillas y abrazó a su hermana.
—Muchísimas gracias, doctor Bloom. Siento haberlo llamado a casa. No sabía qué hacer…
Papá estrechó la mano de Ryan.
—Tranquilo. Hiciste lo adecuado.
Katie se acercó a mí y extendió la morsa de peluche en sus pequeños brazos. Me agaché.

—¿Sabes? Creo que vas a necesitar a Abbey más que yo —el rostro de la niña se iluminó. Salió corriendo hacia Ryan y lo abrazó por la pierna.
—Bueno —dijo él—. Tenemos que irnos. Gracias de nuevo, doctor Bloom —se acercó a mí y me dijo—: Gracias, Penny —acto seguido, me dio un abrazo. Luego, se inclinó y me besó en la mejilla.
Vi la expresión de sorpresa en la cara de mi padre. Mientras salíamos por la puerta principal, se quedó mirándome.
—Así que… Ryan. Estupendo chico, ¿verdad?
«No tienes ni idea», pensé.

WITH A LITTLE HELP FROM MY FRIENDS 

""I get by with a little help from my friends……"

Capitulo 33

Por lo general, después de unos días de vacaciones, me horrorizaba volver al instituto. Pero estaba deseando ver a Ryan, averiguar si las cosas de verdad iban bien entre nosotros.
Enseguida regresamos a la normalidad, y yo prácticamente salía corriendo hacia mi taquilla después de cada clase. Empecé a esperar, ilusionada, nuestra sesión de bromas entre clase y clase, en lugar de temerla. Por lo general, le explicaba en qué sentidos no era perfecto, y él hacía comentarios sobre la lamentable estructura de mi cráneo tras el traumatismo causado por la caída de la litera.
—Ahora que lo pienso, nunca te veo con sombrero. Será por, ya sabes, el accidente —me dio un tirón de la bufanda mientras me abotonaba mi abrigo de lana.
—Un momento, déjame pensar. Nunca te he visto tocar un instrumento musical. ¿Será porque eres un absoluto inepto en todo lo relacionado con la música?
Empecé a enrollarme la bufanda alrededor del cuello de manera que le golpeaba en la cabeza cada vez que daba una vuelta.
—Ay, perdona…
—¡Penny! —oí que alguien gritaba desde el otro lado del pasillo. Vi que Jen corría hacia mí, seguida a corta distancia por Tracy.
No parecía nada bueno.
Tracy desveló la noticia.
—El director Braddock le acaba de decir que no podemos celebrar la fiesta de karaoke en el gimnasio.
—¡Cómo! —exclamé—. ¡Pero si quedan cuatro días!
Jen respiró hondo.
—Ha dicho que, a su entender, se ha convertido en un acontecimiento del Club de los Corazones Solitarios, y que no puede celebrarse en el recinto del instituto.
—¡No tiene sentido! —protesté—. Estamos recolectando dinero para el equipo de baloncesto. Te estamos ayudando porque eres nuestra amiga. Hemos invitado a todo el mundo.
Jen enterró la cabeza entre las manos.
—No sé qué vamos a hacer. Hemos trabajado tanto…
Tracy se sentó y rodeó con el brazo el tembloroso cuerpo de Jen.
—No pasa nada, sólo tendremos que posponerlo hasta que…
—¡Y una porra! —proclamé. Tracy y Jen se quedaron mirándome, conmocionadas—. Vamos a celebrar esa fiesta y a recaudar tanto maldito dinero que el equipo de baloncesto va a tener las mejores equipaciones de la historia del McKinley.

Tracy me miró como si me hubiera vuelto loca.
—Pero, Pen, no nos dejan utilizar el instituto.
—Entonces, encontraremos otro sitio. Estoy harta de tanto melodrama. En serio, ¿a qué viene tener un club si no somos capaces de encontrar la forma de superar estos pequeños obstáculos?
—Pero ya hemos repartido los folletos… —argumentó Jen.
—Pues haremos otros nuevos. Y a Braddock, que le den. Le demostraremos hasta qué punto estamos al mando —llegado ese momento, yo misma estaba asombrada de mi reacción—. Vamos a mi casa. Tenemos que hacer unas cuantas llamadas.
En menos de una hora, las treinta socias del Club de los Corazones Solitarios estábamos en mi casa, dispuestas a pasar a la acción. Mis padres habían pedido pizzas para todas mientras analizábamos nuestras opciones.
—Sigo diciendo que los padres tendríamos que unirnos y hablar con Braddock —insistió papá mientras abría una caja de pizza y cogía otra porción.
Negué con la cabeza.
—No, tenemos que hacer esto solas, y demostrarle de lo que somos capaces. Podemos enfrentarnos a cualquier impedimento que nos ponga por delante.
Papá asintió mientras masticaba y paseaba la mirada por la estancia, a todas luces encantado de formar parte de aquel ambiente de emoción.
—De acuerdo, éste es el trato —dijo Eileen Vodak entrando en el sótano—: Mi tío nos dejará gratis la zona para eventos del Bowlarama; pero como es un sábado por la noche y tendrá que rechazar a los clientes de pago, nos pide que no llevemos comida, sino que compremos refrescos y aperitivos. O bien, si le damos cinco dólares por persona, nos servirán refrescos, patatas fritas y cosas así.
—Pero eso reducirá los beneficios —repuso Jen mientras, nerviosa, se sentaba en el suelo.
—¿Cuánta gente esperáis, exactamente? —preguntó papá.
Jen picoteó su porción aún intacta de pepperoni.
—No tengo ni idea. ¿Cincuenta, quizá?
—Entre las socias del club y el equipo de baloncesto ya somos casi cincuenta —nos recordó Diane.
—¡Sí! Tienes razón. Me imagino que cien, o ciento cincuenta —Jen empezó a anotar cifras en su cuaderno.
Papá miró por encima del hombro de Jen y se fijó en lo que ésta anotaba.
—Ahora que lo pienso. Me parece que, este curso, la clínica dental Bloom todavía no ha hecho su donación al equipo. A ver qué os parece: vosotras sacáis esto adelante y yo pago los aperitivos.
Jen miró a mi padre con sus grandes ojos azules y, por primera vez en toda la noche, sonrió.
—Muchas gracias, doctor Bloom —se levantó y le dio un abrazo—. Voy a

empezar a usar seda dental a diario, ¡se lo prometo!
Papá se echó a reír.
—Me parece genial.
Creo que eso le alegraría más que sacar a flote al equipo de baloncesto.
—Muy bien —Jen, nerviosa, se mordió el labio—. Me imagino que lo único que nos queda por hacer es comunicar a todo el mundo el cambio de local. Tenemos los folletos…, supongo que será suficiente —no parecía convencida.
—Deberíamos hacer un anuncio por megafonía —indicó Tracy, dibujando un micrófono en una hoja de cartulina—. Pero, claro, Braddock nunca lo permitiría. Ojalá encontrara la manera de colarme en su despacho y anunciarlo.
—No puedes —repuso Diane.
—Ya lo sé. Estaba de broma —respondió Tracy.
Diane se levantó.
—No, me refiero a que tú no puedes, pero yo sí.
Presa de los nervios, miré el reloj antes de Tutoría y respiré hondo con objeto de tranquilizarme. Confié en que Diane consiguiera sacar adelante el plan, y que no la expulsaran por ello.
Diane era la presidenta del Consejo de Alumnos, por lo que se encargaba de hacer los anuncios los viernes por la mañana.
Por lo general, se limitaba a resumir las novedades que las diferentes asociaciones habían presentado a lo largo de la semana, y dejaba que otros miembros del consejo las leyeran por megafonía.
Esta vez no fue así.
Hilary Jacobs y yo intercambiamos una mirada cuando sonó el timbre y la gente empezó a tomar asiento.
Nos habíamos pasado la semana entera repartiendo los folletos nuevos en el aparcamiento del instituto. Tuvimos que organizar diferentes turnos para asegurarnos de que no nos descubrirían. Una de nosotras se colocaba a las puertas de Secretaría, teléfono móvil en mano, mientras otras dos vigilaban la salida más cercana al aparcamiento. Al resto de las socias se les asignaba una fila de coches para repartir los folletos. Otro grupo llegaba más tarde para asegurarse de que nadie hubiera tirado los folletos al suelo, de forma que no hubiera pruebas.
Por lo que yo sabía, el director Braddock no tenía ni idea de que el karaoke para recaudar fondos seguía en pie. Me moría de ganas de verle la cara cuando Jen le entregara el dinero, el lunes.
Sonó el zumbido del interfono.
—Buenos días a todos, y feliz viernes —dijo Diane—. A continuación, los anuncios para los próximos siete días. La campaña anual de venta de flores del Key Club comienza la semana que viene. Los claveles son a un dólar, y podéis conseguir…
Apenas me podía concentrar en los anuncios; estaba demasiado nerviosa por

Diane. Recé para que el director Braddock no estuviera excesivamente cerca y que nuestra amiga pudiera tener tiempo para cumplir su objetivo.
—Y, por último, tened en cuenta que el karaoke organizado por el equipo femenino de baloncesto para recaudar fondos, el sábado a las siete, no se va a celebrar en el gimnasio, sino en el Bowlarama de Cook Street —se escuchó un sonido de fondo, pero el tono de Diane permanecía inalterable—. La entrada cuesta cinco dólares, e incluye bebidas y aperitivos. Esperamos veros a todos el sábado por la noche en el Bowl…
La megafonía se apagó.
—Diane, eres mi heroína —comentó Jen mientras nos dirigíamos al Bowlarama. Esbozaba una amplia sonrisa mientras comprábamos las entradas—. ¡Mira cuánta gente ha venido! Tengo que consultar la hoja de registro de canciones. Y acordaos, chicas, aún no os habéis librado.
No quería que me lo recordaran.
Diane le dedicó una sonrisa a la vez que entregaba el dinero para la entrada.
—Bueno, el equipo me debe una, nada más. Cualquiera habría hecho lo mismo.
No sé cuánta gente se habría tomado con tanta calma que le prohibieran jugar en el partido de baloncesto del martes y, además, le revocaran la tarea de anunciar por megafonía; pero Diane estaba exultante.
Nos dirigimos a la sala del fondo, que estaba abarrotada. Debía de haber unas ciento cincuenta personas, por lo menos. En la estancia reinaba la penumbra, y unas luces blancas colgaban del techo. Para ser una bolera, no estaba nada mal.
Vi el escenario al frente, iluminado por un enorme foco y con una pantalla para mostrar las letras de las canciones. Mientras nos encaminábamos hacia allí, Jen se acercó a toda prisa.
—¡Es un completo desastre!
—¡Todo está genial! Y mira cuánta gente ha venido. ¿Cómo puedes decir que algo va mal? —pregunté.
—Erin está enferma. Tiene la voz hecha polvo.
¡Vaya! Jen realmente necesitaba tranquilizarse. Con toda la tragedia de las últimas semanas, el hecho de que una persona estuviera enferma no me parecía un desastre, la verdad.
—Jen, hay un montón de gente que sabe cantar, no te preocupes.
—Pero ¿quién saldrá en primer lugar? Todos los que se han apuntado se niegan a salir primero. Penny, tienes que ayudarme.
—En serio, Jen, mi ayuda no te conviene. Si empiezo yo, la sala se vaciará al momento.
—Por favor, Penny. Todo el mundo te admira. Si empiezas tú, seguro que el resto del club se animará.
De acuerdo, me había equivocado: en efecto, era un desastre.
—Muy bien.

—Gracias, muchas gracias. Te debo una, en serio.
Desde luego que me la debía. No iba a olvidarme de aquello tan fácilmente.
Me acerqué a las cinco mesas de la primera fila, ocupadas por las socias del club.
—Vale, chicas, seré la primera. ¿Quién quiere salir conmigo?
Se hizo el silencio más absoluto. Por primera vez desde que empezara el Club de los Corazones Solitarios, nadie me miró a los ojos.
—En serio, chicas, si subimos juntas, en grupo, no será tan malo —«por favor, ay, por favor, alguna tiene que subir al escenario conmigo»—. ¿Alguien se anima?
Tracy jugueteaba con su bolsa de patatas fritas, negándose a mirarme a la cara.
«Et tu, Tracy?».
Aquello era absurdo. Sólo se trataba de cantar una canción.
Jen miraba a su alrededor con inquietud. Si no me lanzaba a la acción, le iba a dar un ataque.
—De acuerdo, Jen, acabemos de una vez. ¿Qué canción voy a cantar?
Una expresión de alivio se le extendió por el rostro.
—La que tú quieras. Acuérdate, ¡tengo canciones de los Beatles!
Aunque los Beatles me encantaban, la idea de cantar uno de sus temas delante de todo el mundo me hacía sentirme un poco tonta. Como Ryan ya sabía, sólo existían cuatro personas capaces de hacer justicia a aquellas canciones, y yo no era precisamente una de ellas.
Atacada por los nervios, me puse a hojear la carpeta; nada me llamaba la atención. Necesitaba algo que no fuera difícil de cantar y a lo que se quisieran unir los espectadores. Nada me convencía, así que no tuve más remedio que acudir a la reserva de siempre. Me dirigí a la sección «B» y empecé a repasar las canciones de los Beatles; entonces, la encontré.
«Perfecto».
Es verdad, yo no era Paul, ni John, ni George; pero tal vez, sólo tal vez, podía ser Ringo.
A regañadientes, subí al escenario. Cuando las socias del club empezaron a ovacionarme, les lancé una mirada asesina. «Traidoras». Las manos me temblaban mientras examinaba al gentío; daba la impresión de que había acudido el instituto en pleno. Al fondo, vi que Ryan me aplaudía. Empecé a sonreír hasta que me di cuenta de a quién tenía a su lado: Missy. ¿Cómo podía estar cerca de ella después de todo lo que había pasado?
Y, más importante aún, ¿qué diablos hacía yo subida al escenario?
Jen agarró el micrófono.
—Muchas gracias por venir a esta fiesta para recaudar fondos para el equipo. Los beneficios del karaoke de esta noche se destinarán a pagar los uniformes nuevos. Así que no seáis tímidos: animaos y pedid vuestras canciones. Y ahora, inaugurando las festividades de la velada, tenemos, nada más y nada menos, ¡a la mismísima Penny Lane Bloom!
Escuché una oleada de aplausos, pero clavé la mirada en la pantalla tratando de

controlar la respiración. No necesitaba la letra de la canción, pero no soportaba mirar al público. Apenas había introducción, y antes de que pudiera darme cuenta estaba cantando la primera estrofa, en la que preguntaba a la gente qué haría si yo desafinaba: ¿se levantaría y me dejaría sola?
Hasta el momento, no.
Claro que, si seguía cantando, seguramente ocurriría. Aunque, en el fondo, no tenía por qué ser tan malo.
Cerré los ojos y empecé a balancearme de un lado a otro mientras interpretaba la canción. Miré a la primera fila. «Ayudadme, por favor». No sólo les pedía ayuda, sino que lo hacía cantando. El público rompió a aplaudir.
Me dirigí con paso firme a donde Tracy y Diane estaban sentadas, ovacionándome. Las señalé mientras continuaba cantando sobre irse defendiendo con la ayuda de los amigos. Les hice señas para que subieran conmigo al escenario.
Diane entendió el gesto, se levantó y arrastró a Tracy. Morgan y Amy las siguieron, e incluso Erin se sumó (antes muerta que renunciar a la luz de los focos).
Nos congregamos alrededor del micrófono mientras las demás socias del club se ponían de pie y empezaban a aplaudir al ritmo de la canción. Agarré el otro micrófono y caminé entre el público. Me puse a bailar con las demás chicas. Todas se fueron turnando para cantar.
Y sí, en cierto modo, me fui defendiendo con la ayuda de mis amigas.
La canción terminó y un estruendo estalló entre la multitud. Me reuní con mi grupo en el escenario y entrechocamos las palmas. Jen pegaba botes mientras se iba formando una cola para solicitar canciones.
Escuchamos de todo, desde chicas que cantaban temas de bandas de pop masculinas, al equipo de fútbol americano, que interpretó una desafinada versión de We Are the Champions. Hasta Morgan y Tyson cantaron un dueto de lo más emotivo. Las socias del club no paraban de pedir canciones. Y, lo mejor de todo: Jen estaba recaudando montones de dinero.
Morgan, Eileen, Meg y Kara se pusieron a cantar We Are Family, y nos levantamos otra vez.
Me senté al lado de Tracy y le robé una patata de la bolsa.
—Ay, Dios mío, Penny —dijo.
—Tranquila, Tracy, sólo es una patata frita.
Señaló el escenario. Vi a Ryan, solo. Me eché a reír. ¿Es que trataba de demostrar a todo el instituto lo imperfecto que era en realidad? Bajó la mirada hacia mí y me guiñó un ojo.
—¿A qué viene tanto jaleo? —pregunté.
Tracy me miró con los ojos como platos.
—¿Has visto la canción que ha elegido?
Empezó la música y el corazón me dejó de latir.
Reconocí la canción al instante.
¿Cómo no iba a reconocerla?
Yo me llamaba así.

El club al completo se quedó mirándome mientras Ryan empezó a cantar Penny Lane. Con una voz desafinada a más no poder. Quise sentir lástima de él mientras forcejeaba con la primera estrofa, pero estaba ocupada tratando de controlar la emoción mientras todos los presentes pasaban las miradas de Ryan a mí.
Tenía que concentrarme para poder respirar. Me sentí abrumada, conmovida. No daba crédito a lo que estaba pasando, a que Ryan hiciera aquello delante de todo el instituto.
Yo le gustaba. Sí, de verdad, realmente, le gustaba.
Y a mí me gustaba él. Sí, de verdad, realmente, me gustaba.
Ya no podía negar mis sentimientos y decirme a mí misma que no debía poner el club en peligro. ¿Cómo no iba a querer estar con alguien como Ryan? ¿Cuánto tiempo más iba a luchar contra ello? ¿Cuánto tiempo más me iba a seguir mintiendo a mí misma?
Terminó la primera estrofa y Ryan dio un paso atrás, al parecer consciente del error que había cometido. Resultaba desgarrador en muchos sentidos. De pronto, Diane se levantó como un resorte para acudir en su ayuda. Segundos después se unió Tracy, seguida por la mayoría de las socias del Club de los Corazones Solitarios. Al instante, Ryan se mostró aliviado al contar con semejante apoyo. Entendí perfectamente cómo se sentía.
Y también entendí que, después de aquello, los rumores sobre nosotros iban a campar a sus anchas.
Pero, en ese momento, me daba igual. Era lo mejor que un chico había hecho por mí, jamás.
De acuerdo, Penny Lane no es precisamente una canción de amor; pero, para mí, fue el gesto más romántico que una persona podía tener. La canción terminó, y me puse de pie para ovacionar al grupo. Al mirar a todo el mundo, excepto a Ryan, tuve un ligero ataque de pánico. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? Con un poco de suerte, ya que el club al completo se había unido, la gente no se fijaría en Ryan y en mí.
Muy improbable.
Ryan se bajó del escenario y se encaminó en mi dirección.
—Por si no te habías dado cuenta, esa canción era para ti.
Sonreí, sin saber qué responder con exactitud.
—Veamos, sólo queda tiempo para una última canción —anunció Jen—. ¿Penny?
—Yo, eh, tengo que ir —le dije a Ryan, aunque le apreté la mano antes de dirigirme al escenario.
La última canción empezó a sonar y todas las socias del club se subieron a cantar Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band.
«Esperamos que hayáis disfrutado del espectáculo».

Capitulo 34

Tracy, Diane, Jen, Laura y yo salimos hacia el aparcamiento con la sensación de haber triunfado.
—¡Chicas! ¡Hemos recaudado más de tres mil dólares! La gente no paraba de darme dinero para poder participar —comentó Jen mientras se aferraba con todas sus fuerzas al abultado sobre.
—Es fantástico, Jen. ¡Enhorabuena! —dijo Diane.
—Vaya, mira quién está ahí. ¡La mismísima doña Penny Maldita Lane! —nos giramos y vimos a Todd, con compañia habitual: Brian y Pam, Don y Audrey. Ryan estaba justo detrás de él. Missy se encontraba allí también. Pero no quedaba claro si iba con Ryan o con Todd… o, sencillamente, se les había acoplado.
Ryan trató de agarrar a Todd por el hombro, pero éste se desembarazó.
—Todd, ¿estás borracho? —preguntó Diane, sin alterarse.
—Que te den, Diane —Todd, a todas luces borracho, zigzagueaba entre los coches. Apenas le había visto durante la fiesta. Estaba convencida de que habría oído sus abucheos durante mi canción… y la de Ryan.
Una vez más, Ryan intentó arrastrarlo hasta el coche y, en esta ocasión, Todd le dió un empujón.
—Ryan, eres patético.
—Sí, claro, él es el patético —tardé un segundo en darme cuenta de que la respuesta había brotado de mis labios. De pronto, Todd me estaba mirando cara a cara.
—Mantente al margen, Bauer. Esto es entre la bollera y yo.
Traté de apartar la cara de su pestilente aliento.
—¿De qué hablas, Todd? —espeté. Ryan se acercó y exploté—: Puedo arreglármelas sola, Ryan —se echó hacia atrás, aunque mantuvo los puños cerrados, como dispuesto a actuar en cualquier momento.
Todd me seguía clavando las pupilas.
—¿Sabes? Sólo porque seas tan patética que ningún tío en su sano juicio quiera enrollarse contigo, no tienes derecho a corromper al resto de las pibas del instituto.
—A ver, si no recuerdo mal, hubo un tiempo en que tú mismo querías salir conmigo; pero se ve que este cerebro que tengo lo impidió. Si te hace tan feliz, adelante, échame la culpa de que ninguna chica quiera salir contigo —me eché hacia atrás para alejarme, pero él dio un paso adelante.
—Te lo digo en serio, Todd, más vale que la dejes en paz —intervino Diane acercándose, seguida por Tracy, Jen y Laura.
—¡Oooh! —se balanceó en dirección a mis amigas y alzó los brazos al aire

fingiendo espanto—. Qué mieeedo me dais, niñas.
—De hecho, preferimos que nos llamen mujeres —repliqué yo; luego, me mordí el labio. No podía evitarlo, aunque sabía que estaba empeorando las cosas.
Por encima del hombro de Todd, Missy observaba con expresión de absoluta complacencia.
Todd seguía balanceándose de un lado a otro.
—Mira…
—No, Todd, mira tú —ya estaba harta de su actitud infantil, y no estaba dispuesta a permitir que nos arruinase nuestra noche—. Puede que la razón por la que no hayas tenido novia desde hace un tiempo sea que ninguna chica en su sano juicio quiera salir con un tío con el cociente intelectual de un niño de cuatro años.
Se inclinó hacia mí.
—Bueno, y puede que la razón por la que los tíos te sigan engañando sea porque eres una perra egoísta que sólo piensas en ti —se echó a reír cuando vio que yo daba un respingo.
—¿Sabes qué? Quizá la razón por la que las chicas del instituto están en el club es porque los chicos sois unos absolutos cretinos. Preferimos pasar el tiempo juntas antes que salir con cualquiera de vosotros —caí en la cuenta de que estaba incluyendo a Ryan en mi generalización—. Eres un crío, Todd. ¿Por qué no vuelves a la cancha de fútbol, donde te corresponde, y te pones a perseguir el balón en lugar de perseguir a chicas que son diez veces más inteligentes que tú?
Aquello le sacó de quicio.
—¡Zorra! —me agarró por la muñeca con todas sus fuerzas. Noté una punzada de dolor cuando Todd me apretó el brazo y me lo retorció.
Pegué un alarido mientras Brian y Don lo apartaban de mí.
Brian tiró de él por la cintura.
—No lo vale, colega. Déjala, no lo vale. Venga, vamos…
Todd se liberó de Brian y se enderezó. Mientras regresaba con su grupo, me enseñó el dedo del medio. Missy le dedicó una encendida ovación.
¿Y yo era la zorra?
Ryan se acercó a mí.
—¿Te encuentras bien? No me había dado cuenta de lo borracho que estaba Todd.
Me temblaba el cuerpo entero y la muñeca me palpitaba de dolor; aparte de eso, ¡todo era genial! Asentí con humildad mientras las chicas se acercaban a comprobar que estaba sana y salva.
Diane se dirigió a él.
—En serio, Ryan, ¿cómo puedes ser amigo de ese idiota, o de cualquiera de ellos?
Se limitó a encogerse de hombros.
—Sabes que no siempre es así.
—Mira, Ryan, Todd acaba de hacer daño a Penny. ¿Es que piensas volver con el grupo y fingir que no ha pasado nada? —Diane negó con la cabeza.

Ryan miró hacia atrás, hacia sus supuestos amigos.
—A ver, no saquemos las cosas de quicio —replicó.
—Tienes que estar de broma —me quedé mirando a Ryan, sin dar crédito—. ¿Acaso vas a defenderlo?
«Estás de mi parte —pensé—. Me dedicaste una canción, ¿no?».
—No, claro que no. Es sólo que…
La frustración que había ido acumulando en las últimas semanas llegó a su límite. Estaba tan indignaba que me costaba concentrarme.
Me giré hacia Ryan, con las mejillas ardiendo. Notaba un sabor ácido en la boca. Se suponía que era mi amigo, pero estaba dispuesto a cruzarse de brazos y permitir que aquello sucediera. No quería problemas con el imbécil de su mejor amigo, ni con sus repugnantes compañeros de equipo.
—Ay, Ryan, no sabes hasta qué punto me decepcionas. No te atreves a mostrarte tal como eres, ni a defender tus propias ideas, ¿verdad que no?
Ryan me miró como si le hubiera clavado un puñal. Nos contemplamos mutuamente.
Al momento, me arrepentí.
—No quería decir… —balbuceé.
Se dio la vuelta y me dejó allí de pie, con un gesto de horror en el semblante.
¿Cómo podía haberle dicho eso delante de todo el mundo?
Tracy me rodeó con el brazo y me condujo hasta el coche.
—Pen, es un cretino, no hagas caso de nada de lo que te ha dicho.
—Pero Ryan…
Tracy se mostró desconcertada.
—No estoy hablando de Ryan, sino de Todd.
«Ah, claro, Todd».
Seguí reproduciendo la conversación en mi cabeza una y otra vez.
—Toma, ponte esto en la muñeca. Yo me encargaré de la cama —Tracy me entregó una bolsa de hielo, cogió la sábana de mi mano y empezó a preparar el colchón de aire en el suelo de mi habitación—. Penny, deja ya de castigarte. Es un imbécil.
Levanté la mirada hacia ella.
—¿En serio crees que hemos molestado a tanta gente del instituto al fundar el club? Primero, el director Braddock; y ahora…
Sacudió la sábana mientras ésta descendía sobre la cama.
—Ven aquí —se sentó en mi cama y dio unas palmadas en el almohadón que tenía al lado—. Penny, el club es una de las cosas más importantes que hemos hecho todas y cada una de nosotras. Todd Chesney es un cretino. Punto final. No dejes que te amargue el triunfo de la noche.
Bajé la mirada a mi pijama de franela y levanté las rodillas para apoyar el mentón.

—Es que no quiero tener la culpa de molestar a la gente.
—¿Sabes de qué tienes la culpa?
Me encogí de hombros. Ya no sabía qué pensar. Cada vez que creía que podía seguir con el club y, al mismo tiempo, ser amiga de Ryan, todo estallaba en pedazos.
Tracy me agarró por el hombro de tal modo que me vi forzada a mirarla.
—Tienes la culpa de que Kara se haya sentido tan a gusto como para contarnos su problema con la comida.
La transformación de Kara había sido considerable. Se habían acabado los jerséis anchos, las fotos de modelos esqueléticas pegadas en su taquilla, y su costumbre de pedir ensalada sin aliño a la hora del almuerzo. Ahora se ponía ropa más favorecedora, tenía en la taquilla fotos de sus amigas —no de modelos consumidas— y almorzaba con nosotras. Aún le quedaba mucho camino por recorrer, pero era un buen comienzo.
—Tienes la culpa de que Teresa haya mantenido su beca de voleibol para la Universidad de Wisconsin.
Gracias a Maria, Teresa hizo un examen de Cálculo sensacional.
—Tienes la culpa de que, por primera vez en su vida, Diane Monroe disponga de personalidad propia. ¿Te acuerdas de cómo era a principio de curso?
Me acordé de Diane en el restaurante, cuando saltaba a la vista que estaba hecha polvo pero trataba de fingir que todo iba de maravilla.
—Y ahora, siempre que la ves, está encantada de pertenecer al club y tener amigas. Me ha sorprendido un montón, en serio.
Tracy no era la única persona a la que Diane había sorprendido. Todavía me costaba creer que hubiera puesto en riesgo su reputación con Braddock para ayudar al club, o que se hubiera enfrentado a Todd aquella misma noche… o a Missy, después de la publicación del artículo.
Noté que se me encogía el pecho y los ojos me comenzaban a arder.
—Esas cosas no ocurrieron por mí. No puedo sentirme responsable.
Tracy se levantó y me cogió de las manos.
—Fuiste tú quien nos abrió los ojos. Tú eres la más fuerte de todas.
El labio inferior me empezó a temblar.
—Sí, mira lo fuerte que soy…
—Basta ya, Penny. No te menosprecies. Eres la líder del grupo porque todo el mundo te respeta, porque siempre estás ahí para la gente, y porque eres una de las personas más increíbles que he conocido en la vida. Me encanta que seas mi mejor amiga. ¿Cuántas veces te lo voy a tener que decir?
Tracy me abrazó, y yo me agarré a ella con fuerza.
—Además —prosiguió—, todo el mundo me tiene miedo al conocerme, y Diane da la imagen de doña Perfecta, así que eres el menor de los tres males.
Solté a Tracy cuando ésta se echó a reír.
—Lo siento, ya sabes que no puedo evitarlo. ¡Justo por eso te necesitamos tanto!
Me recosté en la cama y caí en la cuenta de lo cansada que estaba. Tracy se tumbó en su colchón y se tapó con las mantas.

—Suficiente melodrama para un solo día. Adiós.
Apagué la lámpara de mi mesilla de noche y me tapé con el edredón. Desde abajo, me llegó una carcajada.
—¿Qué pasa?
A Tracy le había dado la risa floja.
—Ojalá pudiéramos ver a Todd mañana por la mañana. Va a encontrarse a morir. ¡Esperemos que haya vomitado encima de Missy! ¡Pagaría por verlo!
Me reí unos segundos y, luego, me acordé de Ryan. Tenía que encontrar la manera de arreglar las cosas entre los dos… otra vez.
¿Por qué podía yo formar parte de un grupo enorme de chicas, pero no dejaba de tener problemas con un único chico?
Di un respingo al recordar la expresión de su cara.
Cerré los ojos y aparté el pensamiento de mi cabeza. Me encargaría de ello al día siguiente. Aquella noche iba a disfrutar del éxito de la fiesta. Había sido genial, excepto cuando Todd me gritó, y cuando yo le grité a Ryan.
Mientras estaba tumbada, en la oscuridad, traté de visualizar todo lo bueno que había sucedido aquella noche: el dinero que Jen había recolectado para el equipo; la impresionante interpretación de I Will Survive por parte de Kara; Diane, Tracy y yo cantando juntas…
Pero, cada vez que empezaba a alegrarme, la expresión dolida de Ryan me saltaba a la mente.
—¡Ay! —exclamé al sacudir la cabeza, acaso con demasiada violencia, con la esperanza de desembarazarme de ese pensamiento.
—Penny —dijo Tracy con voz somnolienta—, ¿estás bien?
«No, no estoy bien».
—Sí, perfectamente. Buenas noches.
En serio, tenía que dejar de mentir a mi mejor amiga.
Y a mí misma.

Capitulo 35

El reloj no avanzaba lo bastante deprisa. Llevaba dando vueltas junto a mi taquilla lo que me había parecido una eternidad. De acuerdo, había llegado al instituto mucho antes de lo acostumbrado. Le había pedido a mi madre que me llevara para poder llegar temprano. Tenía un nudo en el estómago. Ryan se presentaría de un momento a otro.
Dio la vuelta a la esquina y, al quitarse el gorro de lana, el pelo se le quedó hecho un desastre. Empezó a pasarse los dedos para aplastarlo; entonces, me vio. Se detuvo un instante y, acto seguido, bajó la mirada mientras se acercaba a su taquilla.
—Hola… —lo saludé.
Se limitó a asentir con la cabeza mientras se quitaba su chaquetón negro de plumas. Me lo tenía merecido, lo sabía.
—Ryan, siento mucho, muchísimo, lo que dije. Sabes que no hablaba en serio.
Metió su mochila en la taquilla y se puso a sacar los libros. Me pregunté cuánto tiempo tardaría en volver a mirarme.
—Sé que no hablabas en serio —respondió en voz baja, aún sin mirarme a los ojos—. El problema es que lo dijiste porque sabías que me haría daño. Pues bien, misión cumplida —sacudió la cabeza de un lado a otro—. De todo el mundo del instituto, pensaba que serías la última persona en caer tan bajo.
Cerró la taquilla de un golpe y se dispuso a alejarse. Se paró y se giró hacia mí.
—¿Sabes lo que he estado haciendo todas las mañanas desde hace semanas? Vengo en el coche al instituto preguntándome a qué Penny me voy a encontrar ese día junto a la taquilla. ¿Será la Penny simpática, cariñosa y divertida, o la Penny fría y distante? Prácticamente contengo el aliento para ver cómo vas a reaccionar al verme, y luego trato de averiguar qué he hecho para merecer tu comportamiento. Por eso estuve sin hablarte esas dos semanas. Estaba dolido.
Me quedé mirándolo. No podía negar lo que decía. Sabía que me había comportado con él de manera errática, pero no podía decirle la verdadera razón.
Negó con la cabeza.
—Contigo, nunca sé dónde me encuentro —empezó a alejarse.
—Espera —salí corriendo y me planté frente a él—. Sé que lo que dije es imperdonable. Lo siento mucho, de verdad. Han pasado muchas cosas en los últimos dos meses y, sí, en parte las he pagado contigo.
—¿Por qué? —me miró con intensidad.
—Yo… —metí la mano en mi bolsa—. Bueno… quería darte esto.
Alargué la mano y le entregué a Ryan lo único que se me había ocurrido para que se enterara de lo que yo sentía.

Alargó la mano y examinó el estuche del CD. Lo abrió y su expresión cambió a medida que, con los dedos, iba recorriendo los nombres de los temas.
—¿Lo has hecho para mí? —levantó los ojos y me miró.
—Sí.
Examinó el interior y leyó en alto la dedicatoria: From me to you… «De mí para ti…».
—Es de una de sus canciones. Ésta —cogí el estuche y señalé uno de los títulos. No me había atrevido a escribir toda la letra; sería decir demasiado. Tendría que escuchar la canción para entenderlo.
Ryan siguió examinando el estuche.
—Sé que parece una idiotez, pero es lo único que se me ocurrió —percibí una nota de desesperación en mi voz y los ojos se me cuajaron de lágrimas. Todo en mi vida, excepto el club, parecía derrumbarse a mi alrededor. Pensé en las miradas de los chicos del instituto, los gritos de Todd, la persecución del director Braddock… No soportaba la idea de que Ryan me odiara también.
Notó que la voz se me quebraba y volvió a subir la mirada.
—Me encanta. Gracias.
—No es más que un CD absurdo —me acerqué a la pared, tratando de controlar las lágrimas, que ya me surcaban las mejillas. ¿En qué estaba pensando? ¿En que una recopilación de los Beatles mejoraría las cosas? ¡Si Ryan supiera lo que aquellas canciones significaban para mí! No era sólo un recopilatorio, sino mi alma entera, mi corazón. Se lo entregaba a él, le dejaba entrar en mi vida. Ojalá se diera cuenta.
Ryan se acercó y se inclinó para hablarme, sabiendo que, al hacerlo, impedía que la oleada de alumnos que ahora llenaba el pasillo me viera llorar. Su cercanía, en lugar de inquietarme, me consoló.
—Penny, viniendo de ti, esto significa mucho. Por favor, no estés triste —me rodeó el cuello con la mano, se inclinó un poco más y apoyó la barbilla en mi cabeza.
—Lo siento, yo sólo… —traté de tranquilizarme—. Han sido unas semanas muy largas.
Ryan no se movió.
—Sí, es verdad.
Las lágrimas me seguían empapando las mejillas. Intenté recobrar la compostura mientras los pasillos se inundaban de gente.
—Genial. Lo único que necesito son más rumores acerca de mí. Estoy harta de que la gente hable a mis espaldas, y seguro que esto les dará más tema de conversación.
Ryan se inclinó y me secó las lágrimas con la mano. Me quedé mirando sus ojos azules y deseé que todos los obstáculos desaparecieran.
—¿Sabes?, que estés tan amable y todo eso no es que ayude mucho, la verdad —le dije.
Ryan me miró intensamente unos segundos; luego, una sonrisa se le extendió por el semblante.
—Bueno, mujer, basta ya de lloriqueo. Eres una llorona de mierda.

—¿Cómo? —grité, estupefacta, sin poder evitar echarme a reír—. ¿A qué viene eso?
Se encogió de hombros.
—Bueno, no te venía mal una carcajada.
—Sí, pero ¿«llorona de mierda»?
—Estaba bajo presión. No se me ha ocurrido otra cosa.
Se inclinó hacia mí una última vez para limpiarme las lágrimas. Me dedicó una cálida sonrisa.
—¿Mejor?
Mientras yo asentía, algo en el pasillo me llamó la atención. Vi que Tracy nos miraba, boquiabierta. Se alejó a toda prisa al notar que me había fijado en ella.
—Mira, nos quedan dos semanas antes de las vacaciones de Navidad. Hagamos un pacto para que nada se interponga de nuevo en… nuestra amistad —propuso Ryan.
Le sonreí.
—Será genial.
—De acuerdo, volvamos a las taquillas antes de que lleguemos tarde a la primera clase —me rodeó con el brazo y me condujo a mi taquilla. Una oleada de alivio me invadió mientras recogía los libros.
Mierda. Se me había olvidado por completo que mi primera clase era Español, con Todd. Mierda.
O, más acertadamente, caca.
No veía posibilidad de aprobar la asignatura. Copiaba sin parar lo que la señora Coles escribía en la pizarra, pero no conseguía concentrarme. Todd llegó unos minutos tarde a clase con una autorización, y yo estaba demasiado asustada para mirar en su dirección.
—Escuchad, os recuerdo que el examen final es el próximo jueves. Esto es todo por hoy. Ahora, tiempo de conversación. En español, por favor —indicó la señora Coles en este idioma mientras se dirigía a su mesa, al fondo del aula.
Me giré para mirar a Todd y lo descubrí mirándome la muñeca. Me había puesto un jersey de manga larga para cubrir la magulladura; aun así se veía parte del hematoma rojizo y azul. Abrí la boca para hablar, si bien no se me ocurrió nada que decir.
Todd comentó algo, pero en voz tan baja que no pude oírlo.
—¿Qué? —le pregunté en español.
Me miró.
—Lo siento, Margarita. Lo siento —respondió él en el mismo idioma.
Parecía agotado. Antes de que yo pudiera responder, sonó el timbre. Empecé a recoger mis libros. Cuando salí por la puerta, Todd me estaba esperando.
—Hablaba en serio, Penny. Lo siento mucho —tenía la cara enrojecida y estaba apoyado, con postura desgarbada, en las taquillas situadas a la salida del aula.

—Gracias, Todd.
Me dedicó una sonrisa endeble antes de encaminarse a su siguiente clase. Todd no parecía él mismo a menos que estuviera gastando bromas o haciendo el ganso. Me entristecí un poco. ¿Qué más podía cambiar? Tal como iban las cosas, apenas me daba tiempo a mantener el ritmo.
A la hora del almuerzo todo el instituto sabía que Todd no sólo se había emborrachado el sábado por la noche, sino que sus padres le habían pillado, y que aquella mañana se habían reunido con el director Braddock, quien no tuvo más remedio que suspenderlo del equipo de baloncesto para los siguientes tres partidos.
Ahora entendía yo por qué estaba tan disgustado. Aunque él mismo tenía la culpa.
—Bueno… —dijo Jen mientras Morgan tomaba asiento—. ¿Dónde os escapasteis Tyson y tú después de la fiesta?
Morgan se sonrojó.
—¡Estupendo! —Jen se echó a reír—. Ya veo que la noche fue un éxito en todos los sentidos.
—Venga, déjala en paz —intervino Diane.
—De hecho, es más o menos de lo que quería hablaros —dijo Tracy.
Morgan se mostró horrorizada.
—No —Tracy negó con la cabeza—. Me refería al club —empezó a entregar a todo el mundo una hoja de papel.
El corazón me dio un brinco cuando me llegó el turno. Me sentí un poco dolida por haberme enterado así, sobre la marcha. Habíamos hablado sobre el asunto, pero aun así…


REGLAMENTO OFICIAL DEL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS, DE PENNY LANE.
El presente documento expone las normas para las socias del Club de los Corazones Solitarios. Todas las socias deberán aprobar los términos de este reglamento pues, de lo contrario, su afiliación quedará anulada automáticamente.
1. Las socias están en su derecho de salir con chicos si bien nunca, jamás, olvidarán que sus amigas son lo primero y principal.
2. A las socias no se les permite salir con cretinos, manipuladores, mentirosos, escoria en general o, básicamente, con cualquiera que no las trate como es debido.
3. Se exige a las socias que asistan a todas las reuniones de los sábados por la noche. Ninguna socia excusará su presencia en la fecha señalada para las reuniones con objeto de citarse con un chico. Se mantienen como excepción las emergencias familiares y los días de pelo en mal estado, exclusivamente.
4. Las socias asistirán juntas, como grupo, a todos los eventos destinados a parejas incluyendo (pero no limitándose a) la fiesta de antiguos alumnos, el baile de fin de curso, celebraciones varias y otros acontecimientos. Las socias podrán llevar a un chico como acompañante, pero el mencionado varón asistirá al evento bajo su propio riesgo.
5. Las socias deben apoyar siempre y en primer lugar a sus amigas, a pesar de las elecciones que éstas puedan hacer.
6. Y sobre todo, bajo ninguna circunstancia, las socias utilizarán en contra de una compañera los comentarios realizados en el seno del club. Todas sabéis a qué me refiero.
La violación de las normas conlleva la inhabilitación como socia, la humillación pública, los rumores crueles y la posible decapitación.

Mientras la gente leía, se fueron produciendo numerosos gestos de asentimiento y de apoyo verbal al nuevo reglamento. Levanté la mirada y vi que Tracy aguardaba una reacción por mi parte.
—¿Qué dice la jefa?
—Hagamos una votación. ¿Quién está a favor del nuevo reglamento?
Todas a una, las manos alrededor de la mesa se elevaron en el aire.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Tracy—. Michelle, ¿te importa empezar a salir otra vez con mi hermano, a ver si así se decide a hablarme?
Michelle se ruborizó.
—Eh, invítalo a la fiesta —Amy empezó a repartir sobres—. Hay uno para cada una, pero podéis llevar compañía. Aunque sea masculina —le hizo un guiño a Morgan.
Amy me entregó el mío, que, en la parte delantera, llevaba escrito pulcramente: «Penny Lane, líder intrépida». Iba a organizar una fiesta por todo lo alto para el club al terminar los exámenes finales, con motivo de las vacaciones de Navidad.
Nos pusimos a hablar de la fiesta y volví a mirar a Tracy. No me había dicho ni palabra acerca de lo que había presenciado entre Ryan y yo. Y a mí no me apetecía meter más drama en mi vida. Sólo quería sobrevivir a los finales.
—Eh, Teresa —grité por encima de la mesa—. El año pasado elegiste Español III, ¿verdad?
—Sí —respondió Teresa en ese idioma.
Una bombilla se me encendió en la cabeza.
—Escuchad, chicas —me levanté y todo el mundo dejó de hablar—. Se me ocurre que podíamos utilizar las dos o tres reuniones siguientes para organizar grupos de estudio de cara a los finales —escuché varios gruñidos—. Lo sé, ya lo sé; pero pensadlo un segundo. Podemos ayudarnos unas a otras con los exámenes, sobre todo las que ya han pasado por esas asignaturas el curso anterior.
Quería conseguir calificaciones incluso mejores aquel semestre, sólo para demostrar a Braddock que no tenía razón. Y, por descontado, deseaba que todas mis compañeras del club sobresaliesen en los exámenes. Cuando Jen había ido al despacho del director a entregarle el dinero, Braddock se limitó a gruñir mientras contaba los billetes.
¿Acaso existía algo que consiguiera hacer feliz a ese hombre?

Capitulo 36

Resultaba extraño porque, si bien era más que partidaria de mantener en secreto las decisiones del club, deseaba que alguien le diera a conocer a Ryan el nuevo reglamento. Aunque, al mismo tiempo, todavía no estaba convencida de encontrarme preparada para volver a salir con chicos, para correr el riesgo de que no funcionara. Qué injusto era: cuanto más me gustaba Ryan, más cuenta me daba de que podía destrozarme el corazón.
Decidí que una sesión de estudio era una «no cita» libre de peligro. De modo que invité a Ryan a casa para repasar Historia Universal. Pareció un tanto sorprendido por la invitación, pero no vaciló al aceptar.
—Y, exactamente, ¿cómo has obtenido toda esta información interna? —me preguntó mientras repasábamos apuntes en el sótano de casa.
—Bueno, tengo mis recursos —saqué un mapa de la Europa ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Durante la reunión del sábado me había enterado de que, el curso anterior, la señora Barnes había formulado muchas preguntas sobre la Segunda Guerra Mundial. Aunque sabía que los profesores no utilizaban los mismos exámenes, era bueno hacerse una idea de lo que habían preguntado anteriormente.
Además, no me lo tomaba como una forma de copiar, ya que no nos daban ninguna respuesta; sólo lo que había caído el curso anterior. Y yo aprovechaba cualquier cosa que pudiera conseguir.
—Ah, hola, Ryan —dijo mamá, que bajaba por las escaleras—. ¿Te apetece quedarte a cenar?
Ryan me miró y me encogí de hombros.
—Me encantará. Gracias, señora Bloom.
Mamá nos miró alternamente con una amplia sonrisa en el rostro. Y no es que estuviéramos haciendo nada: había libros de texto esparcidos por el suelo y Ryan y yo nos encontrábamos a un par de metros de distancia. Seguí mirándola, esperando a que dijera algo; pero continuó callada, observándonos fijamente.
—Mamá…
—Ay, perdón —se dirigió escaleras arriba.
¿Podía esa mujer, por una vez en su vida, intentar (sólo intentar) no avergonzarme?
Me sentía bastante impresionada conmigo misma, ya que Ryan y yo habíamos conseguido ser amigos durante casi dos semanas sin tragedia alguna de por medio. Aquél parecía ser nuestro acuerdo. A veces pensaba en él de una forma no del todo adecuada entre simples amigos. Pero qué le íbamos a hacer: todos somos humanos.

—¿Algún plan emocionante para las Navidades? —Ryan se puso de pie y se estiró. Miré el reloj, sorprendida de que hubiéramos estado estudiando dos horas seguidas.
—Ir de compras, a por un vestido de novia —desplegué las piernas y traté de volver a sentir el pie izquierdo.
—¿Quién es el afortunado? —me hizo un guiño.
Puse los ojos en blanco.
—No es para mí, sino para Lucy. Viene a casa por Navidad y ella, Rita y yo vamos a ir en busca de vestidos de damas de honor —Rita le había dejado muy claro a Lucy que necesitábamos dar nuestra opinión, porque se negaba a parecer una «pesadilla de tafetán rosa».
Me tumbé en el suelo y me quedé contemplando el techo.
—Estoy deseando que las dos estén en casa. Ojalá ya se hubieran terminado los exámenes finales.
—Sólo un día más —me recordó mientras volvía a sentarse—. Por cierto, me apetece mucho la fiesta de Amy, mañana por la noche.
Levanté la cabeza con tanta rapidez que incluso me mareé ligeramente.
—¡Cómo! ¿Es que vas a ir?
Ryan abrió los ojos de par en par.
—Sí, ¿te parece mal?
—No, para nada. Es que no sabía que Amy te había invitado.
Negó con la cabeza.
—Bueno, era evidente que tú no me ibas a invitar —me lanzó su carpeta.
—Bueno, lo siento… —¿por qué no habría invitado yo a Ryan?
—Pero no me invitó Amy.
Claro, había sido Diane. Qué estúpido por mi parte no haber pensado que Diane lo habría invitado.
—Tracy me pidió que fuera su pareja.
¿Tracy? ¿Mi Tracy?
«¿Le pidió que fuera su pareja?».
Traté de asimilar que Tracy no sólo había invitado a Ryan a la fiesta, sino que, para colmo, no me lo había comunicado. Por lo general, me lo contaba todo.
Era yo la que guardaba secretos.
Se me hizo un nudo en el estómago. Ay, Dios mío. Sabía exactamente lo que aquello significaba.
Por fin, Ryan había entrado en la lista de Tracy.
Era absurdo; Tracy jamás había mostrado interés por él. Tal vez fuera la razón por la que no había mencionado que nos había visto cerca de nuestras taquillas, en aquella ocasión. Pero ¿no me había dicho a principios de curso que él y yo haríamos buena pareja?
Tenía que reconocer que lo último que yo había dicho sobre el tema fue cuando proclamé que jamás saldría con Ryan, ni en un millón de años. Y nunca le había hablado a Tracy de mis sentimientos, jamás.

Miré al otro extremo del sótano y vi a Ryan tomando notas.
No podía culpar a Tracy, la verdad.
Yo había tenido semanas, ¡meses!, para pedirle que saliera conmigo.
Pero me había quedado callada.
Y Tracy no.
Tracy estaba por Ryan.
Y yo sentí ganas de acurrucarme como un ovillo y dejarme morir.

Capitulo 37

Llevaba temiendo la fiesta desde que me había enterado de que Tracy le había pedido a Ryan que fuera su pareja. Había esperado a que ella lo sacase a relucir, pero no había dicho ni palabra. Ni siquiera en ese momento, cuando nos estábamos arreglando.
Quité el tapón de un bote de maquillaje iluminador y empecé a extendérmelo por el cutis.
—No te olvides del escote —advirtió Diane mientras señalaba mi top granate, sin mangas y de cuello en pico. Lo había combinado con unos vaqueros nuevos azul marino, cinturón de lentejuelas plateadas y botas de tacón. Di un paso atrás para mirarme en el espejo, satisfecha con el resultado.
—A ver, déjame probar —dijo Tracy, mientras me quitaba el iluminador y empezaba a aplicármelo. Tracy llevaba un top ceñido de encaje negro con pantalones de campana negros, de raya diplomática. Aquella noche, con el pelo suelto, estaba preciosa. Por norma general, lo llevaba recogido en una coleta. Saltaba a la vista que se estaba esforzando al máximo por causa de Ryan.
—Muy bien, creo que estamos preparadas —concluyó Diane mientras nos examinábamos unas a otras en el espejo de mi cuarto de baño. Diane, como siempre, iba impecable. Llevaba una falda recta de color negro y un jersey de cuello alto de tono verde mar, con un top a juego debajo.
Entramos en el dormitorio para recoger los abrigos, pero Diane se sentó en la cama y abrió su bolso a juego, de tono verde mar.
—Tengo algo para vosotras —anunció mientras sacaba dos cajitas envueltas en papel plateado, con una cinta roja, y nos las entregaba a Tracy y a mí—. Quería que supierais lo mucho que aprecio todo lo que habéis hecho por mí este curso.
—Diane, no tenías por qué —protesté.
Se limitó a negar con la cabeza y señaló el paquete con la barbilla.
Tiré de la cinta roja y tuve cuidado para no romper el delicado papel de color plata. Ahogué un grito al ver una caja azul de Tiffany.
—¡Diane! —no podía creerlo. Levanté los ojos para cerciorarme de que Tracy no me llevaba la delantera. Me hizo una seña de asentimiento y ambas abrimos nuestras respectivas cajas.
En el interior, había una bolsa azul, a juego. Al abrirla, encontré una pulsera de eslabones de plata con un corazón en el cierre.
—Es preciosa —dijimos al unísono Tracy y yo.
—Leed la inscripción —pidió Diane mientras se acercaba a mí y colocaba el corazón en alto. En un lado se leían las siglas del club: CCS en el otro, mi nombre. Se acercó a mí y me colocó la pulsera alrededor de la muñeca.
—Diane, te has pasado. No deberías haberlo hecho —insistí.
—Es verdad, Diane. ¡De Tiffany, nada menos! —Tracy empezó a toquetear el cierre.
Diane se acercó para ayudarla.
—Chicas, habéis hecho tanto por mí este curso… Es una forma de daros las gracias. Además… —Diane levantó su brazo izquierdo y se subió la manga para enseñarnos que llevaba una pulsera igual que las nuestras—. No os parece una horterada, ¿verdad?
No podía apartar los ojos de la pulsera. Era lo más bonito que me habían regalado nunca.
—No, para nada —Tracy y yo abrazamos a Diane, formando una piña entre las tres.
—Y hay algo más que quería deciros —Diane parecía nerviosa—. Sé que las cosas están cambiando en el club y que dentro de poco empezaréis a salir con chicos… Sólo quería que supierais —levantó los ojos hacia mí— que os voy a apoyar, sea quien sea vuestra pareja.
Es decir: lo sabía.
Sabía lo de Tracy.
Tracy le frotó la espalda.
—Gracias, Diane. Sabes que nosotras también estaremos ahí para ti, siempre que nos necesites.
Ambas empezaron a salir de la habitación.
—Esta noche lo vamos a pasar en grande —auguró Tracy.
«Sí, desde luego».
Daba la impresión de que éramos casi las últimas personas en llegar a casa de Amy. Tuvimos que aparcar a la vuelta de la calle.
Las tres nos cogimos del brazo mientras llamábamos al timbre. Escuchamos que el ruido disminuía en el interior cuando Amy abrió la puerta, con un precioso vestido rojo hasta la rodilla.
—Bienvenidas —dio un paso a un lado para que viéramos a todo el mundo reunido en el salón y extendido por la cocina anexa.
—¡Felices vacaciones! —exclamaron todos a una, y rompieron a aplaudir.
—Vaya, chicos, debéis de estar hartos de repetir lo mismo —comentó Tracy.
Tardamos un rato en darnos cuenta de que aquello iba por nosotras. Todas las socias del club estaban de pie, ovacionándonos. Vi a Ryan, a Tyson y al hermano de Tracy en un rincón, también aplaudiendo.
—¿Qué pasa? —preguntó Diane a Amy.
—Queríamos daros a las tres el recibimiento que os merecéis —nos acompañó dentro y cogió nuestros abrigos.
Las ovaciones se apagaron, aunque nos percatamos de que todo el mundo nos miraba con una sonrisa. Volví los ojos a Jen y a Morgan para ver si me daban una pista. Ambas se limitaron a sonreír.
—Bueno —dijo Amy, señalando a la multitud—, queríamos que supierais lo mucho que habéis significado para todas las personas que estamos aquí.
Tracy me agarró de la mano y me dio un apretón. Me imaginé que, después de todo, tenía razón. En efecto, las tres habíamos creado algo. Algo positivo, algo que merecía la pena. A pesar de lo que otros chicos del instituto, o el director Braddock, pudieran pensar.
—Sólo queríamos entregaros un detalle para demostrar nuestro agradecimiento —Amy agarró tres regalos de debajo del árbol de Navidad, colocado junto a la ventana salediza—. Jen y yo estuvimos recordando cuando nos unimos al club, y todo aquello de lo que hablamos. No nos podíamos figurar en aquel entonces que bajo aquel árbol, delante del instituto, iba a empezar algo tan importante —Amy hizo un gesto hacia la sala abarrotada.
Diane, Tracy y yo nos dispusimos a desenvolver nuestros paquetes, aunque empecé a inquietarme al oír risitas nerviosas en el salón. Me hice un lío con el envoltorio, de modo que Tracy fue la primera en abrir el regalo.
—¡Es increíble! —exclamó. Miré en su dirección y vi que sujetaba en alto una camiseta blanca con mangas tres cuartos de color rosa. Me enseñó la camiseta. En la parte delantera, decía: CCS y, en la espalda: LARSON.
Solté una carcajada mientras Amy proseguía.
—Bueno, pensamos que ya era hora de que, por fin, tuviéramos camisetas —todo el mundo en la estancia sacó su camiseta a juego—. Y ahora, ¿qué creéis que hará Braddock si entramos todas en el instituto el primer día llevándolas puestas?
—Un momento, no quiero tener la culpa de que ingresen a un hombre en el hospital—. Tracy se acercó a la mesa con las bebidas, agarró tres vasos de sidra y nos entregó uno a Diane y otro a mí.
—Penny, deberíamos hacer un brindis.
Levanté el vaso.
—¡Por el Club de los Corazones Solitarios!
—Y también —añadió Tracy—, por todas las personas que nos han apoyado —hizo una seña hacia la esquina del salón donde estaban su hermano, Tyson y Ryan. Luego, me miró. Me agarró de la mano—. Venga, vamos a relacionarnos.
Fuimos recorriendo el salón, dando las gracias y deseando felices vacaciones a todo el mundo. Las socias del club estaban de un humor excelente y se habían puesto guapísimas. No podía imaginar mi vida sin ellas.
—Eh, vayamos allí —Tracy empezó a arrastrarme hacia el rincón donde Ryan estaba hablando con Mike y Michelle.
No, por favor, no me apetecía ejercer de sujetavelas. Prefería no tener que presenciarlo. Mi corazón no lo iba a poder soportar.
—Felices vacaciones —dijo Tracy. Me pegó un empujón tan fuerte que estuve a punto de caerme encima de Ryan—. Vaya, ¿qué te han puesto ahí dentro? —señaló con la barbilla mi vaso de sidra.

Me sonrojé, de pronto inundada por una vibrante energía interior. Debía de ser por tantas emociones en la misma noche. O por los doce pedazos de dulce de azúcar que me había zampado.
—Así que lo conseguimos. Hemos sobrevivido —Ryan chocó su vaso contra el mío.
Sonreí. No dije nada, en espera de que Tracy saltara a la acción y empezara a hacer gala de sus encantos delante de Ryan. Me giré hacia Tracy y me di cuenta de que se había marchado. Michael y Michelle también se habían ido. Ryan y yo estábamos solos.
—¡Eh, hola! —me colocó la mano en la parte de atrás de la cintura—. ¿Todo bien? ¿Es que te ha explotado el cerebro con tantos exámenes? —se puso a juguetear con mi peinado.
Le aparté la mano con una palmada.
—Cuidado, se tarda mucho en conseguirlo, ¿sabes? Sobre todo por esa abolladura antigua.
Ryan se echó a reír.
—Vale, de acuerdo.
Esbocé una sonrisa traviesa.
—Vamos a ver si te gusta a ti —levanté la mano e hice lo que siempre había deseado hacer: alborotarle el pelo. Era tan suave como me había imaginado.
Solté una carcajada.
Me di cuenta de que todos los presentes nos miraban y que luego, en cuanto les devolví la mirada, apartaron los ojos a toda prisa.
De acuerdo, no debería estar jugueteando de aquella manera con el chico que le gustaba a Tracy.
Me alejé de Ryan para que no nos rozáramos.
Aunque pensé que, tal vez, no debería mostrarme tan cohibida. Todo el mundo sabía que éramos amigos. Estaba convencida de que sólo eran imaginaciones mías.
Pero, por si las moscas, di otro paso atrás.
No daba crédito a lo mucho que estaba comiendo, pero me figuré que no pasaría nada porque me tomara otra porción de dulce de azúcar. Me metí en la boca el último pedazo del plato y empecé a recoger la mesa.
La fiesta estaba llegando a su fin y sólo quedábamos una docena de personas. Me había quitado las botas al ponerme a recoger los desperdicios esparcidos por el salón.
Tracy se acercó, enlazó su brazo con el mío y me llevó al vestíbulo.
—¡Dios mío! —exclamó—. Pensé que si lo invitaba, por fin te decidirías a hacer algo; pero ya veo que no. A veces, resultas desesperante.
«¿Cómo?».
—Vete con él de una vez, ¡me pones de los nervios!
«¿Cómo?».

Me quedé mirándola, Tracy soltó un gruñido.
—Pen, soy tu mejor amiga desde hace años. ¿Crees que no sabía lo que pasaba entre Ryan y tú?
«¿Cómo?».
—Escucha, Penny. Ya sé que has estado preocupada por el tema de las citas con chicos y la prohibición del club. Pero las reglas han cambiado, ¿te acuerdas? Deja de boicotearte a ti misma de una vez —esbozó una sonrisa—. Además, no hay quien te aguante cuando te empeñas en ocultar tus sentimientos, así que ve ahí adentro y pídele que salga contigo.
—Espera —yo estaba en estado de shock—. ¿Invitaste a Ryan por mí?
Tracy soltó un gruñido.
—¡Pues claro! ¿Por qué, si no?
«Mierda».
Me puse a negar con la cabeza.
—No puedo…
«Oh, Dios mío».
Volví la mirada y vi a Ryan hablando con Morgan y Tyson. Nunca en mi vida le había pedido a nadie que saliera conmigo. ¿Y si respondía que no?
—No va a responder que no.
«¿Cómo lo…?».
—¿Y qué me dices de Diane? —pregunté, confiando en poder posponer el asunto unos cuantos días, o meses, o años.
—¿Es que no la has oído antes?
Miré a Tracy sin dar crédito.
—Se estaba refiriendo a mí…
—En serio, Penny. Diane y yo ya hemos hablado de esto…
—¡Un momento! ¿Tú y Diane habéis hablado de esto?
—Pen, Ryan cantó para ti delante del instituto entero, ¿te parece poco? Es prácticamente lo único de lo que hablamos las del club cuando tú no estás delante.
«Genial, el club lo sabe». Así que la gente me miraba con razón. Qué vergüenza. Aquello no podía estar pasando.
—Además, tú y Ryan sois los mejores amigos de Diane. Quiere que los dos seáis felices.
—Bueno, primero debería hablar con ella…
Tracy sonrió.
—Se ha marchado. No quería que te sintieras incómoda. Me pidió que te dijera que la llames mañana para preparar el conjunto que te vas a poner en tu cita.
Diane se había marchado. Pero…, pero…
Tracy se limitó a sacudir la cabeza.
—A veces, realmente me das que pensar. ¡Venga, a por él!
Antes de que pudiera recobrar el aliento, Tracy vociferó:
—¡Eh, Ryan! ¿Tienes un segundo?
«Ay, Dios mío. Ahora no. Ahora mismo soy incapaz».

Ryan se disculpó y se acercó hacia nosotras, un tanto desconcertado.
—¿Qué pasa, Tracy?
Tracy sonrió y tiró de Ryan de tal forma que se quedó justo enfrente de mí.
—No tengo sitio en mi coche, ¿te importa llevar a Penny a casa?
—Claro que no —respondió.
—¡Genial! Más que nada porque tiene que pedirte algo —Tracy se dio la vuelta y empezó a alejarse.
Yo estaba horrorizada a más no poder.
—Ah, otra cosa —Tracy se giró y señaló encima de nuestras cabezas—. Estáis debajo del muérdago. ¡Adiós!
Ryan y yo levantamos los ojos y vimos una rama de muérdago justo encima de nosotros.
Miré hacia atrás y vi que Tracy metía en la cocina a las pocas personas que quedaban en la fiesta.
La iba a matar.
Me giré de nuevo y di un ligero respingo al descubrir que Ryan se inclinaba hacia delante para besarme.
Al ver mi reacción, dio un paso atrás.
—Perdona, es por la… tradición navideña —señaló sobre nuestras cabezas—. No debí hacerlo —se alejó otro paso más.
—No, no pasa nada. Yo…
¿Cómo se suponía que iba a dar el paso?
—Querías pedirme algo, ¿no? —Ryan cruzó los brazos y una expresión divertida le cruzó fugazmente el rostro.
—Mmm, sí. Verás…
Lo mío era un caso perdido.
—Bueno, es curioso… —«venga ya, puedes hacerlo»—. Parece que las cosas han cambiado un poco en el club.
—¿Me he perdido algo? ¿Es que te han expulsado?
—Ja, ja. Todavía no —respiré hondo—. Bueno, ya sabes que no podíamos, eh…, no…
—No podéis tener novio.
—Hasta el momento, no. Pero hemos decidido que, a lo mejor, no era justo para la gente…
—Entiendo. ¿Y ahora?
Empecé a moverme de atrás adelante. ¿Por qué Tracy me hacía aquello? No estaba preparada, en absoluto.
—Bueno…, quería… intentar…, —durante todos aquellos años, no me había parado a pensar en el mérito que tenían los chicos: lo de declararse era una tortura.
—Penny, ¿quieres salir conmigo?
¡Guau!, qué fácil.
Por suerte, Ryan había captado la indirecta.
—Sí, claro que sí.

Nos sonreímos mutuamente. Ryan dio un paso al frente y me abrazó por la cintura. Entonces, caí en la cuenta de algo.
—¡Espera! No podemos salir los sábados por la noche. Están reservados para el club.
—No importa. Quedan otras seis noches en la semana.
Me lo estaba poniendo demasiado fácil. Tal vez eso de salir con un chico no iba a resultar tan complicado, al fin y al cabo.
—¡Ah! Y almuerzo con las chicas. Y si quieres hacer algo, me lo tienes que decir con antelación, porque no voy a cambiar los planes que tenga con alguna de mis amigas por que se te ocurra llamarme.
Ryan asintió.
—De acuerdo. ¿Alguna cosa más?
—Mmm, bueno, tendré que repasar el nuevo reglamento. Quiero asegurarme…
Ryan me agarró de la mano y se inclinó hacia delante.
—Penny, no pienso apartarte de tus amigas. ¿Qué te parece si salimos unas cuantas veces antes de empezar a establecer un exceso de reglas entre nosotros?
Me sonrojé. Tenía que serenarme un poco antes de empezar a tomar decisiones sobre nuestra relación.
—Me parece bien, sí.
—De acuerdo. Vamos a despedirnos de todo el mundo y te llevaré a casa.
Se dispuso a encaminarse a la cocina.
—¡Espera! —lo llamé. Señalé el muérdago, que seguía sobre mi cabeza—. No estaría bien romper una tradición navideña.
Ryan me sonrió y se acercó hasta mí. El corazón me latía a toda velocidad mientras, con ternura, me cogía la cabeza entre sus manos. Se inclinó hacia delante y yo, en vez de quedarme helada o salir huyendo, me incliné hacia él mientras me besaba.
Apartamos los labios y se quedó a unos centímetros de mi cara.
—Me he pasado el curso entero esperando este momento —admitió.
—¿Por qué has tardado tanto? —le pregunté.
—¿De verdad necesitas que te lo recuerde? —ambos sonreímos.
Cuando entramos en la cocina, se hizo de pronto un silencio.
No costaba imaginarse de qué habían estado hablando.
Mientras nos despedíamos de todo el mundo, Tracy se acercó y me dio un abrazo.
—Entonces… —me examinó la cara y, sin lugar a dudas, se enteró de lo que había ocurrido.
Tracy se mordió el labio y trató de disimular una sonrisa. Me eché a reír. Me alegraba de que mis amigas me apoyaran hasta tal punto. Ryan se acercó y mantuvo mi abrigo abierto para que me lo pusiera.
—Bueno, Tracy, gracias por invitarme —le dijo.
Tracy pegó un salto y lo abrazó con fuerza.
—Gracias a ti.

Mientras Ryan y yo nos marchábamos, Tracy me dijo moviendo los labios: «¡Llámame!».

HERE COMES THE SUN 

""Little darling,, it´s been a long cold lonely winter……""

Capitulo 38

El aire invernal me atacó por sorpresa cuando salimos de casa de Amy. Empecé a tiritar mientras nos dirigíamos al coche, y Ryan me rodeó con sus brazos.
De pronto, ya no tuve frío.
Abrió la puerta para que entrara. Me senté y me abroché el cinturón de seguridad mientras Ryan se montaba por el otro lado. Encendió el motor y el equipo de música empezó a tronar. Ryan se sonrojó.
—Bonito CD —observé.
—Gracias, me encanta.
—A mí también —dije, y ya no me refería a la música.
Me eché hacia atrás en el asiento y apoyé la nuca en el reposacabezas. Habíamos tardado un tiempo pero, por fin, ahí estábamos.
Alargué el brazo, subí el volumen y me puse a cantar la última canción del CD que le había regalado.
Y es que, aunque estábamos en mitad de la noche, aún podía cantar Here Comes the Sun («aquí llega el sol»), y sentir como propia cada palabra, cada emoción.
Sobre todo, la parte de it's all right, «todo está bien».
Todo estaba más que bien.
Todo era perfecto.

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