El club de los corazones solitarios. (Niall Horan y tú) capitulo 1 al 9
Capitulo uno. Cuando tenía cinco años, caminé hacia el altar con el hombre de mis sueños.
Bueno, dejémoslo en “el niño” de mis sueños. También tenía cinco años.
Conozco a Nate Taylor prácticamente desde que nací. Su padre y el mío eran amigos de la niñez, y todos los años Nate y sus padres pasaban el verano con mi familia. Mi álbum de recuerdos de la infancia está lleno de fotos de los dos: bañándonos juntos, de niños; jugando en la casa del árbol del jardín trasero, y –mi preferida- disfrazados de novios en miniatura en la boda de mi prima.
Todo el mundo bromeaba y aseguraba que algún día nos casaríamos de verdad. Nate y yo también lo creíamos. Nos considerábamos la pareja perfecta. No me molestaba jugar a la guerra con Nate, y él llegó a jugar con mis muñecas (aunque nunca lo admitió). Me empujaba en los columpios y yo le ayudaba a organizar sus muñecos de acción. Nate opinaba que me veía preciosa con mis coletas, y yo pensaba que él era muy guapo. Sus padres me caían bien, y a él los míos. Yo quería un bulldog inglés y Nate, un pug. Los macarrones con queso eran mi plato favorito, y el suyo también.
¿Qué más podría pedir una chica?
Para mí, esperar con una ilusión la llegada del verano equivalía a esperar con ilusión a Nate. Como resultado, casi todos mis recuerdos tenían que ver con él.
Mi primer beso (en la casita del árbol, en mi jardín, cuando teníamos ocho años. Le di un abrazo y luego me eché a llorar).
La primera vez que tomé la mano a un niño(nos perdimos en una excursión)
Mi primera tarjeta de San Valentín (un corazón de cartulina roja con mi nombre escrito).
Mi primer campamento.
La primera vez que engañé a mis padres (el año pasado tomé un tren a Chicago para ver a Nate. Les dije a mis padres que iba a dormir en casa de Sisa, mi mejor amiga).
Nuestro primer beso de verdad (catorce años. Esta vez no me defendí)
Después de aquel beso, mi entusiasmo por la llegada del verano se incrementó. Ya no eran juegos de niños. Nuestros sentimientos eran auténticos, diferentes. El corazón ya no era de cartulina: estaba vivo, latía...era de verdad.
Capítulo uno. Parte 2.
Cuando pensaba en el verano, pensaba en Nate. Cuando pensaba en el amor, pensaba en Nate. Cuando pensaba en cualquier cosa pensaba en Nate. Sabía que aquel verano iba a ocurrir. Nate y yo estaríamos juntos. El último mes de clases me resultó insoportable. Inicié la cuenta regresiva de su llegada. Salía de compras con mis amigas en busca de ropa para gustarle a Nate. Incluso compré mi primer biquini pensando en él. Organicé mi horario de trabajo en la clínica dental de mi padre adaptándolo al horario de Nate en el club de campo. No quería que nada se interpusiera entre nosotros. Y entonces, sucedió. Allí estaba. Más alto. Más maduro. Ya no era sólo guapo, sino sexy. Y era mío. Quería estar conmigo, Y yo, con él. Parecía así de simple. Al poco tiempo, estábamos juntos. Por fin, juntos de verdad. Sólo que no fue el cuento de hadas que yo había esperado. Porque los chicos cambian. Mienten. Te pisotean el corazón. A fuerza de desengaños, descubrí que ni los cuentos de hadas ni el amor verdadero existen. Que el chico perfecto no existe. ¿Y esa encantadora foto de una inocente novia en miniatura con el chico que algún día le rompería el corazón? Tampoco existía. Me quedé mirando cómo ardía en llamas.
Capítulo dos.
Todo ocurrió muy deprisa. Empezó como cualquier otro verano. Llegaron los Taylor, y la casa estaba hasta el tope. Nate y yo coqueteábamos sin parar…siguiendo la rutina de los últimos años. Sólo que, esta vez, por debajo del coqueteo latían otras cosas. Como deseo. Como futuro. Como sexo. Todo lo que había soñado empezó a suceder. Para mí, Nate era perfecto. El chico con el que comparaba a todos los demás. El que siempre lograba que se me acelerara el corazón y el estómago me diera un vuelco. Aquel verano, por fin, mis sentimientos fueron correspondidos. Salimos un par de veces, nada del otro mundo. Fuimos al cine, al cenar, etc. Nuestros padres no tenían idea de lo que estaba pasando. Nate no quería decirles, y me dejé llevar. Alegó que reaccionarían de manera exagerada, y no se lo discutí. Aunque sabía que nuestros padres siempre habían deseado que, en un futuro, acabáramos juntos, no estaba convencida de que ya estuvieran preparados. Sobre todo porque Nate dormía abajo, en nuestro sótano. Todo iba de maravilla. Nate me decía lo que yo quería oír. Que era preciosa, perfecta. Que al besarme se le cortaba la respiración. Me sentía en la gloria. Nos besábamos. Luego, nos besábamos más. Y después. Mucho más. Pero al poco tiempo ya no era suficiente. Al poco tiempo, las manos empezaron a deambular, la ropa comenzó a desprenderse. Era lo que yo siempre quería. Y yo me resistía. Todo lo que hacíamos se convertía en una lucha constante por ver hasta dónde cedería yo. Habíamos tardado tanto en llegar hasta ese punto que no quería precipitar las cosas. No entendía por qué no nos limitábamos a disfrutar del momento, a disfrutar de estar juntos, en vez de apresurarnos hasta el paso siguiente. Y cuando digo “paso siguiente”, me refiero al contacto físico. No había mucho diálogo sobre los pasos siguientes en cuanto nuestra relación. Después de un par de semanas, Nate empezó a decir que, para él, yo era la única, su amor verdadero. Sería increíble, aseguraba, si le permitiera amarme de la manera que él quería. Justo lo que yo había imaginado durante tanto tiempo. Lo que siembre había deseado. Así que pensé: “Sí, lo haré. Porque será con él. Y eso es lo que importa”.
Capítulo 2. Parte 2.
Decidí darle una sorpresa. Decidí confiar en él. Decidí dar el paso. Lo tenía todo planeado, todo calculado. Nuestros padres iban a salir hasta tarde, y tendríamos la casa para nosotros solos. -¿Estás segura de lo que quieres, Penny? –me preguntó Sisa aquella mañana. -Lo único que sé es que no quiero perderlo. –respondí. Ése era mi razonamiento. Lo haría por Nate. No tenía nada que ver conmigo, o con lo que yo quisiera. Todo era por él. Quería que resultara espontáneo. Quería que lo tomara desprevenido, y que luego se sintiera abrumado por lo perfecto que era, por lo perfecta que era yo. Ni siquiera sabía que yo estaba en casa; quería que pensara que había salido aquella noche, para que la sorpresa fuera aún mayor. Quería demostrarle que estaba preparada. Dispuesta. Que era capaz. Lo tenía todo pensado, excepto la ropa que me iba a poner. Me metí a escondidas en la habitación de mi hermana Rita y registré sus cajones hasta encontrar un camisón de seda blanca que no dejaba mucho espacio a la imaginación. También tomé su bata de encaje rojo. Cuando por fin estuve preparada, bajé sigilosamente las escaleras hasta la habitación de Nate, en el sótano. Empecé a desatarme la bata con una mezcla de emoción y nerviosismo. Me moría de ganas de ver la expresión de Nate cuando me descubriera. Me moría de ganas de demostrarle lo que sentía, de modo que él, por fin, sintiera lo mismo que yo. Esbocé una sonrisa mientras encendía la luz. -¡Sorpresa!- grité. Nate se incorporó del sofá como un resorte, con una expresión de pánico. -Hola…-dije con un tono dócil, al tiempo que dejaba caer la bata al suelo. Entonces, otra cabeza surgió del sofá. Una chica. Con Nate. Me quedé petrificada, sin dar crédito a mis ojos. Pasé la vista del uno al otro mientras, a tientas, reunían su ropa. Por fin, agarré la bata y me la puse, tratando de cubrir la mayor parte posible de mi cuerpo. La chica empezó a soltar risitas nerviosas. -¿No habías dicho que tu hermana había salido esta noche? ¿Su hermana? Nate no tenía una hermana, para nada. Traté de convencerme de que existía una buena explicación para lo que estaba viendo. Nate no me haría una cosa así, de ninguna manera. Sobre todo en mi propia casa. Quizá aquella chica había tenido un accidente justo delante de la puerta y Nate la había llevado adentro para…eh…consolarla. O acaso ensayaban una escena de una representación veraniega de… Romeo y Julieta al desnudo. O tal vez me había quedado dormida y se trataba de una pesadilla.
Capítulo 2. Parte 3. Sólo que no era así. La chica terminó de vestirse y Nate, esquivando mi mirada, la acompañó al piso de arriba. Todo un caballero. Tras lo que me pareció una eternidad, regresó. -Penny-dijo, colocando una mano alrededor de mi cintura-, lamento que tuvieras que ver eso. Intenté responder, pero no encontraba la voz. Subió los brazos hasta mis hombros y empezó a frotarlos a través de la bata. -Lo siento, Penny. Lo siento mucho. Fue una estupidez, tienes que creerme. Soy un *****. Un ***** de marca mayor. Negué con la cabeza. -¿Cómo pudiste?- mis palabras eran apenas un suspiro; se me contraía la garganta. Se inclinó sobre mí. -En serio, no volverá a ocurrir. Escúchame, no pasó nada. Nada de nada. No fue nada. Ella no es nadie. Sabes lo mucho que significas para mí. Eres tú con quien quiero estar. Eres tú de quien estoy enamorado –bajó las manos por mi espalda-. ¿Ya te sientes mejor? Dime qué puedo hacer, Penny. Lo último que quiero es herirte. La conmoción se iba pasando, dejando la descubierto la furia que subyacía. Lo aparté de un empujón. -¿Cómo pudiste? –espeté-. ¿CÓMO PUDISTE? Esta última parte la dije a gritos. -Mira, ya me disculpé. -¿Te DISCULPASTE? -Penny, lo siento muchísimo. -¿LO SIENTES? -Por favor, deja de hablar y escúchame. Te lo puedo explicar. -Muy bien, perfecto – me senté en el sofá-. Explícalo. Nate me lanzó una mirada nerviosa; evidentemente, no había contado con que me sentara a escuchar lo que tuviera que decir.
Capítulo 2. Parte 4. -Penny, esa chica no significa nada para mí. -Pues no daba esa impresión. –me ajusté el cinturón de la bata y agarré una almohada para taparme las piernas. Nate exhaló un suspiro. Un suspiro en toda su expresión . -Bueno, ya empezamos con el melodrama-ironizó. Entonces, se sentó a mi lado con los brazos cruzados-. Muy bien. Si no estás dispuesta a aceptar mis disculpas, no veo qué otra cosa puedo hacer. -¿Disculpas?-repliqué entre risas-. ¿Crees que decir “lo siento” es suficiente para borrar lo que pasó? Creí que habías dicho que soy especial –bajé la vista al suelo, avergonzada de mí misma por haber sacado el tema a relucir-. -Pues claro que eres especial, Penny. Vamos, ¿qué pensabas que iba a pasar? –la cara de Nate se tiñó de un rojo brillante-. A ver, las cosas son así: tú y yo… nosotros…nosotros…bueno, así están las cosas… No podía creer lo que estaba oyendo. El Nate de sólo unos días atrás había desaparecido y una especie de… bestia había ocupado su lugar. -¿Me quieres decir de que estás hablando? -¡Santo Dios! –Nate se levantó del sofá y empezó a pasear de un lado a otro-. Esto es exactamente de lo que estoy hablando: mírate, ahí sentada, como cuando éramos niños y no lograbas lo que querías. Bueno, he querido estar contigo desde hace mucho tiempo, Penny. Muchísimo. Pero aunque tú creas que quieres estar conmigo, no me quieres a mí. Lo que quieres es tu amor de la infancia. El Nate que te tomaba de la mano y te daba besos en la mejilla. Bueno, pues ese Nate creció. Y quizá tú deberías hacer lo mismo. -Pero yo… -¿Qué? Tú, ¿qué? ¿Te pusiste la camisa de tu hermana? Ésos son juegos de niños, Penny. Para ti es un día de boda perpetuo, sin luna de miel, sin quitarte el vestido de novia, sin nada de nada. Pero, ¿sabes qué? La gente practica sexo. No es para tanto. Empecé a temblar de arriba a bajo. Sus palabras me golpeaban. Nate negó con la cabeza. -No debería haberme metido contigo. ¿Qué puede decir? Estaba harto, y era mucho más fácil ceder a tus fantasías que enfrentarme a ellas. Además, lo admito, tienes ese toque de chica de clase media que te favorece. Nunca se me ocurrió que, al final, no serías más que una provocadora. Se me revolvió el estómago. Las lágrimas me surcaban las mejillas. -Oh vamos –Nate se sentó y me rodeó con el brazo-. Grítame un poco más y te sentirás mejor. Luego damos carpetazo y ya. Salí corriendo escaleras arriba. Para huir de Nate. Para huir de las mentiras. Para huir de todo. Pero no podía huir. Nate iba a seguir instalado en nuestra casa otras dos semanas. Cada mañana tendría que levantarme y mirarlo a la cara. Observar cómo salía por la puerta, sabiendo que seguramente iba a verla a ella. Sabiendo que Nate tenía que buscar otro sito porque yo no era suficientemente buena para él. Nunca me vería “de esa manera”. Día tras día me recordaba a mí misma que era una fracasada. Que lo que había deseado durante años había terminado haciéndome sufrir más de lo imaginable. Rita, mi hermana mayor, fue la única persona de mi familia a la que se lo conté, y la obligué a jurar que no se lo diría a nadie. Sabía que aquello perjudicaría la prolongada y estrecha amistad entre nuestros padres, y no parecía justo que Nate también la destruyera. Además, me daba vergüenza. No soportaba la idea de que mis padres descubrieran lo *beep* que era su hija. Rita intentó consolarme. Llegó a amenazar con matar a Nate si se acercaba a tres metros de mí. Pero incluso treinta metros habrían sido pocos. -Vas a estar bien Penny –prometió Rita mientras me rodeaba con su brazos-. Todos nos topamos con algunos baches en el camino. Yo no me había topado con un bache, si no con un muro de ladrillo. Y no quería volver a sufrir ese dolor nunca más.
Capítulo 3. Me sentía perdida. Necesitaba esconderme. Escapar. Sólo se me ocurrió un remedio para aliviar el dolor. Recurrí a los cuatro chicos que nunca me fallarían. Los únicos cuatro que jamás me romperían el corazón, que no me decepcionarían. John, Paul, George y Ringo. Lo entenderá cualquiera que se haya aferrado a una canción como a un bote salvavidas. O que haya puesto una canción para despertar un sentimiento, un recuerdo. O que haya hecho sonar mentalmente una banda sonora para ahogar una conversación o una escena desagradable. En cuanto regresé a mi habitación, destrozada por el rechazo de Nate, subí el volumen de mi radio hasta el punto que la cama empezó a temblar. Los Beatles habían sido siempre una especia de manta reconfortante que me daba seguridad. Formaban parte de mi vida incluso antes que naciera. De hecho, de no haber sido por los Beatles, no habría nacido. Mis padres se conocieron la noche en que John Lennon murió de un disparo, junto a un altar improvisado en un parque de Chicago. Ambos eran fans de los Beatles de toda la vida. Y con el paso del tiempo decidieron que no tenían más remedio que ponerles a sus hijas nombre de tres canciones del grupo: Lucy in the sky with diamonds, Lovely Rita y Penny Lane. Eso sí, mis hermanas mayores tuvieron la suerte de que les pusieran segundos nombres normales, pero a mí me otorgaron el título completo de Lennon y McCartney: Penny Lane. Incluso, nací el 7 de febrero, aniversario de la primera visita de los Beatles a Estados Unidos. No me lo tomaba como una casualidad. No me habría extrañado que mi madre se hubiera negado a pujar para que yo naciera ese día. El destino de casi todos los viajes familiares era la ciudad de Liverpool, en Inglaterra. En todas nuestras felicitaciones de Navidad aparecíamos recreando la portada de un disco de los Beatles. Aquello debería haberme incitado a la rebelión. En cambio, los Beatles se convirtieron en parte de mí. Me sintiera feliz o triste, sus letras, su música, eran un consuelo. Esta vez traté de sofocar las palabras de Nate con una explosión de Help! Mientras tanto, recurrí a mi diario. Al tomarlo, el cuaderno forrado de piel se sentía pesado, cargado por los años de emociones que contenían sus páginas. Lo abrí y revise las entradas, casi todas con letras de los Beatles. A cualquier otra persona le habrían resultado asociaciones absurdas, pero para mí el significado de las letras iba mucho más allá de las palabras. Eran como fotografías de mi vida: de lo bueno, y lo malo y lo relacionado con los chicos. Cuánto sufrimiento. Me puse a revisar mis relaciones anteriores. Dan Walter, de segundo de bachillerato y, según Sisa, “un completo lujurioso”. Salimos 4 meses, cuando llegué al último año de secundaria. Las cosas empezaron bastante bien, si por “bien” se entiende ir al cine y a cenar pizza los viernes en la noche con el resto de las parejas de la ciudad. Al fin, Dan empezó a confundirme con el personaje de la película “Casi famosos” que también se llamaba Penny Lane. Ella es una groupie despiadada, y a Dan se le metió en su cabeza hueca que, si tocaba Starway to heaven con la guitarra, me rendiría. No tardé mucho en darme cuenta de que el atractivo físico no necesariamente conlleva las dotes de un buen guitarrista. En cuanto comprobó que mis calzones seguían en su lugar, Dan cambió de melodía.
Capítulo 3. Parte 2. Después vino Derek Simpson, quien –estoy segura- sólo salió conmigo porque pensaba que mi madre, que es farmacéutica, le podía conseguir pastillas. Darren McWilliams no fue mucho mejor. Empezamos a salir justo antes de que me entrara la locura por Nate, el verano pasado. Parecía un tipo encantador hasta que empezó a visitar a Laura Jaworski, quien resultó ser una buena amiga mía. Acabó citándonos a las dos el mismo día. No se le ocurrió que compararíamos nuestras agendas. Dan, Derek y Darren. Y sólo en el último año de la secundaria. Me engañaron, me mintieron y me utilizaron. ¿Qué lección aprendí? Que debía mantenerme alejada de los chicos cuyo nombre empiece con “D”, porque todos ellos eran el diablo personificado. Puede ser que el verdadero nombre de Nate fuera Dante, el Destructor de Deseos. Porque era diez veces peor que los otros tres “D” juntos. Hice a un lado el diario. Estaba furiosa con Nate, es verdad. Pero, sobretodo, estaba furiosa conmigo misma. ¿Por qué me presté a salir con ellos? ¿Qué saqué de aquellas relaciones, aparte de un corazón destrozado? Yo era más inteligente que todo eso. Debería haberlo sabido. ¿En serio quería seguir siendo utilizada? ¿Acaso había alguien ahí afuera que valiera la pena? Había creído que Nate sí valía la pena, pero estaba confundida. Cuando me levanté para llamar a Sisa –tenía que compartir mis penas con ella-, algo me llamó la atención. Me acerqué a mi póster preferido de los Beatles, y empecé a pasar los dedos por las letras: St. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Había contemplado aquel póster día tras día durante los últimos siete años. Había escuchado aquel álbum, uno de mis favoritos, cientos de veces. Era como si, para mí, siempre habría sido una sola palabra muy larga: SgtPepper’sLonelyHeartsClubBand. Pero, ahora, tres términos nos se desligaban del resto, y descubrí en la expresión algo completamente nuevo. Lonely. Hearts. Club. Entonces, sucedió. Algo relacionado con aquellas palabras. Lonely. Hearts. Club. Club. Corazones. Solitarios. En teoría, podría sonar deprimente. Pero en aquella música no había nada deprimente. No, este club de los corazones solitarios era justo lo contrario a deprimente. Era fascinante. Había tenido la respuesta frente a mis ojos, desde el principio. Sí, había encontrado una manera para que dejaran de engañarme, de mentirme, de utilizarme. Dejaría de torturarme saliendo con fracasados. Disfrutaría de los beneficios de la soltería. Por una vez, me concentraría en mí misma. El primero de bachillerato iba a ser mi año. Todo giraría alrededor de mí, Penny Lane Bloom, fundadora y socia única del club de los corazones solitarios.
Come Together. “…you’ve got to be free…”
Capítulo 4. Los chicos habían muerto para mí. Sólo existía una cuestión: ¿cómo no se me había ocurrido antes? Sabía que la idea era una genialidad, pero me habría gustado que mi mejor amiga dejara de mirarme como si me hubiera fugado de una institución para enfermos mentales. -Pen, sabes que te quiero pero… “Ya empezamos.” Estábamos celebrando una reunión de emergencia en nuestra cafetería habitual, menos de una hora después de mi golpe de inspiración. Sisa dio un sorbo a su malteada mientras asimilaba mi insistencia sobre los problemas que los chicos me habían causado a lo largo de los años. Ni siquiera había llegado yo al asunto del club, ni a mi decisión de no volver a salir con nadie. -Sé que estás enojada, y con razón –razonó Sisa-. Pero no todos los chicos son malos. Puse los ojos en blanco. -¿De veras? ¿Quieres que repasemos tus listas de los dos últimos años? Sisa se hundió en el asiento. Año tras año elaboraba un listado de los chicos con los que quería salir. Se pasaba el verano calculando sus opciones antes de redactar la lista para el curso escolar, y clasificaba a cada uno por un orden de preferencia basado en la relación entre el aspecto físico, el grado de popularidad y (otra vez) el aspecto físico. Sin lugar a dudas, aquella lista causaba más sufrimiento del que se merecía. Hasta el momento Sisa no había salido ni una sola vez con ninguno de los candidatos. De hecho, nunca había tenido novio. No se me ocurría por qué. Era guapa, divertida, un poco tímida al principio, y es una de las amigas más leales y fiables que se pudieran esperar. Pero, como si ninguno de los alumnos de la escuela McKinley parecía darse cuenta de que tenía madera de novia. “Mejor para ella”, pensaba yo. Pero Sisa lo veía de otra manera. -No sé de que me hablas- respondió. -Está bien. ¿Me estás diciendo acaso que no tienes una lista nueva, preparada para la inspección? Sisa puso su bolso en la silla que tenía al lado. Por supuesto que tenía otra lista. Sólo nos quedaban unos días para empezar primero en bachillerato. -Lo que tú digas –respondió, ofendida-. Me figuro que debería tirar esa lista a la basura ya que, según tú, todos los hombres son imbéciles. Sonreí. -Empezamos a entendernos. ¡Vamos a quemarla! Sisa soltó un gruñido. -Perdiste la cabeza, está claro. ¿Te molestaría quedarte seria un momento? -Ya estoy seria. Ahora le tocó a Sisa poner los ojos en blanco. -Vamos. No todos los solteros de este planeta son seres despreciables. ¿Qué me dices de tu padre? -Y tú qué me dices de Thomas Grant?-contraataqué yo. Sisa se quedó boquiabierta. Lo admito: quizá me excedí un poco. Thomas había estado en nuestro grupo del curso anterior. Sisa se había pasado un semestre entero coqueteando con él en la clase de Química. Por fin, Thomas le había preguntado si tenía algo que hacer el fin de semana. Tracy estaba exultante…hasta que una antes de la cita Thomas le envió un mensaje por el teléfono diciendo que le había “surgido” algo. Después, no le hizo el menor caso durante el resto del curso. Ni una explicación, ni una disculpa. Nada. Típicamente masculino. -¿Y Andy Samuels?-presioné. Sisa me lanzó una mirada asesina. -Bueno, no tengo la culpa de que él no sepa que existo. El primer nombre de la lista de Sisa siempre era él mismo: Andy Samuels, alumno del último grado y jugador de fútbol americano sin igual. Por desgracia, Andy nunca había dado señales de vida de enterado de que Sisa estaba viva. Cuando yo salía con Derek, invité a Andy y a sus amigos a mi casa con el único propósito de que llegara a conocer a Sisa. Pero no le prestó la menor atención. Una de las pocas razones por las que aguanté tanto tiempo con Derek fue porque Sisa necesitaba sus dosis diarias de Andy Samuels. El simple hecho de pensar en aquella lista y en lo mucho que influía en la felicidad de mi mejor amiga me provocaba arrebatársela del bolso y romperla en mil pedazos, porque sabía que tendría que ir tachando los nombres uno por uno y acabaría en un mar de lágrimas. Sisa exhaló un suspiro y luego recobró la compostura. -Este año va a ser distinto, mejor –juró-. No sé, tengo una corazonada, en serio –sacó la lista y empezó a contemplar pensativamente los nombres de los candidatos de este año. ¿De veras yo había creído que Sisa iba a entender mi necesidad de acabar con los chicos? Ella sólo pensaba en salir con ellos. Me di por vencida…de momento. Sisa no era la única que tenía una corazonada acerca del nuevo curso.
Capítulo 5. Primer día de clases. Aún no había llegado a la escuela y ya había tenido que enfrentarme al enemigo. No se trataba de Nate; se había ido. Pero era alguien de su bando. -¡Uf! ¿Puedes creer que mi hermano pequeño ya va a la secundaria? –Viki señaló el asiento posterior de su coche, donde su hermano Liam escuchaba música a todo volumen-. Y, sabes una cosa, Pen? No veo que tenga cuernos de diablo en lo alto de la cabeza. -Todavía –le dediqué una sonrisa arrogante. El pequeño Liam Payne era un alumno de tercero de secundaria…un chico…uno de ellos. Me pregunté cuándo empezaría a actuar como el resto de los alumnos de la escuela McKinley. ¿Existiría una especie de aula secreta en la que enseñaban a los chicos a convertirse en hombres atractivos de cabeza hueca? Cuando Liam se bajó del coche de Viki, no pude evitar fijarme en que se parecían más que nunca, con su pelo castaño y sus ojos color avellana. Viki me miró de arriba abajo. -Pen, esos zapatos son increíbles. Hoy estás impresionante –se aplicó una nueva capa de brillo labial y mirándose en el espejo retrovisor-. ¿Decidida a impresionar a alguien en particular? Solté un gruñido. -No. Quería estar linda para mí, nada más. La mirada que me lanzó dejaba claro que no se lo creía. Me daba igual. Iba a ser el principio de un año alucinante. Abrí la puerta de la escuela, emocionada por empezar el año escolar sin toda aquella locura de los chicos. La sonrisa en mis labios se desvaneció en un instante, pues la primera persona que me encontré fue Dan Walter, que llevaba la chamarra con las iniciales de la escuela que me había “prestado” cuando salíamos. Qué oportuno ser recibida por un recordatorio de antiguos novios terribles. Menos mal que Nate estaba en Chicago, a kilómetros de distancia. Doblé a la esquina para alejarme Dan y vi a Andy Samuels quien, al parecer, seguía siendo demasiado creído como para dirigirle la palabra a Sisa. Mientras, continué inspeccionando a mis compañeros de clase. Había recorrido aquellos pasillos en miles de ocasiones, pero me daba la sensación de haber abierto los ojos por primera vez. No veía más que chicas que se desvivían por ligar con los chicos, parejas caminaban de la mano, chicos que…Bueno, chicos a secas: escandalosos, detestables, egoístas. No buscaban a las chicas, las chicas los buscaban a ellos. Noté una vibración en mi bolsa y saqué el celular. Me detuve en seco, y Justin Reed chocó contra mí. -¡Cuidado! –dijo mientras su novia, Pam, me lanzaba una mirada furiosa. A Dios gracias no les era posible ir tomados de la mano las 24 horas del día, los siete días de la semana. Salí de mi aturdimiento. Estaba convencida de que tenía que ser un error. Pero no: el teléfono, cruelmente, confirmaba la verdad. Era un mensaje de Nate. Por su puesto: había encontrado una manera de torturarme aun sin estar cerca de mí. “Que tengas un buen primer día de clases”. ¿Qué? En primer lugar, sabía que yo no le hablaba. En segundo lugar, sólo habían transcurrido dos semanas, ¿acaso pensaba que se me había olvidado? En tercer lugar, el mensaje no podía haber sido más patético. Lo borré y arrojé al fondo de mi bolsa. Me negué a permitir que Nate arruinara un solo día más de mi existencia. -Bloom, te metiste en un buen lío! – Niall Horan estaba apoyado en su casillero, con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios. Genial. No estaba de buen humor.
Capítulo 6. Me alejé de Niall y de Diane a la mayor velocidad posible, antes de que se convirtieran en «DianeyNiall» en mitad del pasillo. Pero el nombre de Diane volvió a surgir durante el almuerzo. —Imagina quién ha intentado charlar conmigo en Biología, y también en Francés, como si fuéramos amigas —me comentó Sisa mientras nos dirigíamos a la cafetería al acabar las clases de la mañana—. Diane Monroe, ¿te lo puedes creer? Debe de estar maniobrando para conseguir votos para que la nombren reina en la fiesta de antiguos alumnos. —Sí, actúa de forma rara —coincidí. —Puf, no la soporto. Sisa nunca había sido una gran fan de Diane, la verdad; pocas chicas en el instituto lo eran. Tal vez fuera por su apariencia perfecta, o por el hecho de que sobresalía en todos los aspectos. Pero aquello no eran más que pequeñas envidias. En realidad, había una única persona en el McKinley que contaba con una razón de peso para odiar a Diane Monroe. Yo. Por si no resultaba lo bastante malo que fuera el prototipo de «chica-que-abandona-su-identidad-por-culpa-de-un-chico», también me había abandonado a mí. Yo siempre había considerado que las chicas que renuncian a sus amigas cuando un chico se interesa por ellas son patéticas. Pero cuando me convertí en una de esas amigas, descubrí lo mucho que dolía. Otro ejemplo más de cómo los chicos habían arruinado mi vida. Por si no tuvieran bastante con tratarme como si fuera basura, me robaban a las amigas. Aunque odiaba la lista de Sisa por lo mucho que le hacía sufrir, por lo general me alegraba en secreto cuando resultaba ser un fracaso. No quería perder a Sisa de la misma manera en que había perdido a Diane. Una vez que hubimos sorteado la larga cola de desconcertados alumnos de tercero que aún no estaban al tanto del veneno que servían en la cafetería, Sisa y yo nos sentamos a nuestra mesa del almuerzo, la misma del curso anterior. Nuestras amigas y Viki no tardaron en llegar. —Eh, chicas —nos saludó Zoe mientras ella y Viki tomaban asiento—. Mis padres me están dando la paliza para que elija más actividades extraescolares de cara a la solicitud para la universidad. ¿Pueden creerlo? Ya tengo que empezar a preocuparme por la universidad. ¡Pero si acabamos de empezar primero de bachillerato! Las cuatro asentimos con la cabeza. Viki se rebulló, incómoda, y jugueteó con su manzana mientras las demás nos lanzábamos a nuestros respectivos almuerzos. Costaba no darse cuenta de que había adelgazado aún más durante el verano, si es que era posible. Prácticamente desaparecía dentro de su sudadera gris con capucha, del instituto McKinley. De pronto, el cuerpo de Viki se clavó en la mesa por culpa de una chica bajita, de pelo rizado, que debió de resbalarse en el suelo. Estrelló su bandeja contra la cabeza de Viki y su bebida se le derramó a nuestra amiga por el hombro.
Capítulo 6. Parte 2. —¡Oh, no! —gritó la chica—. ¡Mi refresco! Conmocionadas, nos quedamos mirando mientras la desconocida recogía su vaso de plástico y examinaba su ropa, ignorando a Viki por completo. En mi vida había visto a aquella chica, por lo que me imaginé que sería de tercero. Nunca se me habría pasado por alto, aunque no podía medir más de metro y medio. Todo en ella resultaba exagerado. Las uñas acrílicas pretendían pasar por una manicura francesa; el pelo, castaño oscuro, tenía un exceso de mechas rubias; llevaba las cejas depiladas al máximo y los labios, demasiado perfilados. Vestía una diminuta minifalda vaquera y top de encaje. En otras palabras, daba la impresión de que se disponía a contonearse por la pasarela, y no a almorzar en la cafetería del instituto. —¿Estás bien? —Zoe le entregó a Viki unas servilletas para que se secase. —¡Ash-ley! —gritó la chica a su amiga—. ¿Me he manchado la camiseta? Sisa giró la cabeza de golpe. —Perdona, ¿qué tal si le pides disculpas a mi amiga, a la que acabas de poner como una sopa? La chica se quedó mirando a Sisa como si ésta le estuviera hablando en un idioma extranjero. —¿Cómo dices? Se me ha caído el refresco. Sisa le lanzó su particular «mirada asesina»: ojos entornados en forma de diminutas rendijas, labios fruncidos y expresión de la furia más absoluta. —Sí, se te ha caído el refresco… encima de mi amiga. ¿Sabes lo que es una disculpa? La chica, molesta, abrió la boca. Masculló algo que, me imagino, se suponía que era una disculpa (sonó más bien a una pregunta: «¿Per-dón?») y se alejó. Sisa volvió a sentarse. —Increíble. El primer día de clase y estos de tercero ya se creen los dueños del instituto. Qué barbaridad, miren la mesa a la que van. Había una hilera de mesas junto a los ventanales que invariablemente ocupaban los deportistas y las animadoras, incluyendo al infame y elitista grupo de Los Ocho Magníficos: Niall y Diane Monroe, Justin Reed y Pam Schneider, Don Levitz y Audrey Werner, Zayn Malik y una de sus numerosas novias rotatorias. Sisa y yo nos contábamos entre las pocas chicas de nuestra clase que no se habían sentado a aquella mesa en calidad de novia provisional de Zayn. Nunca me había apetecido formar parte de aquella demente versión del Arca de Noé, donde sólo sobrevivías si formabas pareja con un miembro del sexo opuesto. Si tuviera que elegir entre salir con Todd y perder el barco, estaría plenamente decidida a ahogarme. Tanto Viki como Zoe habían salido con Zayn. En el caso de Zoe fue en segundo de secundaria, y Zayn se dedicaba a contar mentiras al equipo de baloncesto sobre hasta dónde había llegado con ella. Una vez que la hubo abandonado, Zoe se fue haciendo cada vez más popular entre los chicos de la clase, hasta que cayó en la cuenta de que era porque la tomaban por una chica fácil. Habría cabido imaginar que Viki aprendería de los errores de Zoe. Pero no. Zayn se las arreglaba para desbaratar el sentido común de cualquier chica. Viki había pensado que, en su caso, sería diferente, así que se lanzó al agua… para después descubrir que una tal Tina McIntyre nadaba en la misma piscina y al mismo tiempo. No podía evitar preguntarme por qué un chico conseguía encontrar dos chicas estupendas con las que salir simultáneamente, cuando nosotras las chicas no éramos capaces de encontrar un solo chico pasable. El rostro se me encendió al recordar la cantidad de problemas que Zayn había causado; no sólo con Zoe y Viki, sino con prácticamente la mitad de nuestra clase. Jamás entendí el poder que ejercía sobre las chicas. Era el típico atleta: un tipo grande con el pelo oscuro y ropa que siempre ostentaba los logotipos de al menos dos equipos deportivos. Al pensar en Zayn caí en la cuenta de que yo no era la única chica del McKinley que se podría beneficiar estar en guerra con los chicos. Aquellas fastidiosas alumnas de tercero se le estaban echando encima. —Los chicos son idiotas —declaré, prácticamente a gritos. Una risa escapó de la garganta de Sisa. —Venga ya, ¡como si no te pasaras la vida coqueteando con Niall y Zayn! ¿Como si no QUÉ? —Pero ¿qué dices? —¿Me tomas el pelo? Cuando estás con Niall te pones a ligar como una loca. Sí, bueno; eso era la antigua Penny. La nueva Penny había dejado de ligar. Me habría encantado no tener que hablar con ningún chico durante el resto del curso. —Los chicos de Los Ocho Magníficos no son el problema —apuntó Zoe—. Esas chicas son superficiales y no tienen nada (repito: nada) de que hablar, aparte de sus novios. —Bueno —repuso Viki—. Diane siempre es amable conmigo. Pero Audrey y Pam son unas creídas. Zoe dirigió una mirada indignada hacia aquella mesa. —Venga, por favor. Podrán ser animadoras y salir con los mejores atletas (¡menudo aburrimiento!); pero la verdad es que no le caen bien a nadie. ¿Y saben lo más ridículo de todo? Que a los de ese grupo, supuestamente el de los más populares, los desprecian casi todos los alumnos. Cada vez que son amables con alguien que no pertenece al grupo es siempre, siempre, porque andan buscando algo. —¡Exacto! —intervino Sisa—. Hoy mismo, en clase, Diane pretendió ser mi mejor amiga del alma. Y para colmo, intentó lo mismo con Pen, esta mañana. Zoe asintió. —Exacto. Salta a la vista que quiere algo. —Sí. Bueno, pues sea lo que sea —dijo Sisa, volviendo la mirada hacia la mesa de Los Ocho Magníficos—, les aseguro que no lo va a conseguir.
Capítulo 7. Entré en la clase de Historia Universal y me encontré acorralada por todas partes. Nuestra profesora, la señora Barnes, ordenó los pupitres y me colocó entre Niall y Zayn, con Derek Simpson sentado dos filas más atrás y Andy Samuels y Steve Powell a escasa distancia. Sólo había otras tres chicas en la clase, y terminaron situadas lo más lejos posible de mí. —Caramba, hola, señorita Penny —me dijo Zayn a modo de bienvenida. Aquella mañana habíamos estado juntos en la clase de Español y (para mi gran disgusto) nos habían asignado como pareja de conversación. Zayn se pasó casi todo el tiempo inventándose palabras, para lo que añadía una «o» final a las palabras inglesas: el chairo, el sandwicho, el footballo. Niall se sentó a mi lado. —Qué sorpresa —comentó. Zayn se inclinó sobre mi mesa. —Eh, Penny, ¿qué nombre español vas a elegir? —encogí los hombros. No me había parado a pensarlo, la verdad. Zayn prosiguió—: Es que estaba pensando en elegir Nachos, y si tú eligieras Margarita, cuando hagamos un trabajo juntos, la señora Coles tendrá que decir: «Margarita y nachos, por favor». Zayn soltó una carcajada; luego, se inclinó hacia delante y puso la mano en alto. Hice todo lo posible por ignorarlo. —¿Qué pasa, Bloom? —preguntó Niall—. ¿Es que me estás engañando con Malik? En serio, pensaba que tenías mejor gusto. «Sí, como si fuera yo quien engaña. Yo no soy quien tiene novia». Zayn dedicó a Niall un gesto grosero y, acto seguido, los dos se pusieron a decir ***** acerca de cuál de ellos iba a dar más vueltas en el entrenamiento de aquella noche. Me pregunté si por la zona habría institutos sólo para chicas. Cuando escuché el último timbre del día, me sentí más aliviada que en toda mi vida. Salí del aula como si huyera de un fuego y me fui derecha a mi casillero. Allí me encontré a Diane, esperando. No a mí. A Niall. Cómo no. Aun así, me saludó con la mano. ¿Es que no tenía un casillero propio? —¡Eh, Penny! —exclamó a medida que me acercaba—. ¿Vas a ir al partido del viernes por la noche? —Sí —fingí estar ocupada buscando mi manual de Biología. No entendía por qué, de repente, mostraba tanto interés por mi calendario social. —Como si alguien fuera a perderse semejante movida —terció Zayn, que se acercaba con Niall, y, tras hacer el comentario, se paró para entrechocar las manos con él—. Hasta el padre de Horan va a estar. Sólo por eso hay que ir. Ocurre muy pocas veces, en plan, no sé, como un eclipse lunar o algo por el estilo… Niall le lanzó a Zayn una mirada furiosa y cerró su casillero de un portazo. Yo conocía a Niall desde primaria y nunca había visto a su padre. A su madre, claro que sí. Pero a su padre no. Sólo sabía que era un pez gordo entre los abogados de Chicago. Se produjo un incómodo silencio en el grupo de Niall, un grupo con el que no quería involucrarme. Cogí el móvil y se me hizo un nudo en el estómago al ver que tenía otro mensaje de Nate. No podrás ignorarme toda la vida. Pulsé la tecla «Borrar». Desde luego, pensaba intentarlo.
Capítulo 7. Parte 2. —¿Penny? —era la voz de Diane. —¿Qué? —levanté la mirada y me fijé en que estaba sola. No me había dado cuenta de que Niall y Zayn se habían marchado. ¿Por qué seguía allí Diane? —Eh, mmm…, me estaba preguntando… —empezó a decir, nerviosa, mientras doblaba una esquina de su cuaderno—. Verás, hace mucho que no hablamos, y me encantaría que saliéramos alguna vez. Al cine, o a cenar; lo que prefieras. «Tiene que estar de broma», pensé. —Bueno, yo, eh… «¿Por qué no me dices qué andas buscando y acabamos de una vez?». —¿Tienes algo que hacer mañana por la noche? —preguntó. —Mmm… —me anduve con rodeos, tratando de improvisar una excusa para no quedar con ella. —Estaba pensando que podíamos ir al centro comercial y luego picar algo. Lo pasaríamos bien, ¿verdad? «Pues no, la verdad es que no…». Me quedé mirando a Diane. Tenía los ojos abiertos de par en par, y daba la impresión de que, realmente, le apetecía salir conmigo. O eso, o bien que estaba tan desesperada por ser la primera alumna de primero de bachillerato en convertirse en reina de la fiesta de antiguos alumnos que estaba dispuesta a llevar su campaña de promoción más allá de las líneas enemigas. «Un momento —pensé—. Ésta es Diane Monroe. La misma Diane que me dejó plantada un millón de veces. La que nunca anteponía a una amiga frente a Niall. Si accedo, tendrá que cancelar un plan con Niall. Hay cosas que nunca cambian». —Sí, estará bien —repuse. Sabía que siempre me podía inventar una excusa (como que tenía que trabajar en la consulta dental de mi padre), si es que ella no me plantaba primero. Diane dio un saltito en el aire. —¡Genial! Te pasaré a buscar mañana, después de clase. No pensaba esperarla con los brazos abiertos.
Capítulo 8. —¿Que vas a qué? —Viki prácticamente se salió de la carretera cuando se lo conté a la mañana siguiente—. En serio, Pen; Diane tiene que estar medicada. Algo en la azotea no le funciona bien. —Ya lo sé. La veo hablar con todo el mundo —traté de reprimir la risa. —No lo entiendes. A ver, no estás con ella en ninguna clase. Y yo estoy en dos; antes de almorzar. Y lo único que hizo ayer fue acercarse y charlar conmigo con ese estilo de animadora que la caracteriza. —Sí, bueno; no me preocupa. Me dará plantón. Fin de la historia. Me figuro que, en cierta forma, Diane fue quien me preparó para cuando los chicos empezaron a abandonarme. Con ella pasaba lo mismo: no contestaba las llamadas, me evitaba en los pasillos, hablaba a mis espaldas. Sonó el móvil de Viki. Encendió el manos libres, respondió la llamada, escuchó unos tres segundos y luego vociferó: —¿CÓMO? Instintivamente, sujeté el volante para enderezar la marcha. —¿Hablas en serio? ¿Cuándo? —Viki me agarró del brazo—. ¡Ay, Dios mío! Me entraron ganas de abofetearla, pero no quería morir de camino al instituto. Viki siguió chillando y formulando preguntas. Cuando por fin apagó el teléfono, una expresión de suficiencia le cruzó el semblante. —No te lo vas a creer —declaró—. Niall ha roto con Diane. —¿CÓMO? —pegué un grito tan potente que Viki dio un respingo—. Estás de broma. He visto a Diane junto a la taquilla de Niall… Viki sacudió la cabeza de un lado a otro. —Esta mañana, Jen llegó temprano al instituto para entrenar con el equipo de voleibol y saltó la noticia. Por lo que ha oído, Niall rompió con Diane a principios de verano, antes de que ella se marchara de vacaciones; pero, en realidad, nadie lo supo porque Niall no quería, en fin, que hubiera chismes, o lo que fuera, mientras Diane estaba de viaje. Pensaban esperar unos días antes de decírselo a la gente, pero Zayn se lo soltó a Hilary Jacobs, y ya te puedes imaginar que el asunto corrió como la pólvora. —Imposible —repliqué. Diane Monroe y Niall Horan llevaban cuatro años juntos. Se suponía que iban a casarse, a tener dos coma cuatro hijos y un cincuenta por ciento de posibilidades de vivir felices para siempre. —¡Encaja a la perfección! Por eso está tan simpática con todo el mundo, la muy bruja —Viki me lanzó una mirada furiosa—. Ahora, ya sabemos exactamente lo que quiere. Desconcertada, me quedé mirando a Viki. ¿Qué quería Diane? —Se piensa que, ahora que está sin pareja, puede volver corriendo a su buena amiga Penny. Traté de entender la situación. Diane me abandonó por Niall; Niall abandonó a Diane, y ahora ella contaba con que volviéramos a ser amigas. «No lo creo». —Un momento —interrumpió Liam—. ¿Eres amiga de Diane Monroe? —No, éramos amigas. —Guau —Liam parecía impresionado—. ¿Me la presentas? —¡Fuera del coche! —vociferó Viki. Mike puso los ojos en blanco y saltó del vehículo en cuanto su hermana se detuvo en el aparcamiento. —¿Es que Diane se cree que soy imbécil? —protesté—. Después de pasarse cuatro años sin hablarme, ahora quiere que la consuele por lo de Niall. Ya tengo mis propios problemas con los chicos, muchas gracias. Voy a darle plantón, te lo aseguro. —¿Cómo? —Viki abrió los ojos de par en par—. De ninguna manera. ¡Tienes que ir! No podía creer que Viki hablara en serio. Odiaba a Diane, ¡y me pedía que quedara con ella! —Tienes que conseguir la exclusiva. Averigua por qué Niall ha abandonado a ese bombón y luego, te levantas y te vas. No le debes nada. Por una vez, disfruta tú de ver cómo se siente utilizada. —Pero yo… —Venga ya, Pen. Ojalá pudiera acompañarte y escuchar cómo te cuenta entre sollozos su triste historia. Oh, cuánto me alegro de que Niall, por fin, haya entrado en razón. Mmm, me pregunto si debería ponerlo en la lista —Viki se mostró pensativa unos instantes—. No, siempre he pensado que te va más a ti. Y no es que vayas a salir con chicos ni nada parecido. Noté que se me avecinaba una migraña.
Capítulo 8. Parte 2. El dolor de cabeza no se me pasó una vez que llegué a mi taquilla y me encontré con Niall. Estaba tan concentrada en Diane que se me había olvidado que también tenía que verlo a él. No había forma de esquivarlo. No sólo ignoraba qué decirle, sino que tampoco sabía cómo se suponía que me tenía que sentir. ¿Debería estar furiosa? ¿Debería darle las gracias por confirmarme, una vez más, que los chicos únicamente utilizan a las chicas? De acuerdo, no estaba al tanto de lo que había ocurrido, pero, en mi fuero interno, estaba convencida de que Niall tenía la culpa. —Hola, Bloom —dijo cuando me disponía a abrir mi taquilla. —Hola, ¿alguna novedad? Bueno, no me refiero a nada en particular, eh… —cerré los ojos, abrigando la esperanza de que se diera la vuelta y se esfumara. —Por lo que veo, han bastado veinticuatro horas para que el instituto entero sepa la noticia —replicó. Volví la mirada hacia él y no supe qué decir. —En cualquier caso —continuó—, he oído que Diane y tú van a salir esta noche. Me quedé mirándolo sin entender. ¿Cómo se había enterado? —Oye, no pasa nada. Me alegro de que hayas quedado. Si te digo la verdad, estoy un poco preocupado por Diane. Ya sabes lo maliciosas que son algunas personas. Procuré no pensar en Viki… ni en mí misma. —¿Cómo va eso, Horan? —Malik apareció a la vuelta de la esquina. En la vida me había alegrado tanto de verlo…, al menos hasta que se acercó y me rodeó con un brazo—. Mira, me importa una *beep* que ahora estés soltero. Más te vale alejarte de mi chica. Por primera vez, Niall se quedó desconcertado. Zayn no captó el detalle y prosiguió: —Y ahora, ¿por qué no te vas a romper unos cuantos corazones mientras mi compañera de spanisho y yo nos vamos a clase? —me agarró del brazo y, mientras me guiaba hacia el aula, se puso a negar con la cabeza—. Haz caso de lo que te digo —comentó con un suspiro exagerado—. Ahora que Horan está soltero, vamos a tener problemas. Ryan tenía razón sobre lo rápido que las noticias viajaban por el instituto: no se hablaba de otra cosa. Intenté mantenerme al margen, pero como socia única del Club de los Corazones Solitarios, no pude evitar fijarme en lo injusto que todo el mundo estaba siendo. Nadie parecía preocuparse por Niall. Por descontado, no tardaría en tener otra novia; pero, de no ser así, no pasaría nada. La elección era suya. Los chicos mandan. Pero a Diane la trataban como mercancía defectuosa. Ella era la víctima. La sombra desconsolada, destrozada, de la persona que había sido. Cuando se hablaba de Niall, la gente entrechocaba las manos, celebrando su nueva libertad. En cuanto a Diane, todo el mundo hablaba en susurros, como si Diane debiera avergonzarse por haberse quedado sin pareja. No podía ser más injusto. Y yo era consciente. Con todo, me resultaba de lo más violento quedar con Diane después de clase. Una voz en la cabeza me decía sin parar: «La única razón por la que no te ha dejado plantada es porque ya no tiene novio». Mientras nos dirigíamos a la cafetería, hablamos de nuestras familias. De cómo le iba a Rita en la universidad y de cómo su madre estaba reformando la cocina… otra vez. Cuando llegamos, charlamos sobre las clases. Luego, de lo que íbamos a pedir para comer. Entonces, cuando parecía que el único tema de conversación que nos quedaba, con excepción de las rupturas (la suya, la mía…, había para elegir), era el estado del tiempo, nos quedamos mirando la una a la otra, así, sin más. —Bueno —dijo por fin Diane mientras escarbaba en su ensalada—. ¿Cómo está Nate? ¿Sigue pasando el verano con ustedes? Se me hizo un nudo en el estómago. —No me apetece hablar del tema. —Ah —Diane bajó la mirada, al caer en la cuenta de lo poco oportuno de su pregunta. Parecía muy triste mientras empujaba el tenedor por el plato. Por fin, levantó la cabeza. —¿Te puedo decir una cosa? Me encogí de hombros. —Siempre te he tenido un poco de envidia. —¿Perdón? —¿cómo era posible que doña Perfecta, la modelo rubia de ojos azules llamada Diane Monroe, me tuviese envidia? —En serio, Penny. De verdad, ¡hablo en serio! ¡Mírate! ¿Tienes idea de lo mucho que tengo que esforzarme para mantenerme así? Fíjate en lo que estoy comiendo por culpa de los carbohidratos —Diane hizo un gesto en dirección a su ensalada de lechuga y tomate con aderezo libre de grasas y luego volvió la mirada a mi sándwich de pavo con queso cheddar, mayonesa y patatas fritas de bolsa—. Para empezar —prosiguió—, comes lo que te apetece y, aun así, tienes una figura impresionante. Yo no entendía nada. —Además, tu forma de vestir es increíble, en serio. Yo elijo lo que me voy a poner según lo que me marcan las revistas; soy una más del montón. En cambio, tú tienes tu propio estilo informal que nadie es capaz de imitar. Siempre lo has tenido. En otras palabras, era una friki por preferir las zapatillas All Star a los tacones de aguja. —¿Y sabes qué? No soy *****. Sé perfectamente que nunca le caeré bien a la gente como tú. Como habría dicho Sisa: «Lo que tú digas».
Capítulo 8. Parte 3. Diane se rebulló, incómoda, en su asiento. —Bueno, en fin, quería que lo supieras. —Sí… Gracias —traté de dedicarle una sonrisa. Volvió a escarbar en su ensalada. —¿Te acuerdas de cuando, de pequeñas, montábamos conciertos para nuestros padres? Asentí, sorprendida de que Diane se acordara de los recitales de los Beatles que organizábamos en el sótano. —¿Cómo llamaban tus padres al sótano? Suspiré. —The Cavern —The Cavern, la caverna, era el local de Liverpool donde los Beatles iniciaron su camino a la fama. —¡Exacto! Me acuerdo de que tú te empeñabas en ser John, y que yo era Paul, y que teníamos peluches que hacían de Ringo y George —se echó a reír, inclinándose hacia delante—. Y luego, hicimos ese numerito en la cafetería, el verano que estuvimos en el lago. —¿Cuando nos deslizábamos por el agua sobre neumáticos? Los ojos de Diane se iluminaron. —¡Eso es! ¿Cómo se llamaban esos chicos? Bajé la vista hacia la mesa, tratando de acordarme de los dos hermanos con los que pasamos el rato aquella semana. —Me acuerdo de cómo entrenabas a ese chico al hockey de mesa —ambas nos echamos a reír—. En serio, Penny, pensé que se te iba a dislocar el brazo de tanto que lo zarandeabas de un lado a otro —Diane se puso a agitar los brazos ferozmente y estuvo a punto de volcar su vaso de agua. Entonces, sucedió algo inesperado. Fue como si los cuatro últimos años se hubieran esfumado. Como si sólo hubieran pasado unos cuantos días desde que Diane me llevaba los libros mientras yo cojeaba con la ayuda de muletas por un esguince de tobillo. Las dos empezamos a rememorar nuestra amistad y, sin que nos diéramos cuenta, transcurrió una hora. Diane me miró con aire pensativo. —¡Guau, Penny! Ha pasado demasiado tiempo. Juntas, nos divertíamos un montón. Le dediqué una sonrisa. En aquella época siempre estábamos juntas. Nos habíamos prometido lo que las mejores amigas se prometen en primaria: que iríamos a la misma universidad, que compartiríamos piso, que seríamos damas de honor en nuestras respectivas bodas… Diane se puso a dar golpecitos en la mesa con actitud nerviosa. —También te quería pedir perdón —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Siento haber echado a perder nuestra amistad. Siento haberte tratado tan mal. Y, sobre todo, siento haber tardado tanto en recobrar el juicio. No puedo ni imaginarme lo que debe de haber sido para ti. Cuando Niall y yo rompimos —la voz se le quebró al pronunciar el nombre. Ahora, las lágrimas le surcaban las mejillas—, no pude evitar acordarme de ti. Al principio, todo iba bien. Me fui de vacaciones con mi familia. Las clases de tenis me mantenían ocupada. Pero hace un par de semanas me encontré sin nada que hacer. Aún no habían empezado los entrenamientos. Estaba completamente sola. Agarró su bolso y sacó un pañuelo de papel. Se sonó la nariz. —Llamaba a Audrey y a Pam, pero, o bien tenían planes con sus novios o, si quedaban conmigo, me dejaban plantada en cuanto Don o Justin las llamaban. Sé perfectamente que yo hacía lo mismo contigo. También por eso te pido perdón. Me llegaban imágenes fugaces de años atrás. Los momentos en los que era consciente de que estaba perdiendo a mi mejor amiga y me sentía sola, sin nadie. Diane se secó las lágrimas que le empapaban el rostro. —Sufrí al darme cuenta de que no tenía ninguna amiga de verdad, de la clase de amigas que éramos tú y yo. Y ahora que ha empezado el instituto, es aún peor. Antes, seguía a diario la misma rutina: Niall me recogía para ir a clase; luego, yo me acercaba a su taquilla, después…, bueno, ya lo sabes. Lo has visto. Hice de él mi mundo entero y ahora…, ahora me he quedado sin nada —sus sollozos se convirtieron en agudos lamentos mientras trataba de recobrar la respiración. —Yo… —intenté encontrar palabras de consuelo, pero mis sentimientos estaban en conflicto—. Diane, ¿qué esperas que haga yo? Levantó la vista y me miró con ojos enrojecidos. —Siento mucho lo que ha pasado contigo y Niall —proseguí—. De verdad. Nadie debería sufrir de esa manera, y menos aún por culpa de un chico. De todas formas… no sé qué hacer. Porque me cuesta olvidarme de que me abandonaste por completo. No sé qué habría hecho si Sisa no se hubiera mudado a la ciudad, el año siguiente. Diane forcejeó para recobrar el aire. —Tienes razón, toda la razón. Es sólo que… Ya no sé quién soy. Todo el mundo me conoce como Diane, la novia de Niall, o la animadora, o la delegada de clase. Me encuentro perdida. Una parte de mí piensa que es mejor continuar como si nada hubiera cambiado; pero existe otra parte que quiere dejar de hacer lo que todos esperan que haga. No sé… —negó con la cabeza—. No sé si quiero seguir siendo animadora. No me apetece animar a nadie, la verdad. No sé qué quiero hacer. Sólo… Noté que los ojos me picaban. ¿Quién habría imaginado que seguiría teniendo algo en común con Diane? Me sentía perdida, igual que ella. Diane me miró con una mezcla de sorpresa y compasión. Sin vacilar, me entregó un pañuelo de papel. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, me puse a contarle todo lo de Nate. Me sentía un tanto *beep*, sabiendo que sólo había salido con él varias semanas, y no varios años. Pero, por alguna razón, sabía que Diane me entendería. Tardé unos instantes en asimilar que las lágrimas que ahora surcaban sus mejillas eran por causa de Nate. —Ay, Penny, cuánto lo siento. ¡Es horrible! Confiaste en Nate, y él… Penny —se aseguró de que la estaba mirando—, no hiciste nada malo. A pesar de tanto tiempo como había transcurrido, no me había olvidado del todo de aquella Diane. Aquella Diane que siempre sabía elegir las palabras precisas, aquella Diane que me apoyaba por encima de todo. Esa misma Diane era el motivo por el que habíamos sido las mejores amigas. Intenté esbozar una sonrisa. —Sí, bueno; no pienso volver a cometer el mismo error. Jamás. He decidido que, básicamente, he terminado. Ya sabes, con los chicos —traté de reírme, para que no creyera que me había vuelto loca—. Es que, no sé… Estoy harta de todo esto. Míranos, las dos llorando. ¿Y por qué? Porque decidimos confiar en un chico. Terrible equivocación. De hecho, he fundado una especie de club. —¿Un club? —Diane se inclinó hacia delante—. ¿Qué club? ¿Quiénes lo forman? —Yo, yo y yo. Es el Club de los Corazones Solitarios. Seguro que te parezco patética. Diane me agarró la mano desde el otro lado de la mesa. —Para nada. Considero que lo has pasado muy mal, y que tienes que hacer lo que sea necesario para superarlo. Lástima que no se te ocurriera hace años; imagina los problemas que nos habrías ahorrado a las dos. Aunque… sólo veo un problema —Diane esbozó una sonrisa. —¿Cuál? —No puedes tener un club con un solo miembro, la verdad. Me eché a reír. —Bueno, ya lo sé, pero… —¿Qué tal si añadimos a otra persona? La miré, conmocionada. —¿Cómo dices? —¡Penny! —Diane se secó las lágrimas y dio la impresión de que su entusiasmo era sincero—. ¿Acaso crees que me apetece volver a quedar con chicos a la primera oportunidad? Yo también he terminado. Sólo me queda resolver qué es lo más conveniente a partir de ahora. No para Niall y para mí. Para mí. Una oleada de emoción me recorrió por dentro. —¡Justo lo que he estado pensando! —Tienes que dejarme entrar. Sé que debo volver a ganarme tu confianza, y lo haré. Pero, por el momento, ¿te importa al menos contemplar la idea de perdonarme? Alargó la mano para estrechar la mía. Ni siquiera lo dudé. Ahora, éramos dos.
Capítulo 9. Cuando me separé de Diane después de la cena, me sentía sinceramente feliz y esperanzada por primera vez desde hacía varias semanas. Contar con una cómplice, que además estaba pasando como yo por una ruptura, era justo lo que necesitaba. Cogí el móvil y comprobé que tenía tres mensajes. Los dos primeros eran de Sisa: ¿Ha empezado ya a llorar? Si se pone a hacer pucheros, ¡sácale una foto de mi parte! El tercero era de Nate: Voy a seguir enviándote mensajes hasta que me contestes. Pasé por alto a Nate y llamé a Sisa. —Cuéntamelo todo —dijo nada más descolgar. Traté de ponerla al corriente; pero no me dejaba meter palabra, ni siquiera de canto. No paraba de burlarse de Diane, lo cual empezó a molestarme. —Sisa, basta ya —elevé el tono de voz—. ¿Sabes?, ha sido difícil para ella. Imagina por lo que está pasando. Se siente perdida… —¡Por favor! —Interrumpió Sisa—. ¿Te estás escuchando? A este paso, vas a acabar invitándola a almorzar con nuestro grupo. Silencio absoluto. Sisa suspiró. —No irás en serio, ¿verdad? Anda, dime que es una broma. —Sisa—hablé con lentitud, eligiendo las palabras con cuidado—. Todo el mundo se está portando fatal con Diane. Tómalo como una obra de caridad. —Ya he hecho mi donativo —replicó con tono monocorde. —Por favor. Hazlo por mí —no traté de ocultar la nota de desesperación en mi voz. —Muy bien. Pero me debes una. Colgué el teléfono antes de que pudiera cambiar de opinión. —¿Te das cuenta de que te voy a matar por esto? —me advirtió Sisa por decimocuarta vez a medida que nos encaminábamos al comedor, al día siguiente. —Por favor, dale una oportunidad —supliqué. —Lo veo muy difícil. No sé, Pen, llámame loca si quieres, pero no me emociona la idea de ver cómo utilizan a mi mejor amiga. —Sé lo que hago —me dirigí a una mesa pequeña situada en un rincón, por si se producían mordiscos o tirones de pelo. Les dije a Zoe y a Viki que era mejor para ellas almorzar en otro sitio ese día; no quería convertirlas en cómplices de los actos de violencia que pudieran venir a continuación. —Sí, creo que dijiste lo mismo a principios de verano. Me quedé petrificada. Tracy me agarró de la mano. —Lo siento mucho, Pen. Ha sido un comentario terrible. Traté de sacudirme el pensamiento de la cabeza. Ya iba a resultar bastante difícil sin tener que pensar en… él. —Por favor, Sisa. Hazlo por mí. Sé agradable. Tracy tomó asiento sin pronunciar palabra. —Hola, chicas —Diane se sentó a nuestra mesa—. ¡Muchas gracias por aceptarme! Sisa forzó una sonrisa. —¡Ah! —Diane puso sobre la mesa una pequeña caja de cartón—. Como muestra de agradecimiento… ¡pasteles! —Diane colocó dos vistosos pasteles sobre la mesa. —Gracias —cogí el más grande y empecé a lamer el azúcar glaseado de color rosa. Lancé a Sisa una mirada indignada. —Eh, gracias. Diane sonrió encantada, seguramente porque eran las primeras palabras cordiales que Sisa le había dirigido nunca. —¿Sabes, Penny? Después de anoche, me encuentro mucho mejor. Renunciar a los chicos ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida. El club va a ser increíble. Oh-oh. Sisa trasladó la vista de una a otra. —¿Qué club? —Eh, verás… —el asunto se ponía complicado—. ¿Te acuerdas de lo que dije sobre que los chicos son escoria? Sisa puso los ojos en blanco. —Sí. —Bueno, pues he decidido que no voy a salir con ninguno, nunca más… —Penny —interrumpió Sisa. —A ver, Sisa, ¿te importa escucharme hasta el final? —la paciencia se me estaba agotando—. Intenté explicártelo el otro día, pero no dejabas de interrumpirme. Sisa cerró la boca y se recostó sobre el respaldo de su silla. —He terminado con los chicos. Al menos, mientras siga en el instituto y tenga que vérmelas con estos idiotas. De modo que decidí fundar a solas el Club de los Corazones Solitarios. Sisa se mostró desconcertada. —¿Tiene que ver con los Beatles? —Claro, y si alguna vez escucharas la música que te he regalado, lo sabrías. Bueno, el caso es que hablo muy en serio. No pienso volver a quedar con chicos. Y Diane ha decidido incorporarse a mi bando. Diane se giró hacia Sisa. —Deberías unirte tú también. Sería divertido. Sisa miró a Diane con desprecio. —¿Me consideras tan patética como para no conseguir quedar con un chico? —Eh, no es eso… —intenté interrumpir. —No, no me refiero a eso. Yo… —Diane parecía dolida. Sisa le lanzó una mirada asesina. —De acuerdo. Y dime, ¿cuánto va a durar tu afiliación al club? ¡Como si pudieras sobrevivir sin que la población masculina al completo te esté adulando! —Sisa, basta ya —dije yo—. Para mí, el club es importante. Sisa soltó un gruñido. —Vamos, Penny. ¡Sé seria! La cara me ardió de furia. ¿Cómo podía haber esperado que Sisa entendiera el sufrimiento por el que Diane y yo estábamos pasando? A ella nunca le habían destrozado el corazón. —¡No lo notas! —grité. Era la primera vez que le levantaba la voz. El grupo de novatos de la mesa de al lado se marchó—. Sé que no entiendes por lo que estoy pasando, pero es lo que necesito —la voz me empezó a temblar mientras trataba de reprimir las lágrimas—. Creía que todo había acabado, pero no es verdad. Me sigue mandando mensajes por el móvil. —¿El qué? —Sisa frunció los labios. —Él… —no tenía energía para hablar de Nate. —Penny, ya te lo he dicho. Es un imbécil —terció Diane con tono amable—. No le debes nada. Sisa se giró hacia Diane. —¿Es que sabes lo de Nate? —Claro que lo sabe. Pero ahora no me apetece hablar de él. Lo único que me interesa es este club, y dejar de salir con chicos. Más aún, es lo que necesito. Diane me apoya. Ojalá tú también lo hicieras. Un silencio descendió sobre la mesa. —Pen —dijo Sisa con voz serena—, perdona si piensas que no te apoyo, pero ¿es que no te das cuenta? Te está utilizando. Diane se estremeció. —¿Cómo puedes decir eso? No estoy utilizando a Penny —hizo una breve pausa, respiró hondo, y miró a Sisa cara a cara—. ¿Por qué me odias tanto? —Yo no… —Sí, me odias —Diane bajó la mirada a su ensalada, a medio terminar—. No sé por qué, pero siempre me has odiado. Confiaba en que las tres pudiéramos ser amigas, porque sé cuánto significas para Penny. De ninguna manera podría ser amiga de Penny sin tu… aprobación, supongo. Sisa miró a Diane con la más absoluta incomprensión. Seguramente, nunca había imaginado que Diane Monroe solicitara nada de ella, y mucho menos su aprobación. —Es que yo… —Sisa estaba disgustada—. No quiero que apartes a Penny de mí. Me quedé mirando a Sisa, horrorizada. ¿Cómo podía pensar de esa manera? —Sisa, Diane no va a hacer eso. Diane, vacilante, alargó el brazo y lo colocó sobre el hombro de Sisa. —¿Podrías darme una oportunidad? ¡Por favor! Alargué el brazo en dirección a Sisa. —Ya sabes que necesito contar con tu apoyo. Sisa sacudió la cabeza. —Me imagino que lo podría intentar… por Penny —el semblante de Diane se iluminó—. Pero espera un momento —Sisa lanzó a Diane una mirada feroz—. Si alguna vez (repito, alguna vez) le vuelves a hacer a Penny lo mismo, si le haces daño, no vivirás lo bastante para lamentarlo. Diane asintió con gesto alicaído. —Me gustaría de verdad que fuéramos amigas, Sisa. Me encantaría. Sisa le dedicó a Diane una sonrisa alentadora. —Sí, bueno, conociendo la historia de mi lista, me figuro que antes o después me uniré a vosotras en el lado oscuro. —¿Me dejas ver tu lista? —preguntó Diane, indecisa. Sisa hizo una pausa antes de sacar la lista de su bolsa. —¿Por qué no? —Ah, conozco a Paul Levine. Es encantador —comentó Diane. A mi entender, era el mejor comienzo que se podía esperar de nuestra nueva amistad a tres bandas.
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Capítulo uno. Parte 2.
Cuando pensaba en el verano, pensaba en Nate. Cuando pensaba en el amor, pensaba en Nate. Cuando pensaba en cualquier cosa pensaba en Nate. Sabía que aquel verano iba a ocurrir. Nate y yo estaríamos juntos. El último mes de clases me resultó insoportable. Inicié la cuenta regresiva de su llegada. Salía de compras con mis amigas en busca de ropa para gustarle a Nate. Incluso compré mi primer biquini pensando en él. Organicé mi horario de trabajo en la clínica dental de mi padre adaptándolo al horario de Nate en el club de campo. No quería que nada se interpusiera entre nosotros. Y entonces, sucedió. Allí estaba. Más alto. Más maduro. Ya no era sólo guapo, sino sexy. Y era mío. Quería estar conmigo, Y yo, con él. Parecía así de simple. Al poco tiempo, estábamos juntos. Por fin, juntos de verdad. Sólo que no fue el cuento de hadas que yo había esperado. Porque los chicos cambian. Mienten. Te pisotean el corazón. A fuerza de desengaños, descubrí que ni los cuentos de hadas ni el amor verdadero existen. Que el chico perfecto no existe. ¿Y esa encantadora foto de una inocente novia en miniatura con el chico que algún día le rompería el corazón? Tampoco existía. Me quedé mirando cómo ardía en llamas.
Capítulo dos.
Todo ocurrió muy deprisa. Empezó como cualquier otro verano. Llegaron los Taylor, y la casa estaba hasta el tope. Nate y yo coqueteábamos sin parar…siguiendo la rutina de los últimos años. Sólo que, esta vez, por debajo del coqueteo latían otras cosas. Como deseo. Como futuro. Como sexo. Todo lo que había soñado empezó a suceder. Para mí, Nate era perfecto. El chico con el que comparaba a todos los demás. El que siempre lograba que se me acelerara el corazón y el estómago me diera un vuelco. Aquel verano, por fin, mis sentimientos fueron correspondidos. Salimos un par de veces, nada del otro mundo. Fuimos al cine, al cenar, etc. Nuestros padres no tenían idea de lo que estaba pasando. Nate no quería decirles, y me dejé llevar. Alegó que reaccionarían de manera exagerada, y no se lo discutí. Aunque sabía que nuestros padres siempre habían deseado que, en un futuro, acabáramos juntos, no estaba convencida de que ya estuvieran preparados. Sobre todo porque Nate dormía abajo, en nuestro sótano. Todo iba de maravilla. Nate me decía lo que yo quería oír. Que era preciosa, perfecta. Que al besarme se le cortaba la respiración. Me sentía en la gloria. Nos besábamos. Luego, nos besábamos más. Y después. Mucho más. Pero al poco tiempo ya no era suficiente. Al poco tiempo, las manos empezaron a deambular, la ropa comenzó a desprenderse. Era lo que yo siempre quería. Y yo me resistía. Todo lo que hacíamos se convertía en una lucha constante por ver hasta dónde cedería yo. Habíamos tardado tanto en llegar hasta ese punto que no quería precipitar las cosas. No entendía por qué no nos limitábamos a disfrutar del momento, a disfrutar de estar juntos, en vez de apresurarnos hasta el paso siguiente. Y cuando digo “paso siguiente”, me refiero al contacto físico. No había mucho diálogo sobre los pasos siguientes en cuanto nuestra relación. Después de un par de semanas, Nate empezó a decir que, para él, yo era la única, su amor verdadero. Sería increíble, aseguraba, si le permitiera amarme de la manera que él quería. Justo lo que yo había imaginado durante tanto tiempo. Lo que siembre había deseado. Así que pensé: “Sí, lo haré. Porque será con él. Y eso es lo que importa”.
Capítulo 2. Parte 2.
Decidí darle una sorpresa. Decidí confiar en él. Decidí dar el paso. Lo tenía todo planeado, todo calculado. Nuestros padres iban a salir hasta tarde, y tendríamos la casa para nosotros solos. -¿Estás segura de lo que quieres, Penny? –me preguntó Sisa aquella mañana. -Lo único que sé es que no quiero perderlo. –respondí. Ése era mi razonamiento. Lo haría por Nate. No tenía nada que ver conmigo, o con lo que yo quisiera. Todo era por él. Quería que resultara espontáneo. Quería que lo tomara desprevenido, y que luego se sintiera abrumado por lo perfecto que era, por lo perfecta que era yo. Ni siquiera sabía que yo estaba en casa; quería que pensara que había salido aquella noche, para que la sorpresa fuera aún mayor. Quería demostrarle que estaba preparada. Dispuesta. Que era capaz. Lo tenía todo pensado, excepto la ropa que me iba a poner. Me metí a escondidas en la habitación de mi hermana Rita y registré sus cajones hasta encontrar un camisón de seda blanca que no dejaba mucho espacio a la imaginación. También tomé su bata de encaje rojo. Cuando por fin estuve preparada, bajé sigilosamente las escaleras hasta la habitación de Nate, en el sótano. Empecé a desatarme la bata con una mezcla de emoción y nerviosismo. Me moría de ganas de ver la expresión de Nate cuando me descubriera. Me moría de ganas de demostrarle lo que sentía, de modo que él, por fin, sintiera lo mismo que yo. Esbocé una sonrisa mientras encendía la luz. -¡Sorpresa!- grité. Nate se incorporó del sofá como un resorte, con una expresión de pánico. -Hola…-dije con un tono dócil, al tiempo que dejaba caer la bata al suelo. Entonces, otra cabeza surgió del sofá. Una chica. Con Nate. Me quedé petrificada, sin dar crédito a mis ojos. Pasé la vista del uno al otro mientras, a tientas, reunían su ropa. Por fin, agarré la bata y me la puse, tratando de cubrir la mayor parte posible de mi cuerpo. La chica empezó a soltar risitas nerviosas. -¿No habías dicho que tu hermana había salido esta noche? ¿Su hermana? Nate no tenía una hermana, para nada. Traté de convencerme de que existía una buena explicación para lo que estaba viendo. Nate no me haría una cosa así, de ninguna manera. Sobre todo en mi propia casa. Quizá aquella chica había tenido un accidente justo delante de la puerta y Nate la había llevado adentro para…eh…consolarla. O acaso ensayaban una escena de una representación veraniega de… Romeo y Julieta al desnudo. O tal vez me había quedado dormida y se trataba de una pesadilla.
Capítulo 2. Parte 3. Sólo que no era así. La chica terminó de vestirse y Nate, esquivando mi mirada, la acompañó al piso de arriba. Todo un caballero. Tras lo que me pareció una eternidad, regresó. -Penny-dijo, colocando una mano alrededor de mi cintura-, lamento que tuvieras que ver eso. Intenté responder, pero no encontraba la voz. Subió los brazos hasta mis hombros y empezó a frotarlos a través de la bata. -Lo siento, Penny. Lo siento mucho. Fue una estupidez, tienes que creerme. Soy un *****. Un ***** de marca mayor. Negué con la cabeza. -¿Cómo pudiste?- mis palabras eran apenas un suspiro; se me contraía la garganta. Se inclinó sobre mí. -En serio, no volverá a ocurrir. Escúchame, no pasó nada. Nada de nada. No fue nada. Ella no es nadie. Sabes lo mucho que significas para mí. Eres tú con quien quiero estar. Eres tú de quien estoy enamorado –bajó las manos por mi espalda-. ¿Ya te sientes mejor? Dime qué puedo hacer, Penny. Lo último que quiero es herirte. La conmoción se iba pasando, dejando la descubierto la furia que subyacía. Lo aparté de un empujón. -¿Cómo pudiste? –espeté-. ¿CÓMO PUDISTE? Esta última parte la dije a gritos. -Mira, ya me disculpé. -¿Te DISCULPASTE? -Penny, lo siento muchísimo. -¿LO SIENTES? -Por favor, deja de hablar y escúchame. Te lo puedo explicar. -Muy bien, perfecto – me senté en el sofá-. Explícalo. Nate me lanzó una mirada nerviosa; evidentemente, no había contado con que me sentara a escuchar lo que tuviera que decir.
Capítulo 2. Parte 4. -Penny, esa chica no significa nada para mí. -Pues no daba esa impresión. –me ajusté el cinturón de la bata y agarré una almohada para taparme las piernas. Nate exhaló un suspiro. Un suspiro en toda su expresión . -Bueno, ya empezamos con el melodrama-ironizó. Entonces, se sentó a mi lado con los brazos cruzados-. Muy bien. Si no estás dispuesta a aceptar mis disculpas, no veo qué otra cosa puedo hacer. -¿Disculpas?-repliqué entre risas-. ¿Crees que decir “lo siento” es suficiente para borrar lo que pasó? Creí que habías dicho que soy especial –bajé la vista al suelo, avergonzada de mí misma por haber sacado el tema a relucir-. -Pues claro que eres especial, Penny. Vamos, ¿qué pensabas que iba a pasar? –la cara de Nate se tiñó de un rojo brillante-. A ver, las cosas son así: tú y yo… nosotros…nosotros…bueno, así están las cosas… No podía creer lo que estaba oyendo. El Nate de sólo unos días atrás había desaparecido y una especie de… bestia había ocupado su lugar. -¿Me quieres decir de que estás hablando? -¡Santo Dios! –Nate se levantó del sofá y empezó a pasear de un lado a otro-. Esto es exactamente de lo que estoy hablando: mírate, ahí sentada, como cuando éramos niños y no lograbas lo que querías. Bueno, he querido estar contigo desde hace mucho tiempo, Penny. Muchísimo. Pero aunque tú creas que quieres estar conmigo, no me quieres a mí. Lo que quieres es tu amor de la infancia. El Nate que te tomaba de la mano y te daba besos en la mejilla. Bueno, pues ese Nate creció. Y quizá tú deberías hacer lo mismo. -Pero yo… -¿Qué? Tú, ¿qué? ¿Te pusiste la camisa de tu hermana? Ésos son juegos de niños, Penny. Para ti es un día de boda perpetuo, sin luna de miel, sin quitarte el vestido de novia, sin nada de nada. Pero, ¿sabes qué? La gente practica sexo. No es para tanto. Empecé a temblar de arriba a bajo. Sus palabras me golpeaban. Nate negó con la cabeza. -No debería haberme metido contigo. ¿Qué puede decir? Estaba harto, y era mucho más fácil ceder a tus fantasías que enfrentarme a ellas. Además, lo admito, tienes ese toque de chica de clase media que te favorece. Nunca se me ocurrió que, al final, no serías más que una provocadora. Se me revolvió el estómago. Las lágrimas me surcaban las mejillas. -Oh vamos –Nate se sentó y me rodeó con el brazo-. Grítame un poco más y te sentirás mejor. Luego damos carpetazo y ya. Salí corriendo escaleras arriba. Para huir de Nate. Para huir de las mentiras. Para huir de todo. Pero no podía huir. Nate iba a seguir instalado en nuestra casa otras dos semanas. Cada mañana tendría que levantarme y mirarlo a la cara. Observar cómo salía por la puerta, sabiendo que seguramente iba a verla a ella. Sabiendo que Nate tenía que buscar otro sito porque yo no era suficientemente buena para él. Nunca me vería “de esa manera”. Día tras día me recordaba a mí misma que era una fracasada. Que lo que había deseado durante años había terminado haciéndome sufrir más de lo imaginable. Rita, mi hermana mayor, fue la única persona de mi familia a la que se lo conté, y la obligué a jurar que no se lo diría a nadie. Sabía que aquello perjudicaría la prolongada y estrecha amistad entre nuestros padres, y no parecía justo que Nate también la destruyera. Además, me daba vergüenza. No soportaba la idea de que mis padres descubrieran lo *beep* que era su hija. Rita intentó consolarme. Llegó a amenazar con matar a Nate si se acercaba a tres metros de mí. Pero incluso treinta metros habrían sido pocos. -Vas a estar bien Penny –prometió Rita mientras me rodeaba con su brazos-. Todos nos topamos con algunos baches en el camino. Yo no me había topado con un bache, si no con un muro de ladrillo. Y no quería volver a sufrir ese dolor nunca más.
Capítulo 3. Me sentía perdida. Necesitaba esconderme. Escapar. Sólo se me ocurrió un remedio para aliviar el dolor. Recurrí a los cuatro chicos que nunca me fallarían. Los únicos cuatro que jamás me romperían el corazón, que no me decepcionarían. John, Paul, George y Ringo. Lo entenderá cualquiera que se haya aferrado a una canción como a un bote salvavidas. O que haya puesto una canción para despertar un sentimiento, un recuerdo. O que haya hecho sonar mentalmente una banda sonora para ahogar una conversación o una escena desagradable. En cuanto regresé a mi habitación, destrozada por el rechazo de Nate, subí el volumen de mi radio hasta el punto que la cama empezó a temblar. Los Beatles habían sido siempre una especia de manta reconfortante que me daba seguridad. Formaban parte de mi vida incluso antes que naciera. De hecho, de no haber sido por los Beatles, no habría nacido. Mis padres se conocieron la noche en que John Lennon murió de un disparo, junto a un altar improvisado en un parque de Chicago. Ambos eran fans de los Beatles de toda la vida. Y con el paso del tiempo decidieron que no tenían más remedio que ponerles a sus hijas nombre de tres canciones del grupo: Lucy in the sky with diamonds, Lovely Rita y Penny Lane. Eso sí, mis hermanas mayores tuvieron la suerte de que les pusieran segundos nombres normales, pero a mí me otorgaron el título completo de Lennon y McCartney: Penny Lane. Incluso, nací el 7 de febrero, aniversario de la primera visita de los Beatles a Estados Unidos. No me lo tomaba como una casualidad. No me habría extrañado que mi madre se hubiera negado a pujar para que yo naciera ese día. El destino de casi todos los viajes familiares era la ciudad de Liverpool, en Inglaterra. En todas nuestras felicitaciones de Navidad aparecíamos recreando la portada de un disco de los Beatles. Aquello debería haberme incitado a la rebelión. En cambio, los Beatles se convirtieron en parte de mí. Me sintiera feliz o triste, sus letras, su música, eran un consuelo. Esta vez traté de sofocar las palabras de Nate con una explosión de Help! Mientras tanto, recurrí a mi diario. Al tomarlo, el cuaderno forrado de piel se sentía pesado, cargado por los años de emociones que contenían sus páginas. Lo abrí y revise las entradas, casi todas con letras de los Beatles. A cualquier otra persona le habrían resultado asociaciones absurdas, pero para mí el significado de las letras iba mucho más allá de las palabras. Eran como fotografías de mi vida: de lo bueno, y lo malo y lo relacionado con los chicos. Cuánto sufrimiento. Me puse a revisar mis relaciones anteriores. Dan Walter, de segundo de bachillerato y, según Sisa, “un completo lujurioso”. Salimos 4 meses, cuando llegué al último año de secundaria. Las cosas empezaron bastante bien, si por “bien” se entiende ir al cine y a cenar pizza los viernes en la noche con el resto de las parejas de la ciudad. Al fin, Dan empezó a confundirme con el personaje de la película “Casi famosos” que también se llamaba Penny Lane. Ella es una groupie despiadada, y a Dan se le metió en su cabeza hueca que, si tocaba Starway to heaven con la guitarra, me rendiría. No tardé mucho en darme cuenta de que el atractivo físico no necesariamente conlleva las dotes de un buen guitarrista. En cuanto comprobó que mis calzones seguían en su lugar, Dan cambió de melodía.
Capítulo 3. Parte 2. Después vino Derek Simpson, quien –estoy segura- sólo salió conmigo porque pensaba que mi madre, que es farmacéutica, le podía conseguir pastillas. Darren McWilliams no fue mucho mejor. Empezamos a salir justo antes de que me entrara la locura por Nate, el verano pasado. Parecía un tipo encantador hasta que empezó a visitar a Laura Jaworski, quien resultó ser una buena amiga mía. Acabó citándonos a las dos el mismo día. No se le ocurrió que compararíamos nuestras agendas. Dan, Derek y Darren. Y sólo en el último año de la secundaria. Me engañaron, me mintieron y me utilizaron. ¿Qué lección aprendí? Que debía mantenerme alejada de los chicos cuyo nombre empiece con “D”, porque todos ellos eran el diablo personificado. Puede ser que el verdadero nombre de Nate fuera Dante, el Destructor de Deseos. Porque era diez veces peor que los otros tres “D” juntos. Hice a un lado el diario. Estaba furiosa con Nate, es verdad. Pero, sobretodo, estaba furiosa conmigo misma. ¿Por qué me presté a salir con ellos? ¿Qué saqué de aquellas relaciones, aparte de un corazón destrozado? Yo era más inteligente que todo eso. Debería haberlo sabido. ¿En serio quería seguir siendo utilizada? ¿Acaso había alguien ahí afuera que valiera la pena? Había creído que Nate sí valía la pena, pero estaba confundida. Cuando me levanté para llamar a Sisa –tenía que compartir mis penas con ella-, algo me llamó la atención. Me acerqué a mi póster preferido de los Beatles, y empecé a pasar los dedos por las letras: St. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Había contemplado aquel póster día tras día durante los últimos siete años. Había escuchado aquel álbum, uno de mis favoritos, cientos de veces. Era como si, para mí, siempre habría sido una sola palabra muy larga: SgtPepper’sLonelyHeartsClubBand. Pero, ahora, tres términos nos se desligaban del resto, y descubrí en la expresión algo completamente nuevo. Lonely. Hearts. Club. Entonces, sucedió. Algo relacionado con aquellas palabras. Lonely. Hearts. Club. Club. Corazones. Solitarios. En teoría, podría sonar deprimente. Pero en aquella música no había nada deprimente. No, este club de los corazones solitarios era justo lo contrario a deprimente. Era fascinante. Había tenido la respuesta frente a mis ojos, desde el principio. Sí, había encontrado una manera para que dejaran de engañarme, de mentirme, de utilizarme. Dejaría de torturarme saliendo con fracasados. Disfrutaría de los beneficios de la soltería. Por una vez, me concentraría en mí misma. El primero de bachillerato iba a ser mi año. Todo giraría alrededor de mí, Penny Lane Bloom, fundadora y socia única del club de los corazones solitarios.
Come Together. “…you’ve got to be free…”
Capítulo 4. Los chicos habían muerto para mí. Sólo existía una cuestión: ¿cómo no se me había ocurrido antes? Sabía que la idea era una genialidad, pero me habría gustado que mi mejor amiga dejara de mirarme como si me hubiera fugado de una institución para enfermos mentales. -Pen, sabes que te quiero pero… “Ya empezamos.” Estábamos celebrando una reunión de emergencia en nuestra cafetería habitual, menos de una hora después de mi golpe de inspiración. Sisa dio un sorbo a su malteada mientras asimilaba mi insistencia sobre los problemas que los chicos me habían causado a lo largo de los años. Ni siquiera había llegado yo al asunto del club, ni a mi decisión de no volver a salir con nadie. -Sé que estás enojada, y con razón –razonó Sisa-. Pero no todos los chicos son malos. Puse los ojos en blanco. -¿De veras? ¿Quieres que repasemos tus listas de los dos últimos años? Sisa se hundió en el asiento. Año tras año elaboraba un listado de los chicos con los que quería salir. Se pasaba el verano calculando sus opciones antes de redactar la lista para el curso escolar, y clasificaba a cada uno por un orden de preferencia basado en la relación entre el aspecto físico, el grado de popularidad y (otra vez) el aspecto físico. Sin lugar a dudas, aquella lista causaba más sufrimiento del que se merecía. Hasta el momento Sisa no había salido ni una sola vez con ninguno de los candidatos. De hecho, nunca había tenido novio. No se me ocurría por qué. Era guapa, divertida, un poco tímida al principio, y es una de las amigas más leales y fiables que se pudieran esperar. Pero, como si ninguno de los alumnos de la escuela McKinley parecía darse cuenta de que tenía madera de novia. “Mejor para ella”, pensaba yo. Pero Sisa lo veía de otra manera. -No sé de que me hablas- respondió. -Está bien. ¿Me estás diciendo acaso que no tienes una lista nueva, preparada para la inspección? Sisa puso su bolso en la silla que tenía al lado. Por supuesto que tenía otra lista. Sólo nos quedaban unos días para empezar primero en bachillerato. -Lo que tú digas –respondió, ofendida-. Me figuro que debería tirar esa lista a la basura ya que, según tú, todos los hombres son imbéciles. Sonreí. -Empezamos a entendernos. ¡Vamos a quemarla! Sisa soltó un gruñido. -Perdiste la cabeza, está claro. ¿Te molestaría quedarte seria un momento? -Ya estoy seria. Ahora le tocó a Sisa poner los ojos en blanco. -Vamos. No todos los solteros de este planeta son seres despreciables. ¿Qué me dices de tu padre? -Y tú qué me dices de Thomas Grant?-contraataqué yo. Sisa se quedó boquiabierta. Lo admito: quizá me excedí un poco. Thomas había estado en nuestro grupo del curso anterior. Sisa se había pasado un semestre entero coqueteando con él en la clase de Química. Por fin, Thomas le había preguntado si tenía algo que hacer el fin de semana. Tracy estaba exultante…hasta que una antes de la cita Thomas le envió un mensaje por el teléfono diciendo que le había “surgido” algo. Después, no le hizo el menor caso durante el resto del curso. Ni una explicación, ni una disculpa. Nada. Típicamente masculino. -¿Y Andy Samuels?-presioné. Sisa me lanzó una mirada asesina. -Bueno, no tengo la culpa de que él no sepa que existo. El primer nombre de la lista de Sisa siempre era él mismo: Andy Samuels, alumno del último grado y jugador de fútbol americano sin igual. Por desgracia, Andy nunca había dado señales de vida de enterado de que Sisa estaba viva. Cuando yo salía con Derek, invité a Andy y a sus amigos a mi casa con el único propósito de que llegara a conocer a Sisa. Pero no le prestó la menor atención. Una de las pocas razones por las que aguanté tanto tiempo con Derek fue porque Sisa necesitaba sus dosis diarias de Andy Samuels. El simple hecho de pensar en aquella lista y en lo mucho que influía en la felicidad de mi mejor amiga me provocaba arrebatársela del bolso y romperla en mil pedazos, porque sabía que tendría que ir tachando los nombres uno por uno y acabaría en un mar de lágrimas. Sisa exhaló un suspiro y luego recobró la compostura. -Este año va a ser distinto, mejor –juró-. No sé, tengo una corazonada, en serio –sacó la lista y empezó a contemplar pensativamente los nombres de los candidatos de este año. ¿De veras yo había creído que Sisa iba a entender mi necesidad de acabar con los chicos? Ella sólo pensaba en salir con ellos. Me di por vencida…de momento. Sisa no era la única que tenía una corazonada acerca del nuevo curso.
Capítulo 5. Primer día de clases. Aún no había llegado a la escuela y ya había tenido que enfrentarme al enemigo. No se trataba de Nate; se había ido. Pero era alguien de su bando. -¡Uf! ¿Puedes creer que mi hermano pequeño ya va a la secundaria? –Viki señaló el asiento posterior de su coche, donde su hermano Liam escuchaba música a todo volumen-. Y, sabes una cosa, Pen? No veo que tenga cuernos de diablo en lo alto de la cabeza. -Todavía –le dediqué una sonrisa arrogante. El pequeño Liam Payne era un alumno de tercero de secundaria…un chico…uno de ellos. Me pregunté cuándo empezaría a actuar como el resto de los alumnos de la escuela McKinley. ¿Existiría una especie de aula secreta en la que enseñaban a los chicos a convertirse en hombres atractivos de cabeza hueca? Cuando Liam se bajó del coche de Viki, no pude evitar fijarme en que se parecían más que nunca, con su pelo castaño y sus ojos color avellana. Viki me miró de arriba abajo. -Pen, esos zapatos son increíbles. Hoy estás impresionante –se aplicó una nueva capa de brillo labial y mirándose en el espejo retrovisor-. ¿Decidida a impresionar a alguien en particular? Solté un gruñido. -No. Quería estar linda para mí, nada más. La mirada que me lanzó dejaba claro que no se lo creía. Me daba igual. Iba a ser el principio de un año alucinante. Abrí la puerta de la escuela, emocionada por empezar el año escolar sin toda aquella locura de los chicos. La sonrisa en mis labios se desvaneció en un instante, pues la primera persona que me encontré fue Dan Walter, que llevaba la chamarra con las iniciales de la escuela que me había “prestado” cuando salíamos. Qué oportuno ser recibida por un recordatorio de antiguos novios terribles. Menos mal que Nate estaba en Chicago, a kilómetros de distancia. Doblé a la esquina para alejarme Dan y vi a Andy Samuels quien, al parecer, seguía siendo demasiado creído como para dirigirle la palabra a Sisa. Mientras, continué inspeccionando a mis compañeros de clase. Había recorrido aquellos pasillos en miles de ocasiones, pero me daba la sensación de haber abierto los ojos por primera vez. No veía más que chicas que se desvivían por ligar con los chicos, parejas caminaban de la mano, chicos que…Bueno, chicos a secas: escandalosos, detestables, egoístas. No buscaban a las chicas, las chicas los buscaban a ellos. Noté una vibración en mi bolsa y saqué el celular. Me detuve en seco, y Justin Reed chocó contra mí. -¡Cuidado! –dijo mientras su novia, Pam, me lanzaba una mirada furiosa. A Dios gracias no les era posible ir tomados de la mano las 24 horas del día, los siete días de la semana. Salí de mi aturdimiento. Estaba convencida de que tenía que ser un error. Pero no: el teléfono, cruelmente, confirmaba la verdad. Era un mensaje de Nate. Por su puesto: había encontrado una manera de torturarme aun sin estar cerca de mí. “Que tengas un buen primer día de clases”. ¿Qué? En primer lugar, sabía que yo no le hablaba. En segundo lugar, sólo habían transcurrido dos semanas, ¿acaso pensaba que se me había olvidado? En tercer lugar, el mensaje no podía haber sido más patético. Lo borré y arrojé al fondo de mi bolsa. Me negué a permitir que Nate arruinara un solo día más de mi existencia. -Bloom, te metiste en un buen lío! – Niall Horan estaba apoyado en su casillero, con los brazos cruzados y una sonrisa en los labios. Genial. No estaba de buen humor.
Capítulo 6. Me alejé de Niall y de Diane a la mayor velocidad posible, antes de que se convirtieran en «DianeyNiall» en mitad del pasillo. Pero el nombre de Diane volvió a surgir durante el almuerzo. —Imagina quién ha intentado charlar conmigo en Biología, y también en Francés, como si fuéramos amigas —me comentó Sisa mientras nos dirigíamos a la cafetería al acabar las clases de la mañana—. Diane Monroe, ¿te lo puedes creer? Debe de estar maniobrando para conseguir votos para que la nombren reina en la fiesta de antiguos alumnos. —Sí, actúa de forma rara —coincidí. —Puf, no la soporto. Sisa nunca había sido una gran fan de Diane, la verdad; pocas chicas en el instituto lo eran. Tal vez fuera por su apariencia perfecta, o por el hecho de que sobresalía en todos los aspectos. Pero aquello no eran más que pequeñas envidias. En realidad, había una única persona en el McKinley que contaba con una razón de peso para odiar a Diane Monroe. Yo. Por si no resultaba lo bastante malo que fuera el prototipo de «chica-que-abandona-su-identidad-por-culpa-de-un-chico», también me había abandonado a mí. Yo siempre había considerado que las chicas que renuncian a sus amigas cuando un chico se interesa por ellas son patéticas. Pero cuando me convertí en una de esas amigas, descubrí lo mucho que dolía. Otro ejemplo más de cómo los chicos habían arruinado mi vida. Por si no tuvieran bastante con tratarme como si fuera basura, me robaban a las amigas. Aunque odiaba la lista de Sisa por lo mucho que le hacía sufrir, por lo general me alegraba en secreto cuando resultaba ser un fracaso. No quería perder a Sisa de la misma manera en que había perdido a Diane. Una vez que hubimos sorteado la larga cola de desconcertados alumnos de tercero que aún no estaban al tanto del veneno que servían en la cafetería, Sisa y yo nos sentamos a nuestra mesa del almuerzo, la misma del curso anterior. Nuestras amigas y Viki no tardaron en llegar. —Eh, chicas —nos saludó Zoe mientras ella y Viki tomaban asiento—. Mis padres me están dando la paliza para que elija más actividades extraescolares de cara a la solicitud para la universidad. ¿Pueden creerlo? Ya tengo que empezar a preocuparme por la universidad. ¡Pero si acabamos de empezar primero de bachillerato! Las cuatro asentimos con la cabeza. Viki se rebulló, incómoda, y jugueteó con su manzana mientras las demás nos lanzábamos a nuestros respectivos almuerzos. Costaba no darse cuenta de que había adelgazado aún más durante el verano, si es que era posible. Prácticamente desaparecía dentro de su sudadera gris con capucha, del instituto McKinley. De pronto, el cuerpo de Viki se clavó en la mesa por culpa de una chica bajita, de pelo rizado, que debió de resbalarse en el suelo. Estrelló su bandeja contra la cabeza de Viki y su bebida se le derramó a nuestra amiga por el hombro.
Capítulo 6. Parte 2. —¡Oh, no! —gritó la chica—. ¡Mi refresco! Conmocionadas, nos quedamos mirando mientras la desconocida recogía su vaso de plástico y examinaba su ropa, ignorando a Viki por completo. En mi vida había visto a aquella chica, por lo que me imaginé que sería de tercero. Nunca se me habría pasado por alto, aunque no podía medir más de metro y medio. Todo en ella resultaba exagerado. Las uñas acrílicas pretendían pasar por una manicura francesa; el pelo, castaño oscuro, tenía un exceso de mechas rubias; llevaba las cejas depiladas al máximo y los labios, demasiado perfilados. Vestía una diminuta minifalda vaquera y top de encaje. En otras palabras, daba la impresión de que se disponía a contonearse por la pasarela, y no a almorzar en la cafetería del instituto. —¿Estás bien? —Zoe le entregó a Viki unas servilletas para que se secase. —¡Ash-ley! —gritó la chica a su amiga—. ¿Me he manchado la camiseta? Sisa giró la cabeza de golpe. —Perdona, ¿qué tal si le pides disculpas a mi amiga, a la que acabas de poner como una sopa? La chica se quedó mirando a Sisa como si ésta le estuviera hablando en un idioma extranjero. —¿Cómo dices? Se me ha caído el refresco. Sisa le lanzó su particular «mirada asesina»: ojos entornados en forma de diminutas rendijas, labios fruncidos y expresión de la furia más absoluta. —Sí, se te ha caído el refresco… encima de mi amiga. ¿Sabes lo que es una disculpa? La chica, molesta, abrió la boca. Masculló algo que, me imagino, se suponía que era una disculpa (sonó más bien a una pregunta: «¿Per-dón?») y se alejó. Sisa volvió a sentarse. —Increíble. El primer día de clase y estos de tercero ya se creen los dueños del instituto. Qué barbaridad, miren la mesa a la que van. Había una hilera de mesas junto a los ventanales que invariablemente ocupaban los deportistas y las animadoras, incluyendo al infame y elitista grupo de Los Ocho Magníficos: Niall y Diane Monroe, Justin Reed y Pam Schneider, Don Levitz y Audrey Werner, Zayn Malik y una de sus numerosas novias rotatorias. Sisa y yo nos contábamos entre las pocas chicas de nuestra clase que no se habían sentado a aquella mesa en calidad de novia provisional de Zayn. Nunca me había apetecido formar parte de aquella demente versión del Arca de Noé, donde sólo sobrevivías si formabas pareja con un miembro del sexo opuesto. Si tuviera que elegir entre salir con Todd y perder el barco, estaría plenamente decidida a ahogarme. Tanto Viki como Zoe habían salido con Zayn. En el caso de Zoe fue en segundo de secundaria, y Zayn se dedicaba a contar mentiras al equipo de baloncesto sobre hasta dónde había llegado con ella. Una vez que la hubo abandonado, Zoe se fue haciendo cada vez más popular entre los chicos de la clase, hasta que cayó en la cuenta de que era porque la tomaban por una chica fácil. Habría cabido imaginar que Viki aprendería de los errores de Zoe. Pero no. Zayn se las arreglaba para desbaratar el sentido común de cualquier chica. Viki había pensado que, en su caso, sería diferente, así que se lanzó al agua… para después descubrir que una tal Tina McIntyre nadaba en la misma piscina y al mismo tiempo. No podía evitar preguntarme por qué un chico conseguía encontrar dos chicas estupendas con las que salir simultáneamente, cuando nosotras las chicas no éramos capaces de encontrar un solo chico pasable. El rostro se me encendió al recordar la cantidad de problemas que Zayn había causado; no sólo con Zoe y Viki, sino con prácticamente la mitad de nuestra clase. Jamás entendí el poder que ejercía sobre las chicas. Era el típico atleta: un tipo grande con el pelo oscuro y ropa que siempre ostentaba los logotipos de al menos dos equipos deportivos. Al pensar en Zayn caí en la cuenta de que yo no era la única chica del McKinley que se podría beneficiar estar en guerra con los chicos. Aquellas fastidiosas alumnas de tercero se le estaban echando encima. —Los chicos son idiotas —declaré, prácticamente a gritos. Una risa escapó de la garganta de Sisa. —Venga ya, ¡como si no te pasaras la vida coqueteando con Niall y Zayn! ¿Como si no QUÉ? —Pero ¿qué dices? —¿Me tomas el pelo? Cuando estás con Niall te pones a ligar como una loca. Sí, bueno; eso era la antigua Penny. La nueva Penny había dejado de ligar. Me habría encantado no tener que hablar con ningún chico durante el resto del curso. —Los chicos de Los Ocho Magníficos no son el problema —apuntó Zoe—. Esas chicas son superficiales y no tienen nada (repito: nada) de que hablar, aparte de sus novios. —Bueno —repuso Viki—. Diane siempre es amable conmigo. Pero Audrey y Pam son unas creídas. Zoe dirigió una mirada indignada hacia aquella mesa. —Venga, por favor. Podrán ser animadoras y salir con los mejores atletas (¡menudo aburrimiento!); pero la verdad es que no le caen bien a nadie. ¿Y saben lo más ridículo de todo? Que a los de ese grupo, supuestamente el de los más populares, los desprecian casi todos los alumnos. Cada vez que son amables con alguien que no pertenece al grupo es siempre, siempre, porque andan buscando algo. —¡Exacto! —intervino Sisa—. Hoy mismo, en clase, Diane pretendió ser mi mejor amiga del alma. Y para colmo, intentó lo mismo con Pen, esta mañana. Zoe asintió. —Exacto. Salta a la vista que quiere algo. —Sí. Bueno, pues sea lo que sea —dijo Sisa, volviendo la mirada hacia la mesa de Los Ocho Magníficos—, les aseguro que no lo va a conseguir.
Capítulo 7. Entré en la clase de Historia Universal y me encontré acorralada por todas partes. Nuestra profesora, la señora Barnes, ordenó los pupitres y me colocó entre Niall y Zayn, con Derek Simpson sentado dos filas más atrás y Andy Samuels y Steve Powell a escasa distancia. Sólo había otras tres chicas en la clase, y terminaron situadas lo más lejos posible de mí. —Caramba, hola, señorita Penny —me dijo Zayn a modo de bienvenida. Aquella mañana habíamos estado juntos en la clase de Español y (para mi gran disgusto) nos habían asignado como pareja de conversación. Zayn se pasó casi todo el tiempo inventándose palabras, para lo que añadía una «o» final a las palabras inglesas: el chairo, el sandwicho, el footballo. Niall se sentó a mi lado. —Qué sorpresa —comentó. Zayn se inclinó sobre mi mesa. —Eh, Penny, ¿qué nombre español vas a elegir? —encogí los hombros. No me había parado a pensarlo, la verdad. Zayn prosiguió—: Es que estaba pensando en elegir Nachos, y si tú eligieras Margarita, cuando hagamos un trabajo juntos, la señora Coles tendrá que decir: «Margarita y nachos, por favor». Zayn soltó una carcajada; luego, se inclinó hacia delante y puso la mano en alto. Hice todo lo posible por ignorarlo. —¿Qué pasa, Bloom? —preguntó Niall—. ¿Es que me estás engañando con Malik? En serio, pensaba que tenías mejor gusto. «Sí, como si fuera yo quien engaña. Yo no soy quien tiene novia». Zayn dedicó a Niall un gesto grosero y, acto seguido, los dos se pusieron a decir ***** acerca de cuál de ellos iba a dar más vueltas en el entrenamiento de aquella noche. Me pregunté si por la zona habría institutos sólo para chicas. Cuando escuché el último timbre del día, me sentí más aliviada que en toda mi vida. Salí del aula como si huyera de un fuego y me fui derecha a mi casillero. Allí me encontré a Diane, esperando. No a mí. A Niall. Cómo no. Aun así, me saludó con la mano. ¿Es que no tenía un casillero propio? —¡Eh, Penny! —exclamó a medida que me acercaba—. ¿Vas a ir al partido del viernes por la noche? —Sí —fingí estar ocupada buscando mi manual de Biología. No entendía por qué, de repente, mostraba tanto interés por mi calendario social. —Como si alguien fuera a perderse semejante movida —terció Zayn, que se acercaba con Niall, y, tras hacer el comentario, se paró para entrechocar las manos con él—. Hasta el padre de Horan va a estar. Sólo por eso hay que ir. Ocurre muy pocas veces, en plan, no sé, como un eclipse lunar o algo por el estilo… Niall le lanzó a Zayn una mirada furiosa y cerró su casillero de un portazo. Yo conocía a Niall desde primaria y nunca había visto a su padre. A su madre, claro que sí. Pero a su padre no. Sólo sabía que era un pez gordo entre los abogados de Chicago. Se produjo un incómodo silencio en el grupo de Niall, un grupo con el que no quería involucrarme. Cogí el móvil y se me hizo un nudo en el estómago al ver que tenía otro mensaje de Nate. No podrás ignorarme toda la vida. Pulsé la tecla «Borrar». Desde luego, pensaba intentarlo.
Capítulo 7. Parte 2. —¿Penny? —era la voz de Diane. —¿Qué? —levanté la mirada y me fijé en que estaba sola. No me había dado cuenta de que Niall y Zayn se habían marchado. ¿Por qué seguía allí Diane? —Eh, mmm…, me estaba preguntando… —empezó a decir, nerviosa, mientras doblaba una esquina de su cuaderno—. Verás, hace mucho que no hablamos, y me encantaría que saliéramos alguna vez. Al cine, o a cenar; lo que prefieras. «Tiene que estar de broma», pensé. —Bueno, yo, eh… «¿Por qué no me dices qué andas buscando y acabamos de una vez?». —¿Tienes algo que hacer mañana por la noche? —preguntó. —Mmm… —me anduve con rodeos, tratando de improvisar una excusa para no quedar con ella. —Estaba pensando que podíamos ir al centro comercial y luego picar algo. Lo pasaríamos bien, ¿verdad? «Pues no, la verdad es que no…». Me quedé mirando a Diane. Tenía los ojos abiertos de par en par, y daba la impresión de que, realmente, le apetecía salir conmigo. O eso, o bien que estaba tan desesperada por ser la primera alumna de primero de bachillerato en convertirse en reina de la fiesta de antiguos alumnos que estaba dispuesta a llevar su campaña de promoción más allá de las líneas enemigas. «Un momento —pensé—. Ésta es Diane Monroe. La misma Diane que me dejó plantada un millón de veces. La que nunca anteponía a una amiga frente a Niall. Si accedo, tendrá que cancelar un plan con Niall. Hay cosas que nunca cambian». —Sí, estará bien —repuse. Sabía que siempre me podía inventar una excusa (como que tenía que trabajar en la consulta dental de mi padre), si es que ella no me plantaba primero. Diane dio un saltito en el aire. —¡Genial! Te pasaré a buscar mañana, después de clase. No pensaba esperarla con los brazos abiertos.
Capítulo 8. —¿Que vas a qué? —Viki prácticamente se salió de la carretera cuando se lo conté a la mañana siguiente—. En serio, Pen; Diane tiene que estar medicada. Algo en la azotea no le funciona bien. —Ya lo sé. La veo hablar con todo el mundo —traté de reprimir la risa. —No lo entiendes. A ver, no estás con ella en ninguna clase. Y yo estoy en dos; antes de almorzar. Y lo único que hizo ayer fue acercarse y charlar conmigo con ese estilo de animadora que la caracteriza. —Sí, bueno; no me preocupa. Me dará plantón. Fin de la historia. Me figuro que, en cierta forma, Diane fue quien me preparó para cuando los chicos empezaron a abandonarme. Con ella pasaba lo mismo: no contestaba las llamadas, me evitaba en los pasillos, hablaba a mis espaldas. Sonó el móvil de Viki. Encendió el manos libres, respondió la llamada, escuchó unos tres segundos y luego vociferó: —¿CÓMO? Instintivamente, sujeté el volante para enderezar la marcha. —¿Hablas en serio? ¿Cuándo? —Viki me agarró del brazo—. ¡Ay, Dios mío! Me entraron ganas de abofetearla, pero no quería morir de camino al instituto. Viki siguió chillando y formulando preguntas. Cuando por fin apagó el teléfono, una expresión de suficiencia le cruzó el semblante. —No te lo vas a creer —declaró—. Niall ha roto con Diane. —¿CÓMO? —pegué un grito tan potente que Viki dio un respingo—. Estás de broma. He visto a Diane junto a la taquilla de Niall… Viki sacudió la cabeza de un lado a otro. —Esta mañana, Jen llegó temprano al instituto para entrenar con el equipo de voleibol y saltó la noticia. Por lo que ha oído, Niall rompió con Diane a principios de verano, antes de que ella se marchara de vacaciones; pero, en realidad, nadie lo supo porque Niall no quería, en fin, que hubiera chismes, o lo que fuera, mientras Diane estaba de viaje. Pensaban esperar unos días antes de decírselo a la gente, pero Zayn se lo soltó a Hilary Jacobs, y ya te puedes imaginar que el asunto corrió como la pólvora. —Imposible —repliqué. Diane Monroe y Niall Horan llevaban cuatro años juntos. Se suponía que iban a casarse, a tener dos coma cuatro hijos y un cincuenta por ciento de posibilidades de vivir felices para siempre. —¡Encaja a la perfección! Por eso está tan simpática con todo el mundo, la muy bruja —Viki me lanzó una mirada furiosa—. Ahora, ya sabemos exactamente lo que quiere. Desconcertada, me quedé mirando a Viki. ¿Qué quería Diane? —Se piensa que, ahora que está sin pareja, puede volver corriendo a su buena amiga Penny. Traté de entender la situación. Diane me abandonó por Niall; Niall abandonó a Diane, y ahora ella contaba con que volviéramos a ser amigas. «No lo creo». —Un momento —interrumpió Liam—. ¿Eres amiga de Diane Monroe? —No, éramos amigas. —Guau —Liam parecía impresionado—. ¿Me la presentas? —¡Fuera del coche! —vociferó Viki. Mike puso los ojos en blanco y saltó del vehículo en cuanto su hermana se detuvo en el aparcamiento. —¿Es que Diane se cree que soy imbécil? —protesté—. Después de pasarse cuatro años sin hablarme, ahora quiere que la consuele por lo de Niall. Ya tengo mis propios problemas con los chicos, muchas gracias. Voy a darle plantón, te lo aseguro. —¿Cómo? —Viki abrió los ojos de par en par—. De ninguna manera. ¡Tienes que ir! No podía creer que Viki hablara en serio. Odiaba a Diane, ¡y me pedía que quedara con ella! —Tienes que conseguir la exclusiva. Averigua por qué Niall ha abandonado a ese bombón y luego, te levantas y te vas. No le debes nada. Por una vez, disfruta tú de ver cómo se siente utilizada. —Pero yo… —Venga ya, Pen. Ojalá pudiera acompañarte y escuchar cómo te cuenta entre sollozos su triste historia. Oh, cuánto me alegro de que Niall, por fin, haya entrado en razón. Mmm, me pregunto si debería ponerlo en la lista —Viki se mostró pensativa unos instantes—. No, siempre he pensado que te va más a ti. Y no es que vayas a salir con chicos ni nada parecido. Noté que se me avecinaba una migraña.
Capítulo 8. Parte 2. El dolor de cabeza no se me pasó una vez que llegué a mi taquilla y me encontré con Niall. Estaba tan concentrada en Diane que se me había olvidado que también tenía que verlo a él. No había forma de esquivarlo. No sólo ignoraba qué decirle, sino que tampoco sabía cómo se suponía que me tenía que sentir. ¿Debería estar furiosa? ¿Debería darle las gracias por confirmarme, una vez más, que los chicos únicamente utilizan a las chicas? De acuerdo, no estaba al tanto de lo que había ocurrido, pero, en mi fuero interno, estaba convencida de que Niall tenía la culpa. —Hola, Bloom —dijo cuando me disponía a abrir mi taquilla. —Hola, ¿alguna novedad? Bueno, no me refiero a nada en particular, eh… —cerré los ojos, abrigando la esperanza de que se diera la vuelta y se esfumara. —Por lo que veo, han bastado veinticuatro horas para que el instituto entero sepa la noticia —replicó. Volví la mirada hacia él y no supe qué decir. —En cualquier caso —continuó—, he oído que Diane y tú van a salir esta noche. Me quedé mirándolo sin entender. ¿Cómo se había enterado? —Oye, no pasa nada. Me alegro de que hayas quedado. Si te digo la verdad, estoy un poco preocupado por Diane. Ya sabes lo maliciosas que son algunas personas. Procuré no pensar en Viki… ni en mí misma. —¿Cómo va eso, Horan? —Malik apareció a la vuelta de la esquina. En la vida me había alegrado tanto de verlo…, al menos hasta que se acercó y me rodeó con un brazo—. Mira, me importa una *beep* que ahora estés soltero. Más te vale alejarte de mi chica. Por primera vez, Niall se quedó desconcertado. Zayn no captó el detalle y prosiguió: —Y ahora, ¿por qué no te vas a romper unos cuantos corazones mientras mi compañera de spanisho y yo nos vamos a clase? —me agarró del brazo y, mientras me guiaba hacia el aula, se puso a negar con la cabeza—. Haz caso de lo que te digo —comentó con un suspiro exagerado—. Ahora que Horan está soltero, vamos a tener problemas. Ryan tenía razón sobre lo rápido que las noticias viajaban por el instituto: no se hablaba de otra cosa. Intenté mantenerme al margen, pero como socia única del Club de los Corazones Solitarios, no pude evitar fijarme en lo injusto que todo el mundo estaba siendo. Nadie parecía preocuparse por Niall. Por descontado, no tardaría en tener otra novia; pero, de no ser así, no pasaría nada. La elección era suya. Los chicos mandan. Pero a Diane la trataban como mercancía defectuosa. Ella era la víctima. La sombra desconsolada, destrozada, de la persona que había sido. Cuando se hablaba de Niall, la gente entrechocaba las manos, celebrando su nueva libertad. En cuanto a Diane, todo el mundo hablaba en susurros, como si Diane debiera avergonzarse por haberse quedado sin pareja. No podía ser más injusto. Y yo era consciente. Con todo, me resultaba de lo más violento quedar con Diane después de clase. Una voz en la cabeza me decía sin parar: «La única razón por la que no te ha dejado plantada es porque ya no tiene novio». Mientras nos dirigíamos a la cafetería, hablamos de nuestras familias. De cómo le iba a Rita en la universidad y de cómo su madre estaba reformando la cocina… otra vez. Cuando llegamos, charlamos sobre las clases. Luego, de lo que íbamos a pedir para comer. Entonces, cuando parecía que el único tema de conversación que nos quedaba, con excepción de las rupturas (la suya, la mía…, había para elegir), era el estado del tiempo, nos quedamos mirando la una a la otra, así, sin más. —Bueno —dijo por fin Diane mientras escarbaba en su ensalada—. ¿Cómo está Nate? ¿Sigue pasando el verano con ustedes? Se me hizo un nudo en el estómago. —No me apetece hablar del tema. —Ah —Diane bajó la mirada, al caer en la cuenta de lo poco oportuno de su pregunta. Parecía muy triste mientras empujaba el tenedor por el plato. Por fin, levantó la cabeza. —¿Te puedo decir una cosa? Me encogí de hombros. —Siempre te he tenido un poco de envidia. —¿Perdón? —¿cómo era posible que doña Perfecta, la modelo rubia de ojos azules llamada Diane Monroe, me tuviese envidia? —En serio, Penny. De verdad, ¡hablo en serio! ¡Mírate! ¿Tienes idea de lo mucho que tengo que esforzarme para mantenerme así? Fíjate en lo que estoy comiendo por culpa de los carbohidratos —Diane hizo un gesto en dirección a su ensalada de lechuga y tomate con aderezo libre de grasas y luego volvió la mirada a mi sándwich de pavo con queso cheddar, mayonesa y patatas fritas de bolsa—. Para empezar —prosiguió—, comes lo que te apetece y, aun así, tienes una figura impresionante. Yo no entendía nada. —Además, tu forma de vestir es increíble, en serio. Yo elijo lo que me voy a poner según lo que me marcan las revistas; soy una más del montón. En cambio, tú tienes tu propio estilo informal que nadie es capaz de imitar. Siempre lo has tenido. En otras palabras, era una friki por preferir las zapatillas All Star a los tacones de aguja. —¿Y sabes qué? No soy *****. Sé perfectamente que nunca le caeré bien a la gente como tú. Como habría dicho Sisa: «Lo que tú digas».
Capítulo 8. Parte 3. Diane se rebulló, incómoda, en su asiento. —Bueno, en fin, quería que lo supieras. —Sí… Gracias —traté de dedicarle una sonrisa. Volvió a escarbar en su ensalada. —¿Te acuerdas de cuando, de pequeñas, montábamos conciertos para nuestros padres? Asentí, sorprendida de que Diane se acordara de los recitales de los Beatles que organizábamos en el sótano. —¿Cómo llamaban tus padres al sótano? Suspiré. —The Cavern —The Cavern, la caverna, era el local de Liverpool donde los Beatles iniciaron su camino a la fama. —¡Exacto! Me acuerdo de que tú te empeñabas en ser John, y que yo era Paul, y que teníamos peluches que hacían de Ringo y George —se echó a reír, inclinándose hacia delante—. Y luego, hicimos ese numerito en la cafetería, el verano que estuvimos en el lago. —¿Cuando nos deslizábamos por el agua sobre neumáticos? Los ojos de Diane se iluminaron. —¡Eso es! ¿Cómo se llamaban esos chicos? Bajé la vista hacia la mesa, tratando de acordarme de los dos hermanos con los que pasamos el rato aquella semana. —Me acuerdo de cómo entrenabas a ese chico al hockey de mesa —ambas nos echamos a reír—. En serio, Penny, pensé que se te iba a dislocar el brazo de tanto que lo zarandeabas de un lado a otro —Diane se puso a agitar los brazos ferozmente y estuvo a punto de volcar su vaso de agua. Entonces, sucedió algo inesperado. Fue como si los cuatro últimos años se hubieran esfumado. Como si sólo hubieran pasado unos cuantos días desde que Diane me llevaba los libros mientras yo cojeaba con la ayuda de muletas por un esguince de tobillo. Las dos empezamos a rememorar nuestra amistad y, sin que nos diéramos cuenta, transcurrió una hora. Diane me miró con aire pensativo. —¡Guau, Penny! Ha pasado demasiado tiempo. Juntas, nos divertíamos un montón. Le dediqué una sonrisa. En aquella época siempre estábamos juntas. Nos habíamos prometido lo que las mejores amigas se prometen en primaria: que iríamos a la misma universidad, que compartiríamos piso, que seríamos damas de honor en nuestras respectivas bodas… Diane se puso a dar golpecitos en la mesa con actitud nerviosa. —También te quería pedir perdón —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Siento haber echado a perder nuestra amistad. Siento haberte tratado tan mal. Y, sobre todo, siento haber tardado tanto en recobrar el juicio. No puedo ni imaginarme lo que debe de haber sido para ti. Cuando Niall y yo rompimos —la voz se le quebró al pronunciar el nombre. Ahora, las lágrimas le surcaban las mejillas—, no pude evitar acordarme de ti. Al principio, todo iba bien. Me fui de vacaciones con mi familia. Las clases de tenis me mantenían ocupada. Pero hace un par de semanas me encontré sin nada que hacer. Aún no habían empezado los entrenamientos. Estaba completamente sola. Agarró su bolso y sacó un pañuelo de papel. Se sonó la nariz. —Llamaba a Audrey y a Pam, pero, o bien tenían planes con sus novios o, si quedaban conmigo, me dejaban plantada en cuanto Don o Justin las llamaban. Sé perfectamente que yo hacía lo mismo contigo. También por eso te pido perdón. Me llegaban imágenes fugaces de años atrás. Los momentos en los que era consciente de que estaba perdiendo a mi mejor amiga y me sentía sola, sin nadie. Diane se secó las lágrimas que le empapaban el rostro. —Sufrí al darme cuenta de que no tenía ninguna amiga de verdad, de la clase de amigas que éramos tú y yo. Y ahora que ha empezado el instituto, es aún peor. Antes, seguía a diario la misma rutina: Niall me recogía para ir a clase; luego, yo me acercaba a su taquilla, después…, bueno, ya lo sabes. Lo has visto. Hice de él mi mundo entero y ahora…, ahora me he quedado sin nada —sus sollozos se convirtieron en agudos lamentos mientras trataba de recobrar la respiración. —Yo… —intenté encontrar palabras de consuelo, pero mis sentimientos estaban en conflicto—. Diane, ¿qué esperas que haga yo? Levantó la vista y me miró con ojos enrojecidos. —Siento mucho lo que ha pasado contigo y Niall —proseguí—. De verdad. Nadie debería sufrir de esa manera, y menos aún por culpa de un chico. De todas formas… no sé qué hacer. Porque me cuesta olvidarme de que me abandonaste por completo. No sé qué habría hecho si Sisa no se hubiera mudado a la ciudad, el año siguiente. Diane forcejeó para recobrar el aire. —Tienes razón, toda la razón. Es sólo que… Ya no sé quién soy. Todo el mundo me conoce como Diane, la novia de Niall, o la animadora, o la delegada de clase. Me encuentro perdida. Una parte de mí piensa que es mejor continuar como si nada hubiera cambiado; pero existe otra parte que quiere dejar de hacer lo que todos esperan que haga. No sé… —negó con la cabeza—. No sé si quiero seguir siendo animadora. No me apetece animar a nadie, la verdad. No sé qué quiero hacer. Sólo… Noté que los ojos me picaban. ¿Quién habría imaginado que seguiría teniendo algo en común con Diane? Me sentía perdida, igual que ella. Diane me miró con una mezcla de sorpresa y compasión. Sin vacilar, me entregó un pañuelo de papel. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, me puse a contarle todo lo de Nate. Me sentía un tanto *beep*, sabiendo que sólo había salido con él varias semanas, y no varios años. Pero, por alguna razón, sabía que Diane me entendería. Tardé unos instantes en asimilar que las lágrimas que ahora surcaban sus mejillas eran por causa de Nate. —Ay, Penny, cuánto lo siento. ¡Es horrible! Confiaste en Nate, y él… Penny —se aseguró de que la estaba mirando—, no hiciste nada malo. A pesar de tanto tiempo como había transcurrido, no me había olvidado del todo de aquella Diane. Aquella Diane que siempre sabía elegir las palabras precisas, aquella Diane que me apoyaba por encima de todo. Esa misma Diane era el motivo por el que habíamos sido las mejores amigas. Intenté esbozar una sonrisa. —Sí, bueno; no pienso volver a cometer el mismo error. Jamás. He decidido que, básicamente, he terminado. Ya sabes, con los chicos —traté de reírme, para que no creyera que me había vuelto loca—. Es que, no sé… Estoy harta de todo esto. Míranos, las dos llorando. ¿Y por qué? Porque decidimos confiar en un chico. Terrible equivocación. De hecho, he fundado una especie de club. —¿Un club? —Diane se inclinó hacia delante—. ¿Qué club? ¿Quiénes lo forman? —Yo, yo y yo. Es el Club de los Corazones Solitarios. Seguro que te parezco patética. Diane me agarró la mano desde el otro lado de la mesa. —Para nada. Considero que lo has pasado muy mal, y que tienes que hacer lo que sea necesario para superarlo. Lástima que no se te ocurriera hace años; imagina los problemas que nos habrías ahorrado a las dos. Aunque… sólo veo un problema —Diane esbozó una sonrisa. —¿Cuál? —No puedes tener un club con un solo miembro, la verdad. Me eché a reír. —Bueno, ya lo sé, pero… —¿Qué tal si añadimos a otra persona? La miré, conmocionada. —¿Cómo dices? —¡Penny! —Diane se secó las lágrimas y dio la impresión de que su entusiasmo era sincero—. ¿Acaso crees que me apetece volver a quedar con chicos a la primera oportunidad? Yo también he terminado. Sólo me queda resolver qué es lo más conveniente a partir de ahora. No para Niall y para mí. Para mí. Una oleada de emoción me recorrió por dentro. —¡Justo lo que he estado pensando! —Tienes que dejarme entrar. Sé que debo volver a ganarme tu confianza, y lo haré. Pero, por el momento, ¿te importa al menos contemplar la idea de perdonarme? Alargó la mano para estrechar la mía. Ni siquiera lo dudé. Ahora, éramos dos.
Capítulo 9. Cuando me separé de Diane después de la cena, me sentía sinceramente feliz y esperanzada por primera vez desde hacía varias semanas. Contar con una cómplice, que además estaba pasando como yo por una ruptura, era justo lo que necesitaba. Cogí el móvil y comprobé que tenía tres mensajes. Los dos primeros eran de Sisa: ¿Ha empezado ya a llorar? Si se pone a hacer pucheros, ¡sácale una foto de mi parte! El tercero era de Nate: Voy a seguir enviándote mensajes hasta que me contestes. Pasé por alto a Nate y llamé a Sisa. —Cuéntamelo todo —dijo nada más descolgar. Traté de ponerla al corriente; pero no me dejaba meter palabra, ni siquiera de canto. No paraba de burlarse de Diane, lo cual empezó a molestarme. —Sisa, basta ya —elevé el tono de voz—. ¿Sabes?, ha sido difícil para ella. Imagina por lo que está pasando. Se siente perdida… —¡Por favor! —Interrumpió Sisa—. ¿Te estás escuchando? A este paso, vas a acabar invitándola a almorzar con nuestro grupo. Silencio absoluto. Sisa suspiró. —No irás en serio, ¿verdad? Anda, dime que es una broma. —Sisa—hablé con lentitud, eligiendo las palabras con cuidado—. Todo el mundo se está portando fatal con Diane. Tómalo como una obra de caridad. —Ya he hecho mi donativo —replicó con tono monocorde. —Por favor. Hazlo por mí —no traté de ocultar la nota de desesperación en mi voz. —Muy bien. Pero me debes una. Colgué el teléfono antes de que pudiera cambiar de opinión. —¿Te das cuenta de que te voy a matar por esto? —me advirtió Sisa por decimocuarta vez a medida que nos encaminábamos al comedor, al día siguiente. —Por favor, dale una oportunidad —supliqué. —Lo veo muy difícil. No sé, Pen, llámame loca si quieres, pero no me emociona la idea de ver cómo utilizan a mi mejor amiga. —Sé lo que hago —me dirigí a una mesa pequeña situada en un rincón, por si se producían mordiscos o tirones de pelo. Les dije a Zoe y a Viki que era mejor para ellas almorzar en otro sitio ese día; no quería convertirlas en cómplices de los actos de violencia que pudieran venir a continuación. —Sí, creo que dijiste lo mismo a principios de verano. Me quedé petrificada. Tracy me agarró de la mano. —Lo siento mucho, Pen. Ha sido un comentario terrible. Traté de sacudirme el pensamiento de la cabeza. Ya iba a resultar bastante difícil sin tener que pensar en… él. —Por favor, Sisa. Hazlo por mí. Sé agradable. Tracy tomó asiento sin pronunciar palabra. —Hola, chicas —Diane se sentó a nuestra mesa—. ¡Muchas gracias por aceptarme! Sisa forzó una sonrisa. —¡Ah! —Diane puso sobre la mesa una pequeña caja de cartón—. Como muestra de agradecimiento… ¡pasteles! —Diane colocó dos vistosos pasteles sobre la mesa. —Gracias —cogí el más grande y empecé a lamer el azúcar glaseado de color rosa. Lancé a Sisa una mirada indignada. —Eh, gracias. Diane sonrió encantada, seguramente porque eran las primeras palabras cordiales que Sisa le había dirigido nunca. —¿Sabes, Penny? Después de anoche, me encuentro mucho mejor. Renunciar a los chicos ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida. El club va a ser increíble. Oh-oh. Sisa trasladó la vista de una a otra. —¿Qué club? —Eh, verás… —el asunto se ponía complicado—. ¿Te acuerdas de lo que dije sobre que los chicos son escoria? Sisa puso los ojos en blanco. —Sí. —Bueno, pues he decidido que no voy a salir con ninguno, nunca más… —Penny —interrumpió Sisa. —A ver, Sisa, ¿te importa escucharme hasta el final? —la paciencia se me estaba agotando—. Intenté explicártelo el otro día, pero no dejabas de interrumpirme. Sisa cerró la boca y se recostó sobre el respaldo de su silla. —He terminado con los chicos. Al menos, mientras siga en el instituto y tenga que vérmelas con estos idiotas. De modo que decidí fundar a solas el Club de los Corazones Solitarios. Sisa se mostró desconcertada. —¿Tiene que ver con los Beatles? —Claro, y si alguna vez escucharas la música que te he regalado, lo sabrías. Bueno, el caso es que hablo muy en serio. No pienso volver a quedar con chicos. Y Diane ha decidido incorporarse a mi bando. Diane se giró hacia Sisa. —Deberías unirte tú también. Sería divertido. Sisa miró a Diane con desprecio. —¿Me consideras tan patética como para no conseguir quedar con un chico? —Eh, no es eso… —intenté interrumpir. —No, no me refiero a eso. Yo… —Diane parecía dolida. Sisa le lanzó una mirada asesina. —De acuerdo. Y dime, ¿cuánto va a durar tu afiliación al club? ¡Como si pudieras sobrevivir sin que la población masculina al completo te esté adulando! —Sisa, basta ya —dije yo—. Para mí, el club es importante. Sisa soltó un gruñido. —Vamos, Penny. ¡Sé seria! La cara me ardió de furia. ¿Cómo podía haber esperado que Sisa entendiera el sufrimiento por el que Diane y yo estábamos pasando? A ella nunca le habían destrozado el corazón. —¡No lo notas! —grité. Era la primera vez que le levantaba la voz. El grupo de novatos de la mesa de al lado se marchó—. Sé que no entiendes por lo que estoy pasando, pero es lo que necesito —la voz me empezó a temblar mientras trataba de reprimir las lágrimas—. Creía que todo había acabado, pero no es verdad. Me sigue mandando mensajes por el móvil. —¿El qué? —Sisa frunció los labios. —Él… —no tenía energía para hablar de Nate. —Penny, ya te lo he dicho. Es un imbécil —terció Diane con tono amable—. No le debes nada. Sisa se giró hacia Diane. —¿Es que sabes lo de Nate? —Claro que lo sabe. Pero ahora no me apetece hablar de él. Lo único que me interesa es este club, y dejar de salir con chicos. Más aún, es lo que necesito. Diane me apoya. Ojalá tú también lo hicieras. Un silencio descendió sobre la mesa. —Pen —dijo Sisa con voz serena—, perdona si piensas que no te apoyo, pero ¿es que no te das cuenta? Te está utilizando. Diane se estremeció. —¿Cómo puedes decir eso? No estoy utilizando a Penny —hizo una breve pausa, respiró hondo, y miró a Sisa cara a cara—. ¿Por qué me odias tanto? —Yo no… —Sí, me odias —Diane bajó la mirada a su ensalada, a medio terminar—. No sé por qué, pero siempre me has odiado. Confiaba en que las tres pudiéramos ser amigas, porque sé cuánto significas para Penny. De ninguna manera podría ser amiga de Penny sin tu… aprobación, supongo. Sisa miró a Diane con la más absoluta incomprensión. Seguramente, nunca había imaginado que Diane Monroe solicitara nada de ella, y mucho menos su aprobación. —Es que yo… —Sisa estaba disgustada—. No quiero que apartes a Penny de mí. Me quedé mirando a Sisa, horrorizada. ¿Cómo podía pensar de esa manera? —Sisa, Diane no va a hacer eso. Diane, vacilante, alargó el brazo y lo colocó sobre el hombro de Sisa. —¿Podrías darme una oportunidad? ¡Por favor! Alargué el brazo en dirección a Sisa. —Ya sabes que necesito contar con tu apoyo. Sisa sacudió la cabeza. —Me imagino que lo podría intentar… por Penny —el semblante de Diane se iluminó—. Pero espera un momento —Sisa lanzó a Diane una mirada feroz—. Si alguna vez (repito, alguna vez) le vuelves a hacer a Penny lo mismo, si le haces daño, no vivirás lo bastante para lamentarlo. Diane asintió con gesto alicaído. —Me gustaría de verdad que fuéramos amigas, Sisa. Me encantaría. Sisa le dedicó a Diane una sonrisa alentadora. —Sí, bueno, conociendo la historia de mi lista, me figuro que antes o después me uniré a vosotras en el lado oscuro. —¿Me dejas ver tu lista? —preguntó Diane, indecisa. Sisa hizo una pausa antes de sacar la lista de su bolsa. —¿Por qué no? —Ah, conozco a Paul Levine. Es encantador —comentó Diane. A mi entender, era el mejor comienzo que se podía esperar de nuestra nueva amistad a tres bandas.
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